L U N E S
No acabo de saber dónde diablos se agazapan los resfríos, y no obstante que siempre estoy recomendando a todo mundo se proteja de ellos, acabo siendo, cada año, tarde o temprano, una de sus víctimas
Hasta eso, en esta ocasión ha respetado, cosa que le agradezco, mis narices; se ha cebado en mi garganta, y ya voy para dos días completos, es decir con sus noches, en los que sus movimientos convulsivos y sonoros no me dejan en paz, y menos en silencio.
Alguna vez he dicho que si los altos edificio neoyorquinos llegaran a toser en cuanto empezaran a hacerlo se vendrían abajo sin necesidad de aviones enemigos. Tampoco nos asustemos de cosas como ésas, más cosas hasta hoy increíbles verán los que se queden, y los que les sigan, cuando nosotros nos hayamos ido.
La cuestión es que esta tontería de los resfríos sigue encontrando víctimas en tiempos en que aquéllos deberían haber sido vencidos totalmente por nuestros científicos, mediante una pastilla, una inyección o algo por el estilo, pero para siempre. Coger un resfrío en estos tiempos es más vergonzoso que pertenecer al tercer mundo.
En tiempos de mi niñez un resfrío lo quitaba cualquier cosa, aquel ?mentolathum? de cajita amarilla, una bromo, una aspirina, o la serie de tés que la abuela sabía hacer de diferentes sabores. Y hoy para vencerlo, y sobre todo pronto, parece no quedar nada.
M A R T E S A SÁBADO
Acababa de leer, en la página editorial de nuestro ?El Siglo?, el ?Mirando Lejos? de Federico Reyes Heroles, cuando Lupita y Vidal llegaron, así de madrugada, para entregarnos la ?Oda al Diccionario? de Pablo Neruda, cuya copia nos mandaban Margarita e Iván Berrón, a Elvira y a mí, por su conducto.
Reyes Heroles comenta en su artículo un ?Vete a América? que, según eso, su antecesor le dijo al actual Presidente de la Real Academia:
Entre muchos otros, Neruda es uno de los motivos. Y aunque su poema es largo, vale la pena conocerlo íntegro. Aquí lo tienen:
ODA AL DICCIONARIO
Lomo de buey, pesado
cargador, sistemático
libro espeso:
de joven
te ignoré, me vistió
la suficiencia
y me creí repleto,
y orondo como un
melancólico sapo
dictaminé: ?Recibo
las palabras
directamente
del Sinaí bramante.
Reduciré
las formas a la alquimia.
Soy mago?.
El gran mago callaba.
El Diccionario
viejo y pesado, con su chaquetón
de pellejo gastado,
se quedó silencioso
sin mostrar sus probetas.
Pero un día,
después de haberlo usado
y desusado,
después de declararlo
inútil y anacrónico camello,
cuando por largos meses, sin protesta,
me sirvió de sillón
y de almohada,
se rebeló y plantándose
en mi puerta
creció, movió sus hojas
y sus nidos,
movió la elevación de su follaje:
árbol
era,
natural,
generoso
manzano, manzanar o manzanero,
y las palabras
brillaban en su copa inagotable,
opacas o sonoras,
fecundas en la fronda del lenguaje,
cargadas de verdad y de sonido.
Aparto una
sola de sus
páginas:
Caporal,
Capuchón,
qué maravilla
pronunciar estas sílabas
con aire,
y más abajo
Cápsula
hueca, esperando aceite o ambrosía,
y junto a ellas
Captura, Capucete, Capuchina,
Caprario, Captatorio,
palabras
que se deslizan como suaves uvas...
o la que a la luz destellan
como gérmenes ciegos que esperaron
en las bodegas del vocabulario
y viven otra vez y dan la vida:
una vez más el corazón las quema.
Diccionario, no eres
tumba, sepulcro, féretro,
túmulo, mausoleo,
sino preservación,
fuego escondido,
plantación de rubíes,
perpetuidad viviente
de la esencia,
granero del idioma.
Y es hermoso
recoger en tus filas
la palabra
la estirpe
la severa
y olvidada
sentencia
hija de España,
endurecida
como reja de arado,
fija en su límite
de anticuada herramienta
preservada
con su hermosura exacta
y su dureza de medalla...
O la otra palabra
que allí vimos perdida
entre renglones
y que de pronto,
se hizo sabrosa y lisa
en nuestra boca.
Diccionario, una mano
de tres mil manos, una
de tus mil esmeraldas,
una
sola
gota
de tus vertientes virginales,
un grano
de
tus
magnánimos graneros
en el momento
justo
a mis labios conduce,
el hilo de mi pluma,
a mi tintero.
De tu espesa y sonora
profundidad de selva,
dame,
cuando lo necesite
un solo trino, el lujo
de una abeja,
un fragmento caído
de tu antigua madera perfumada
por una eternidad de jazmineros,
una
sílaba,
un temblor, un sonido.
una semilla:
de tierra soy y con palabras canto.
Y D O M I N G O
La palabra siempre tiene la palabra, y si es palabra poética, mejor. EFRAKIN HUERTA