L U N E S
Enero y febrero, desviejadero. Los ganaderos en esto son implacables, cuando hay que hacerlo separan los animales viejos, particularmente los ovejeros. Ellos saben su cuento.
Entre los hombres estos dos meses se encargan de hacer tan inhumano trabajo valiéndose de sus cambios de temperatura, el descuido y hasta la presunción de algunos seres humanos, que teniendo la ropa de abrigo necesaria para proteger su salud no se la ponen tratando de aparentar mayor fortaleza, más vigor, la resistencia de una juventud que hace tiempo se les fue para no volver, como acertó Darío.
Particularmente febrero, que siendo el mes con menos días es también el más traicionero, y no se puede prever cómo será el día que siga a éste, y ni siquiera el resto de cualquiera de sus días, que habiendo amanecido de alguna manera cambia según transcurre, y así la gente que se abrigó bien para salir de su casa por la mañana se ve obligada a irse quitando prendas según el día avanza sin mayor problema; pero el que se vistió ligero creyendo que el frío mañanero desaparecería poco a poco, puede contraer un resfrío tremebundo sin darse cuenta de su peligro diciendo: No es nada, sólo un resfrío. Y es que estos descuidados que así lo toman no han visitado ese cementerio en el que hay una lápida que avisa que el allí enterrado: “Murió de tos, ¡pero, qué tos!” Es decir que febrero es peligroso. ¡Cuidado!
M A R T E S
Como se ve, los años cada vez duran menos. Todavía tenemos amigos a quien desear felicidades por el Año Nuevo, y éste ya se nos está volviendo viejo. Al menos, uno de sus meses ya se nos fue, así que ya está mutilado, y los buenos deseos serán sólo por once meses si nos damos prisa.
Adán se la debe haber pasado de primera en el Paraíso en aquella soledad de la que era inconsciente, sin calendario, sin años, sin meses, sin semanas, sin días. El de lo único que se daba cuenta era de la luz y de la oscuridad, y de que cuando ésta llegaba le daban unas ganas de cerrar los ojos que no podía con ellas y acababa por hacerlo, y cuando los abría allí estaba nuevamente la luz. Con la luz veía caminos misteriosos que no sabía hacia dónde llevarían, pero que tal como se abrían entre aquel verdor esplendoroso le incitaban a entrar en ellos llevaran a donde llevaran que, de todas maneras sería a donde mismo, es decir, al Edén.
La cosa cambió un poco con la aparición de Eva, que prefería la oscuridad, y en cuanto a los caminos ella veía en ellos cosas que les diferenciaban y que Adán jamás había notado, como el tono de verde de unos o la forma de las hojas de estos o aquellos arbustos. Y luego que si era mejor caminar cuando comenzaba la claridad, o bien antes de la oscuridad, que cuando el sol estaba en el cenit. Esto traería como consecuencia la primera división del tiempo: mañana, mediodía, tarde, y noche que, por su uso, es sagrada.
M I É R C O L E S
De Auguste Rodin, algunas obras se vienen exhibiendo en nuestra ciudad. Elvira y yo hemos tenido la suerte de verlas, con otras más, tanto en nuestra capital como en París. Del escultor se dice que un día a un muchacho que le pedía consejo para llegar a ser un buen artista, le aconsejó que trabajara, trabajara y trabajara constantemente.
El muchacho, claro, no pareció satisfecho, y entonces Rodin añadió:
“Es que no sé si me he explicado bien. Cuando digo que trabajes, no quiero decir, simplemente que trabajes, sino que te agotes todos los días en el trabajo. No hay otro secreto.”
Este “agotarse todos los días en el trabajo” ha quedado como una fórmula anecdótica de Rodin.
Otro joven escultor, ya en los últimos años de Rodin, le decía que daría su vida por saber hacer las cosas como él, Rodin, las hacía. Y el maestro le dijo que él, en cambio le pasaría de buen grado su saber por tener la edad que el joven escultor tenía, aunque no supiera hacer nada.
Rodin no recibía en su estudio a nadie que no hubiera invitado, y a las modelos, claro está. Una princesa a quien no quiso recibir, se hizo recomendar como modelo y llegó a la hora convenida. Rodin sin siquiera mirarla, le señaló una puerta y le dijo: Desnúdate, aprisa. Siguió en lo suyo y al ver que la modelo no se había movido le gritó: ¿Todavía no te has desnudado? Ella se atrevió a aclarar: Maestro, soy la princesa tal . . . Y él, interrumpiéndola le volvió a gritar: ¡Y a mí que me importa! ¡Desnúdate!
La princesa, entonces, temiendo que Rodin la desnudara con sus propias manos salió corriendo de allí.
J U E V E S
Hay muchas cosas que nos perdemos buscando un poquito o un mucho de dinero, y no está mal la búsqueda siempre y cuando, después, no perdamos mucha de nuestra vida cuidándolo.
Ayer que te recordaba a Rodin, recordé que durante algún tiempo Rodin tuvo como secretario nada menos que a Rainer María Rilke, aquél a quien Europa llamó su poeta por todos los años de ese siglo hasta 1926, año en el que murió, en diciembre.
A mediados del año pasado cuando Elvira y yo fuimos a Praga, visitamos la casa del poeta. Además de poeta, Rilke fue un incansable viajero. “Viajo por Rusia, Alemania, Francia y Suiza”. Y precisamente un mes de febrero, el de 1913, estuvo en España visitando Toledo, Córdoba, Sevilla, Ronda y Madrid. Al visitar su casa recordé, más o menos, aquello que él decía:
Sería tiempo ahora que los dioses salieran de las casas habitadas . . .
y que derribaran una a una todas las paredes
de mi casa. Nuevos lados. Sólo el viento,
que a tal hoja diera vuelta, bastaría
a remover el aire como un terrón:
un nuevo campo de aliento. ¡Oh dioses, dioses!
V I E R N E S
Hace cincuenta años, después de tantos, ¿qué importa uno más, uno menos?, presté un libro. Se lo presté a un amigo del que, por su ascendencia, creí lo disfrutaría más que yo. Efectivamente, así fue, y lo disfrutó tanto que, a su vez lo prestó, sin autorización mía, a un amigo mutuo para que lo hiciera llegar a un familiar que vivía fuera de esta ciudad, con la seguridad de que también lo disfrutaría, como seguramente ocurrió, y la seguridad me la dio el tiempo, pues pasaron los años sin que el libro volviera a mis manos, aunque nunca perdí la esperanza de recobrarlo. El libro en cuestión era “El amor en el Cantar de los Cantares” de R. Cansinos Assens, en una bella edición en piel y pergamino, que por fin di por perdida cuando los dos primeros que lo tuvieron perdieron la vida, es decir, hace pocos años.
Lo diferente del libro de Cansinos Assens es que es “un intento ingenuo y desapasionado de penetrar en el sentido puramente humano del famoso poema bíblico, objeto de tantas interpretaciones esotéricas. Como un exégeta de tiempos antiguos, pero con una sensibilidad moderna . . .”.
Aceptada, pues su pérdida, comencé a buscar otra edición aquí y en la capital, a través de amigos, sin encontrarla. Ahora ha llegado a mis manos, una que mi hijo Miguel Ángel me encontrara en España mediante otro amigo, seguramente en el rastro, pues en tres de sus páginas trae constancias impresas con sello de goma, de que perteneció a Orfeo José Berizzo, quien, a lo mejor, también lo prestó a un amigo.
S Á B A D O
Aceptemos, pues, como un poema de amor ese canto de cantos, dice Cansinos Assens, y abramos confiados el alma a todas sus sugerencias, sin rechazar el sentido simbólico que surja de su entraña de amor.
“2.- Béseme él con besos de su boca, porque mejores tus amores que el vino.”
“Con gentil arranque comienza el incomparable canto de amor.
Dijérase que su primera estrofa surge, alta y aislada como una palmera en el desierto, de la arena requemada del páramo de las nostalgias y los sueños.
De en medio del silencio nocturno y del corazón arcano de la noche y de los labios, durante el día sellados, de la mujer enamorada y púdica, elévase ese grito soberano y avasallador, que ya no puede retenerse más y que parece salir arrastrando consigo coágulos y témpanos. Brota inesperado y potente, cual surtidor de aguas que se fueron acumulando día tras día, con tenacidad lenta y callada, hasta romper de pronto la tierra con caudaloso manantío y tonante clamor que sorprende y asombra. ¿Cuándo se formó ese venero hasta hoy mismo invisible? Oculto estuvo hasta revelarse ahora de pronto ya colmado y henchido. Ayer ese amor no existía; pero desde este momento helo que se revela con toda su fatalidad.”
Y D O M I N G O
La poesía es poner la vida en palabras. HOMERO ARIDJIS