L U N E S
Cada día vamos enterándonos un poco más de lo que son nuestros senadores. Desde luego no son lo que de ellos nos habían dicho siempre: mexicanos graves y respetables, y las pocas excepciones que lo son ya debieran estar haciendo lo necesario para correr a la mayoría que a diario los hacen quedar mal.
Entre los nuestros, por ejemplo, ya ve usted lo que de ellos se dice: que se van de viaje cada que les llegan las ganas de hacerlo sin beneficio para nadie, ni siquiera para ellos, que vuelven como se fueron, si acaso más solapados es decir, maestros en ocultarnos sus verdaderas intenciones. Que viajaran sería bueno si al menos, al volver, recordaran lo mejor que vieron en los pueblos que visitaron y trataran de aplicarlo para mejorar algo que aquí esté mal en ese campo. Pero, o son de mala memoria y todo se les olvida en el viaje de regreso, o sólo hicieron vida nocturna, y no en los teatros precisamente.
Lo peor es que, si ya estaban cansados (de no hacer nada) cuando, cada quien en su momento, se fueron de viaje, al volver, ¡pobrecillos! vuelven peor, y ¿quién va a pedir a esos “Padres de la Patria” que discurran qué hacer, y menos que lo hagan viéndolos todos temblorosos y dados al diablo?
M A R T E S
Parece ser que, a partir de 1970, él o los ángeles de la guarda, lo que haya sido, encargados de velar por México y protegerlo, incluso de nosotros mismos, acabaron por hastiarse de todas nuestras tonterías y renunciaron en masa, pues deben de haber sido varios, imposible que uno sólo hubiera podido con tal tarea. La cuestión es que, a partir de entonces hemos ido fracasando en todo. De nada hemos sido capaces ya. Sólo de soportar. Y en ello resultamos campeones. Dejamos de oírnos a nosotros mismos, lo que antes era una de nuestras facultades más preciadas, y hoy hemos caído en el “ai se va”. Y así nos va. Habiendo perdido todos nuestros bancos, y el tenerlos había sido una larga lucha, poco nos queda por perder. Ya ni siquiera nos damos cuenta de lo que nos pasa, o al menos así parece.
Alabamos la tranquilidad con que vivimos todo lo malo que nos pasa, nos comparamos con otros países que se la pasan luchando por conquistar un mejor mañana cuya existencia nosotros, al parecer hemos olvidado, y nos olvidamos de todo.
Josefina Ricaño, presidente saliente del México Unido Contra la Delincuencia se lo ha dicho al señor Fox: “Anhelábamos cuando usted llegó a la Presidencia poder construir (. . .) un país donde se buscaría castigar al crimen. Lamentamos tener que decirle, señor Presidente, que el crimen organizado, los secuestros, los asesinatos y violaciones siguen . . .”.
Y, lo peor es que ésta es la verdad del México actual.
M I É R C O L E S
Todavía bajo el efecto del “Día del Amor y la Amistad” me pregunto qué pasaría si el amor, por ejemplo, se acabara en nuestro mundo. Y no se crea usted que esto es imposible. Imposibles no los hay en este mundo, y dicen los estudiosos que la capacidad sentimental y de consagración a los demás disminuye en la mujer. Acaso por eso aumentan los divorcios porque, como diría mi compadre “Liandro”, hoy las mujeres no aguantan nada, por la única razón de haber descubierto que son tan inteligentes, o más, que los hombres. Y eso que todavía no suman, las que han tenido acceso al estudio, lo que deben de sumar. Pero, esto es sólo cuestión de tiempo, y el tiempo sigue pasando.
Son capaces de todo lo que antes se creía que no, pero se mueven por la moda que es su ley. Si fuese moda ir desnudas, irían desnudas sin el menor pudor. Sin embargo, la mujer es en todo el mundo criatura del amor, en tanto que el hombre en este campo sigue siendo un tonto que se cree en él la divina garza sólo porque a Zorrilla se le ocurrió darle vida a Don Juan, bajo cuya sombra se amparan todos los varones.
Ellas, las mujeres, son, pues, las que mantienen vivas ideas como éstas del amor y la amistad que, de alguna manera, dan al hombre, primero una esperanza y luego una razón de vivir, es decir, dos motivos que evitan, no obstante que la mujer se vuelve más fría y más dura cada día, que el amor se extinga en nuestro mundo.
J U E V E S
Ahora que acabamos de vender los últimos de nuestros Bancos vale la pena recordar a Morgan, el financiero norteamericano más poderoso en sus tiempos que terminaron en 1913.
A un hombre que estaba preguntando el precio de un yate de vapor le dijo: “Quienquiera que haya de preocuparse por el precio, mejor es que no lo compre.”
Los bancos de Morgan, las compañías aliadas y las subsidiarias en las que tenía intereses sumaban ciertamente muchísimo: se calculaba que los “hombres de Morgan” ocupaban trescientas cuarenta y una gerencias en ciento doce compañías que representaban un capital global de veintidós billones de dólares; pero aun cuando para muchos Morgan era el malvado capitalista, no existe nada que pruebe que fuese cruel o avaro en el sentido corriente de la palabra en ninguna ocasión.
Querían que confesase que tras aquellos colosales negocios se escondía un propósito nefasto. “¿No es cierto que el crédito está primordialmente basado en el dinero o la propiedad?” “No señor; la primera cosa es el carácter.” “¿Antes que el dinero o la propiedad?” “Antes que el dinero y todo lo demás. El dinero no puede comprarlo . . . “Porque un hombre en quien yo no tuviese confianza no obtendría de mí ningún dinero aunque fuese con todas las garantías de la cristiandad”. Esto fue una especie de testamento que dejó asombrado a Wall Street.
V I E R N E S
Al que le ha durado el título de sabio es, precisamente, al sabio Salomón. Pero, no es por nada que fue el más sabio de los reyes y, al parecer, el más cuerdo de los hombres. Lo cierto es que hizo dos descubrimientos: lo de que toro era vanidad, primero, y después que en la creación todo procedía del mismo principio común: que el cedro y el hisopo, el elefante y la larva tenían igual valor. Pero añadió: “el león muerto vale menos que el moscardón vivo.
Esta filosofía tendría que ser la de todos los hombres. Pero no sucede así; los prejuicios de la escuela han creado las preferencias y las comparaciones, y hasta los hombres de más talento se han convertido en esclavos de la rutina.
¡Y luego los maestros! Olvidándose de Salomón les dicen a sus discípulos: ¡Compara y juzga! Y los discípulos ni tardos ni perezosos desdeñando al humilde hisopo y fijándose tan sólo en la soberbia encina; admiran al elefante y se guardan muy bien de coger un microscopio para observar a la larva. De esto nacen una atención y una admiración relativas, pues sólo se estima el valor de una cosa después de haber aquilatado el trabajo que ha costado a su autor. Yo creo que la larva no ha costado menos trabajo al Creador que el elefante, y que la primera es tan admirable en su pequeñez infinita, como el segundo en su inmensidad. Por eso, y otras cosas, claro, Salomón fue el sabio que fue.
S Á B A D O
Al que ya le anda por traspasar el poder a los iraquíes es a George Bush, que de Salomón no tiene nada y le urge salir de allí donde los rebeldes le siguen matando jóvenes compatriotas, cuya muerte no le servirá ni poco y menos mucho al presidente norteamericano para su reelección precisamente.
Vistas así las cosas, uno se pregunta qué busca Bush de candidato en unas elecciones que cualquiera ve perdidas, pues el hombre para nuestro gusto ha venido metiendo una y otra vez las patas, tanto que en este continente sólo hay uno que le gane; pero nuestros vecinos son tan especiales y sus valores tan diferentes que tampoco sorprendería a nadie que, llegado el momento, el ahijado de Marte saliera reelecto.
De todas maneras lo de Iraq poco le ha de importar, pues la historia, ya se sabe, la escriben los vencedores y, en todo caso, como dice Gore Vidal: por boca de uno de sus personajes: “Hacer historia? ¡Pero si no hay historia!
Sólo hay facciones con diferentes grados de plausibilidad.”
Y D O M I N G O
A partir de las no ideas de la Revolución Mexicana se ha hecho una invención de las causas del pueblo. Pero, ¿qué fue esa revolución? Una matanza de un millón de personas que no cambió nada: el país cayó en manos de individuos muy impreparados que se asesinaban unos a otros. La clase que dominaba perdió el poder, pero la que entró no era más apta. JUAN SORIANO