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MIRAJES

Por Emilio Herrera

LUNES

La verdad: el frío no es de aquí. Viene a La Laguna como por curiosidad, para que no se descubra, en las reuniones que hacen las estaciones el día y la noche que le robaron a febrero, que no conoce este desierto florecido por sus hombres. Por eso viene, que si no se lo brincaba, y viene, también, para asustarnos un poco, y ayudar a los comerciantes que no aprenden y año por año, “este año sí va a hacer frío” calculan mal sus compras de invierno comprando de más y nada, a estas alturas ofreciendo la mercancía invernal a mitad de precio, o al dos y al tres por uno, sin darse cuenta de para qué van a querer sus clientes dos o tres si ya el uno adquirido les sobra.

En este marzo tan adelantado que ya a la mitad – y hay que darse cuenta que eso quiere decir que, en relación al nuevo año por el que, apenas ayer, felicitábamos a todo mundo y le palmeábamos las espaldas, pronto terminaremos con la cuarta parte del tan suspirado 2004 – la primavera se impacienta tanto como en los viejos tiempos, cuando el poeta japonés Basho que acompañaba a su soberano viviendo en palacio, observaba:

“Se abren las puertas de palacio y ahí está la primavera.”

Y si de alguna manera éste fallara, por lo loco de febrero y el poco más de marzo, lo cierto es que la primavera ya está en nuestros corazones.

M A R T E S

No soy de los que enriquecen a médicos o dentistas, primero porque mis padres me hicieron, seguramente, con tanto amor que pocas veces me he “descompuesto”, y la vez que, por error, me andaba yendo, muy oportunamente recordé aquello de “un grito a tiempo salva un cristiano”. Se lo pegué a Elvira que tenía una de mis manos entre una suya y me dio el estirón necesario para volverme a tierra. Y segundo porque el médico que me mantuvo vivito y coleando hasta aquel momento es el mismo a quien de vez en cuando recurro y parece, creo yo, por haber sido, nosotros, Elvira y yo, amigos de Manuel y Aurorita, sus padres, a quienes quisimos como tales, tiene cierto vínculo o compromiso de cuidarnos de a nada y, al contrario, en ocasiones, como ésta en la que Elvira fue a visitarlo, hasta me manda libros, como éste de retablos que es una maravilla y le agradezco.

A los dentistas vi a uno, hace muchos años; era sacamuelas y cumplió sacándome una. No volví a ir. Me las arreglé como pude durante muchos años, sólo con pasta y cepillo. Un día, hace cinco o diez años , da lo mismo, comencé a ir con una dentista para limpieza. Fui varias veces; pero resultó que el día que tuve mi primer dolor de muelas fui a verla y no estaba; como no podía soportar más aquel dolor (Ya te he dicho que yo para el dolor no sirvo), busqué a la más cercana; así conocí a la que hoy me atiende, y que el sábado acaba de librarme de otro. Ambos hacemos bien lo que nos corresponde; ella conservando bien mi dentadura, yo pagando lo que me cobra. El destino, como ves, se encarga de escoger a quienes velen por tu salud. Tú te equivocarías.

MI É R C O L E S

Eso de que hay que hacer las cosas como si ése fuera el último día de tu vida, como que no. Digo, si eso quiere decir que hay que hacer aquello a como dé lugar, carrereando inclusive.

Es posible que carrerees a diario, como sabes lo que haces, lo más probable es que, por propia experiencia, estés seguro de que, si no terminas tu tarea, al día siguiente se te amontonará con lo que cada día trae consigo.

Pero, las cosas que tenemos que hacer el último día de nuestra vida no existen. El último día de nuestra vida sólo tenemos vida, y eso será grandioso. Normalmente, ella nos ve pasar, pero, ese día, el último de la nuestra, en desquite, nos pondremos cómodos, y veremos cómo ella pasa.

Es un día sólo para contemplar, no para hacer. No vas a hacer en un día lo que no hiciste en una vida, si eso te preocupa. Ése será un día en el cual todo nos estará permitido: hasta hacerle narices a la vida, si nos viene en gana. También podemos decir con Nervo:

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Y eso sí, es lo mejor que pudiera sucedernos ese día.

Por eso, si algo debemos hacer ese día último, lo haremos tranquilamente, porque si debemos hacerlo, lo que nos sobrará es tiempo.

Ya lo verá, cada quien a su hora.

J U E V E S

Ismael, Leopoldo, y Luis Carlos recordaron a Churchil y me lo hicieron recordar. Esto fue porque hablábamos de clubes y, por lo tanto, de discursos.

¡Cómo no íbamos a recordar a Churchil?

Cuentan que en una ocasión se le pidió que se encargara de hacer el discurso de ofrecimiento en una cena, la misma noche. Preguntó de qué duración, y se le informó que, máximo, diez minutos. Entonces les dijo que le era imposible; que para preparar un discurso de diez minutos necesitaba, lo menos dos horas. Y no disponía de tanto tiempo.

Según eso para preparar un discurso de dos horas necesitaba una semana, comentó con sorna no sé quién. A lo que Churchil contestó que no; que un discurso tan largo podía empezarlo en ese mismo momento.

También se ha dicho que Churchil nunca improvisaba. Que de tanto no improvisar era incapaz de hacerlo. Que siempre que hablaba, preparaba antes cuidadosamente lo que iba a decir. Y sostenía: “Las improvisaciones me entusiasman. Pero únicamente cuando he tenido tiempo de prepararlas cuidadosa-mente.”

Decía que lo que llevaba siempre aprendido de memoria en sus discursos era el final. Y aconsejaba que se hiciera de este modo, y así si uno se da cuenta de que la gente se aburre demasiado, suelta el final y sale del apuro.

V I E R N E S

Estamos tan acostumbrados a nuestros defectos que ya no los vemos.

Porque estos fraudes de los que se sigue hablando a diario no son sino imitaciones de otros, y aquéllos de otros más antiguos.

Tampoco somos el único país donde esto ocurre, aunque sea malo afirmarlo porque de inmediato se tomó como disculpa. Porque, insisto, en lo que no somos iguales es que en otras partes tales fraudes se castigan ejemplarmente y aquí nos desgastamos hablando de inmediato hasta el cansancio de ello, para luego olvidarlos olímpica, soberbiamente. Parece, casi, como si todo ello fuera el guión de un espectáculo que se llevará a cabo lúdicamente para la diversión de los que no tienen para pagar su entrada en las representaciones de paga. Estos hechos acabamos pagándolos entre todos, con excepción de los que cometen que con arte de birlibirloque escapan de ello.

Claro, ni usted ni yo podemos hacer más que convertir todo esto en pláticas de café, pero lo malo es que quienes tienen la obligación de hacer algo no hacen mucho más que nosotros, no obstante las cintas grabadas, y los acercamientos fotográficos que nada dejan para adivinar.

Ojalá y nuestros señores diputados se sientan avergonzados de quienes sentándose junto a ellos han sido capaces de ensuciar descaradamente su representación y los repudien abiertamente.

S Á B A D O

Pronto se pondrá en escena “El tenorio cómico”, y eso me recuerda lo que dicen que le pasó al actor Rafael Calvo. Contaba que en cierta ocasión en el acto primero de la segunda parte don Juan Tenorio invitó al comendador con los versos de siempre:

tú eres el más ofendido

mas si quieres te convido

a cenar comendador.

Y la estatua le contestó:

Yo te agradezco el favor

pues sabrás que no he comido.

Y al parecer, nadie se dio cuenta.

Como nadie se dio cuenta otra vez que, el mismo actor en los primeros versos del don Juan Tenorio se equivocó. Y el primer verso le salió así:

¡Cuán gritan esos malvados!

Se dio cuenta entonces del error, pero supo terminar la estrofa felizmente

así:

Pero mal rayo me parta

si en concluyendo la carta

no los dejo malparados.

Y D O M I N G O

El que miente en la vida, miente en la poesía. MARGARITA MICHELENA

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