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MIRAJES

Emilio Herrera

P O S T A L E S M A R I N E R A S

Las cosas buenas suceden porque sí. ¿De qué otra manera se hizo al mundo con sus montañas, sus desiertos, sus caminos fluviales y sus mares? Seguramente no por esto ni por aquello sino, sencillamente, porque sí; porque el Supremo Hacedor de todas las cosas, en ese momento, no tenía nada mejor qué ver sino sólo el ilimitado y libre espacio de siempre, que ya debe haberle tenido hasta la coronilla, y se ha de haber dicho: ¡Hagamos al mundo!, que en esos momentos sólo Él sabía lo que podía eso ser. Y que fue esto, lleno de sitios, no digo para conocer, que eso es tardado, pero sí para ver, no como en el cine, sino pudiendo tocar lo que queramos.

Y así, porque sí, un día, nuestra hija Lupita, y Vidal, su esposo, llegaron a vernos, a Elvira y a mí, como lo hacen semanalmente, pero, esta vez para decirnos con la boca lo que les dictaba el corazón: Que habían ido a invitarnos a conocer otro pedazo de mundo, viajando en barco por el mar Caribe. Decir que les dijimos que nos dejaran pensarlo, sería mentir. Para viajar estamos hoy tan puestos como siempre (¡Allá mis rodillas!). Y así, el 27 de noviembre partíamos como dicen que iba el jibarito, ?llenos de contento! hacia la Miami de aquella Florida en la que Juan Ponce de León se volvía loco hace quinientos años buscando la Fuente de la Juventud que por supuesto no encontró, pero acabó muriendo en ella donde había soñado vivir joven toda una vida, que no hubiera sido mala cosa.

Cristóbal Colón descubrió Borinquen en su segundo viaje. Juan Ponce de León llegó a ella preguntan-do por el oro del que estaba llena, según le habían dicho. Agueibana que era el que allí mandaba le acogió con amistad, tanta que le ofreció a su propia hermana como amiga, que era lo que allí se acostumbraba cuando se quería honrar a alguien, llevándolo, además a dos o tres ríos a sacar oro, como buscaba. Sacó el que quiso y con el y algunos nativos volvió a Santo Domingo a enseñar todo aquello a Ovando, pero éste había vuelto a España y el que gobernaba era Diego Colón. Regresó a Borinquen, al que le cambió el nombre por el de San Juan, que desde entonces lleva.

Al llegar a Miami, después de hospedarnos y descansar un poquito salimos a caminar y viendo aparadores llegamos a un mercado en el que abundaban aparatos electrónicos y cámaras fotográficas detrás de las que andaba Vidal para comprarse una que comenzó a tratar, en lo cual es todo un espectáculo incluso en ese país diz que del precio fijo que él deja hecho añicos, pues, no hay quién se niegue a discutir con él lo necesario para vender una de sus cámaras de más alto precio. Total, que mientras Elvira y Lupita fueron a curiosear por aquellos locales Vidal siguió ilusionando con sus proposiciones la posible venta de la cámara que aquel vendedor le ofrecía y que al final tuvo que hacer su mejor oferta y conformarse con darla por escrito para realizar la venta al regreso de nuestro viaje.

Así pudimos comprobar que ?el otro lado? no puede escapar al contagio con los latinos que hacen pedazos su mito de ?precio fijo? en aras del regateo, que siempre será más entretenido y hasta ingenioso, lo único que hay que mostrar antes, como no queriendo la cosa, es la lana, para probar que existe. En fin, poca cosa más que caminar, comer y dormir, todo bien, incluso lo primero, hicimos en Miami antes de abordar el ?Explorer of the Seas?. Elvira y yo ya habíamos tenido la oportunidad de navegar en barco en el Pireo, Grecia, allá por los años setenta coincidiendo, por cierto, con Alicia, una de las hermanas de nuestro por entonces Presidente José López Portillo, quien a la hora de cenar mandó, con cargo a nuestros impuestos, champaña a todas las mesas y tocar música mexicana a una banda militar que le acompañaba; pero, aquel barco, según recordamos, era pequeño en comparación con éste que dicho así, de manera muy terrestre y nada náutica, de largo tendrá lo que serán tres o algo más cuadras de largo, y que con sus catorce pisos, de acuerdo con los elevadores, es en sí una pequeña ciudad. Persona más, persona menos, en él vamos en números redondos, tres mil pasajeros y para todos hay sitio sobrado, incluidos chamacos y jóvenes que, independientemente, de tener las albercas de todos y la pista de patinaje tienen sus campos para jugar basket o futbol.

Como en todos los barcos, el capitán es el rey sin corona de esta ciudad flotante, y se presta para ser saludado por quien quiera conocerle y tomarse la foto del recuerdo con él, cosa que muchos hacen.

La calle principal, por decirle de alguna manera, termina o principia en el comedor principal y en el teatro que funcionan a diario. Dos cosas en este barco no faltarán nunca: las bebidas y el juego; la biblioteca también está abierta todo el día, pero, no hay un solo libro en español, y es que el imperio donde no se ponía el sol ha cambiado de dueño. Lo que priva aquí como lengua única es el inglés, que se habla en todas las mesas, tanto que, la primera noche nuestra mesa estaba toda ocupada, 12 lugares, pero a partir de la segunda, faltaron cinco de golpe que, seguramente, no entendían ni jota de inglés y fueron en busca de mejor refugio para ellos por otros sitios. En este aspecto, a Elvira y a mí nos defienden más que bien, Lupita y Vidal, tanto que, por ejemplo, la mesera que nos atendía, una guapa y joven checoeslovaca llamada Mónica, que ni idea tiene de quién es la Poniatovska, su paisana, ya podía decir en español ?Mañana sí?, que de algo le va a servir un día.

Tú no te vas a sorprender si aquí te proponen bucear, pero sí, si te proponen escalar rocas. Bueno, pues el barco tiene su pared de escalamiento y toda la cosa. Y es que este mundo marítimo es de locura. Si lo piensas y lo pides, lo tienen.

Jugar, jugar para perder o ganar puedes hacerlo a cualquiera hora durante las veinticuatro de cada día, y si no sabes ningún juego siempre te quedarán las máquinas tragamonedas, igual que en Las Vegas, para quitarte lo que no quieres volver a llevarte, pues ganar aquí suena decepcionante, ya que la suerte es igual en tierra que en alta mar.

Pero si a San Juan se iba en los viejos tiempos por el oro de sus ríos ahora se ha de ir por sus diamantes. La última noche del viaje todos los que los venden en su calle comercial, digámosle así, los sacaron fuera de sus locales y de sus vitrinas y los pusieron sobre largas mesas que cubrieron con ellos, para que los pasajeros los vieran, los tocaran, se los metieran por los ojos y, si no los compraron, les quedara, al menos, ese remordimiento, o esa decepción de no haber podido aprovechar tal oportunidad.

Por bebidas no te puedes quejar. Nueve sitios todos ellos muy bien decorados te están esperando para servirte la bebida que acostumbras, o la que nunca antes habías probado. Hombres y mujeres, jóvenes la mayoría, entran a ellos y salen con sus vasos llenos para beber su contenido en el sitio escogido para pasar la mañana mirando el mar que, por cierto, se ha portado de maravilla durante todos estos días, serenamente.

Holanda y Francia tienen por acá una isla. Es la isla más pequeña del mundo. Algo que enorgullece a sus habitantes es haber coexistido pacíficamente durante trescientos cincuenta años. St. Maarten es su nombre. Colón la descubrió en 1493 precisamente el día de San Martín de Tours. Españoles, franceses y holandeses se disputaron su posesión.

Franceses y holandeses no fueron siempre los vecinos modelos que son actualmente. El territorio ha cambiado de banderas diez y seis veces desde 1648 hasta 1816 reclamándola para sí Francia, Holanda y hasta Inglaterra.

A partir de la década de los 50 con la construcción de su aeropuerto el atractivo de la isla cada día es más fuerte.

Herb Reed y los Platters fue el último grupo musical que vimos y oímos en el teatro y eso que fue el recuerdo de toda una época, nos avisaba que también nuestro viaje terminaba, pero que sus recuerdos iban a ser inolvidables, que empiezan a serlo desde ya, En cierta forma tiene sus ventajas en ser vecino del grandulón de al lado, el que ha hecho cómodas y visitables todas estas pequeñas y caribeñas islas. Y esto es suerte porque lo mismo que vecino de él pudimos haber sido de otro como nosotros que al salir del coloniaje sólo teníamos deudas por todos lados, y no digo que hoy no las tengamos, pero a nuestro deudor actual apenas si le importa el tiempo que nos tomemos para pagarle.

Total, cuando se ven todas estas islas que parecen de película, en la que todo es nuevo y hecho, precisamente, para asombro de sus visitantes, reconoces que todo ello no pudiera ser si las manos de nuestro primo o vecino no se hubieran metido en su realización.

Por nuestra parte, y a nuestra edad, sólo podemos dar las gracias a Lupita y a Vidal que nos han invitado a este viaje para conmemorar uno más de nuestros aniversarios matrimoniales cumplidos el 29 de noviembre próximo pasado viviendo estos días viajando por un mar tan sereno que parece no moverse de sitio, y en un barco en el que todo ha sido hecho para que tú lo disfrutes. Si a Colón se le hiciera el milagro de volverlo a la vida y despertar en este Explorer of the Sea y su espíritu de servicio hacia sus pasajeros, no se iba a morir del gusto, iba a mantenerse vivo para disfrutarlo.

Ojalá todos mis lectores pudieran disfrutar un viaje así. Y no digo de inmediato, pero, sí un día, lejano si ustedes quieren, pero seguro. Vale la pena.

Gracias, Lupita. Gracias, Vidal.

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