L U N E S
Una de las palabras que deberíamos, intentar al menos, hacer desaparecer de nuestro vocabulario es la palabra pobreza. Desde que la descubrieron nuestros políticos, no la han dejado en paz. Se dieron cuenta de que da más votos que otras más rimbombantes, más llamativas, como la propia democracia y no la sueltan. Todos quieren tener algo que ver con ella, porque los pobres son los únicos que no protestan cuando deja de cumplírseles lo que los políticos les ofrecen, que es redimirla.
La cuestión es que el hombre se acostumbra a todo. Menos a no comer, dicen de inmediato algunos. Pero, también a eso, y si no ahí tienen a todos los que para lograr determinado peso o medidas, limitan lo que a diario comen casi a nada. Así que los pobres después de los años que llevan entre nosotros practicando el comer lo menos posible, ya se han hecho a ello.
El peligro no está, pues, en el no comer sino en el no trabajar, a lo que también se pueden acostum-brar, y entonces, cuando surja el hombre capaz de crear empleos, o de convencer a los que pueden crearlos, de hacerlo, el problema va a estar en que no va a encontrarse a quien quiera trabajar, porque se está tan bien de pobre, se es tan considerado, tan buscado, tan citado, que no vale la pena dejar de serlo.
M A R T E S
López Mateos fue el que dijo, si no recuerdo mal, que los mexicanos todos traíamos nuestras manos metidas en los bolsillos de otro mexicano.
Lo que no aclaró es, que no las sacábamos por la esperanza de que algo cayera en ellos y poder aprovecharnos. Porque todos los mexicanos andaban igual, sin nada en los bolsillos.
Así hasta que convencidos de que veinte millones de mexicanos sí estaban equivocados, sacando las manos de los bolsillos de sus paisanos, las comenzaron a utilizar en tomar el dinero que se veía y nunca más perder el tiempo en intentar llevarse aquel cuya existencia se suponía.
El gran problema nuestro es que el castigo no se practica. Sabemos por los noticieros de todos los medios de comunicación sobre diversos delitos: asesinatos, robos, violaciones, pero no sabemos de los castigos correspondientes. ¿Será que no tenemos celdas suficientes en nuestras cárceles para todos los que delinquen? ¿Será que si les diéramos de comer a todos los que se castigara con cárcel, entonces no sobraría dinero para saciar las tentaciones de nuestros Regidores?
Usted, mi estimado lector, ¿se ha preguntado alguna vez qué es lo que hacen nuestros Regidores aparte de lo que todo mundo sabe que son capaces de hacer? Valdría la pena que, al menos dos veces al año nos informaran sobre ello, a lo mejor algunos de ellos se ganaban nuestro aplauso por estar cumpliendo sus deberes.
M I É R C O L E S
En muchas ocasiones el problema de que nuestros funcionarios municipales fueran, en su generalidad unos descuidados, negligentes, y perezosos de marca mayor, se ha debido a que algunos Alcaldes lo eran más, y así no se atrevían a exigir a sus colaboradores más cercanos que redoblaran su trabajo porque, seguramente, temían que alguno de ellos, malhumorado, se les pusiera respondón y les dijera: “Y hablando de trabajo, usted, ¿cuándo empieza?”
En el actual trienio el señor Anaya ya dio buenas pruebas de ser trabajador y, entonces, se puede permitir hablar a sus empleados de redoblar esfuerzos. “A grillar menos y a trabajar más”, dicen que les dijo a los funcionarios municipales, y eso está bien, sobre todo ahora que los políticos grandes, los de la capital andan alborotando la gallera de los candidatos presidenciales con tanta anticipación.
Todo esto, indudablemente, redundará en beneficio de nuestra ciudad. Hacía tiempo que no se hablaba así, y no cabe duda que lo acontecido es un ejemplo estimulante para todos. Lo que hizo a esta ciudad fue, precisamente, el trabajo intenso de sus primeros habitantes. Trabajar con toda la intensidad posible en todas las posiciones es recuperar el espíritu de sus fundadores. Si se dice que se acabaron las mordidas, también debe llegar a decirse que se acabaron las chapucerías en el trabajo.
Los grandes países se hicieron trabajando. La prueba la tenemos cerca. No imitemos sólo sus vicios, también sus virtudes.
J U E V E S
Lo comentábamos el martes: En México lo que falta es castigar a quien lo merece. A nivel nacional la cosa es lamentable. Desde hace años, los grandes defraudadores disfrutan impunemente las riquezas logradas, unos en el extranjero, otros, vencidos ciertos plazos, en su propio país, que todo lo olvida.
El señor Anaya, nuestro presidente municipal, acaba de asegurar que dará “castigo ejemplar” a corruptos. Si la ciudadanía apoya su intento y él cumple su compromiso, veremos un gran mejoramiento en el trabajo de la policía y los agentes de tránsito, principalmente. Pero, claro, para que esto suceda el ciudadano deberá atreverse a denunciar las extorsiones de que sea objeto de parte de estos elementos. De otra manera no será posible. Si usted, amable lector, es objeto de un chantaje de esta naturaleza y no lo denuncia, ¿cómo lo va a poder combatir el señor Anaya, pese a sus mejores intenciones?
Ser ciudadano tiene sus obligaciones y una de ellas es la de denunciar a todos aquellos empleados públicos que aprovechen sus puestos, de calle o de ventanilla, para perjudicar económicamente al público. Si queremos que se castigue a los empleados corruptos, debemos aceptar nuestra obligación de denunciarlos si alguna vez nos convierten en sus víctimas, y no justificarnos diciéndonos que sólo será una pérdida de tiempo. Cada quien tendrá que hacer su parte.
V I E R N E S
En su “Carnet de un escritor” Somerset Maugham cuenta algunas anécdotas de su vida. En una de ellas refiere que una vez un crítico literario le pregunto cómo era posible que, a tan avanzada edad, siguiera escribiendo todos los días. Maugham dice que al contestarle, no dijo lo que pensaba, que era : “Porque me da la real gana”. En cambio dijo:
“Porque el hombre es un animal de costumbres. Y yo, después de tantos años de hacer siempre lo mismo, si al cabo de un rato de haberme levantado no me pongo a escribir, ya no sé qué hacer y me aburro. Y menos mal si, con lo que escribo, no aburro a los otros.
El crítico, agresivo, le respondió que eso era lo que él, Maugham, no sabía.
Maugham le sucedió que, efectivamente, pero que lo suponía, y que para suponerlo se apoyaba en las liquidaciones de sus editores. No les creo tan generosos, dijo, como para pagarme derecho de autor por libros que no han vendido.
De otras cosas, decía, por ejemplo, que había muchas que eran más importantes que el dinero; pero que todas son tales que hace falta mucho dinero para conseguirlas.
Le preguntaban sus impresiones sobre la vejez. Decía: Pierdo la memoria y esto no es un bien para mí; me voy quedando sordo, y eso tampoco es un bien, pero lo peor es que pierdo la capacidad de inventar, cosa verdaderamente triste.
S Á B A D O
Si se toma como ejemplo a la familia real inglesa, se puede asegurar que al príncipe Felipe, de España, lo que le van a sobrar son problemas con su prometida y futura princesa de Asturias, Letizia Ortiz Rocasolano.
Nos cansamos de decir que los tiempos han cambiado, y luego nos sorprendemos de que cambien también para los reyes, que los queremos igual que siempre en el pasado.
Pero como la realeza se está democratizando, los príncipes ingleses quisieron romper con la tradición de casarse con princesas, que veían feítas en relación con las jóvenes que les salían al paso y con quienes se casaron, y así les fue.
Ahora en esas anda Felipillo, el de España, cuya futura princesa resulta que, antes de serlo y hasta de imaginárselo, tenía otro tipo de amistades, entre ellos pintores, a quienes regalaba fotos, de las que ellos copiaban sus facciones y luego imaginaban su cuerpo desnudo, que ahora publican para que todo mundo conozca de pe a pa, a la futura reina. Vaya si el mundo ha cambiado.
Y D O M I N G O
La pasión de escribir lleva su recompensa en su ejercicio. Debe desentenderse de los premios y castigos del mundo. JOSÉ EMILIO PACHECO