LUNES
Los griegos solían decir que lo mejor para los héroes era morir jóvenes. Y si esto era bueno para los héroes, imaginemos, nomás, si lo será para los don juanes y los Casanova. ¡Ay de éstos si se pasan de edad!
A los héroes les era más fácil seguir el consejo, pues se hacían en la guerra, en ellas andaban y sólo con proponérselo un poco cualquier flecha podía alcanzarlos y no se diga ahora una bala.
El mayor enemigo de don Juan y de Casanova es el tiempo, y éste pasa sin sentir. ¿Se ha dado usted cuenta de que, apenas ayer, nos deseábamos feliz año, y ahora nos estamos acabando el cuarto de sus meses? Y los meses, igual que los años y los días, cuando pasan se han llevado algo de nosotros. De ello no se dan cuenta, o casi no se la dan, ni uno ni otro, porque viéndose a diario la cara en el espejo, no notan el cambio, al que se acostumbran a diario.
Normalmente don Juan o Casanova no son feos, no pueden tener rostros repulsivos, lo tienen hermoso y varonil, y eso les ayuda durante el tiempo que les dura; pero es al rostro al que más ataca el tiempo, y es cuando esto empieza que don Juan o Casanova se refugian en el trabajo, que no les va, que no es lo suyo, y que les hace recordar lo dicho por los griegos: que los héroes, y los amantes que lo son, deben morir jóvenes.
MARTES
A los gobernantes, a todos los gobernantes del mundo, lo que les falta es ponerse de acuerdo sobre la manera de lograr que de aquí, o de entonces en adelante, todo ser humano que nazca en sus países tenga asegurado al menos un año de viajar por los países de los otros. Que junto con el acta de nacimiento le den un pasaporte “todo pagado” durante un año a ese mundo que hasta ahora, como dijo Ciro Alegría, es “ancho y ajeno”; que con él a los 15 ó 18 años, no le quede más remedio que lanzarse a conocerlo, seguro de que una mesa y un lecho no le faltaría durante los siguientes trescientos sesenta y cinco días.
El Creador no pudo hacer el mundo que hizo para que el hombre sólo conociera el lugarcito donde nació, aunque éste sea el más hermoso del mundo. Y conocer el resto quiere decir conocer, fraternizar, en buena edad, en plena juventud, con la juventud de todos los otros países, lo que de seguro haría más fácil el mantenimiento de la paz.
Al volver sabría, como observó alguna vez Vicki Baum, que la verdad no es cierto que esté siempre en otro sitio; y si al iniciar el viaje pensaba que la verdadera vida está en otro sitio, al regresar sabría que no, que la verdadera es la que disfrutaba en su casa.
Si los gobernantes se pusieran todos a platicar sobre esto, en lugar de si éste o aquel país tiene petróleo, encontrarían la clave de una paz que no buscan verdaderamente.
MIÉRCOLES
Desde hace unos días ando a medio ver. Una infección dice mi oculista, y el de todos los que se quedaron esperando en la sala correspondiente a que terminara conmigo, porque se ha ganado fama de bueno. Para que se vea lo frágil que es eso que llamamos salud. Ayer, apenas, presumía yo de una vista de lince y hoy, ya ves, el ojo derecho se niega a ver claro, como solía. La verdad, ando asustado, para qué les voy a decir que no, porque si mi pasatiempo, como ustedes saben, es la lectura, esto del ojo es como si a un basketbolista, de pronto le fallara una rodilla.
Mi oculista, gracias a Dios, nació para serlo. Cuando nos saludamos ya sus asistentes han comprobado con sus aparatos, lo que yo sabía: que con el ojo izquierdo veo como siempre y con el derecho no, y me han soplado ambos ojos con uno de tales artefactos y no con la boca, supongo que para que la infección no pase a mayores. Digo que nació para ser lo que es porque, cuando chocamos nuestras manos y nos vemos frente a frente, su rostro y su voz son cordiales y antes de sentarme y comenzar a ver, con el ojo izquierdo, y a no ver con el derecho la serie de letras grandes y pequeñas que comienza a proyectar, con el aparato correspondiente, ya me han dado la confianza necesaria que, para principio de cuentas, habrá de vencer la infección que sepa Dios dónde pesqué. La cuestión es que por gotas no principia a quedar. Gotas van, gotas vienen y gotas siguieron. El lunes he de volver, pero siento que valen la pena y que la cosa camina, despacio, pero camina, gracias a Dios y a mi oculista.
JUEVES
Se cuenta que Andrew Carnegie, uno de los multimillonarios más famosos del mundo en su tiempo, había nacido en Escocia. Hizo los millones en los Estados Unidos, donde empezó con un empleo en Pittsburg, Pensilvania, por el que sólo ganaba diez dólares al mes. Un día, el cajero de la empresa, en vez de pagarle el sueldo, le dijo que esperara; que tenía que hablar con él. Carnegie pensó que le despedirían. Pero no era así, sino todo lo contrario. El cajero le dijo que estaban muy contentos con su trabajo, y que habían decidido aumentarle el sueldo; que de allí en adelante recibiría doce dólares cada mes.
Años después, ya millonario, decía Carnegie que pocas veces el dinero ganado le había producido tanta satisfacción como aquellos dos dólares de aumento mensual.
A Carnegie le gustaba ayudar a los otros a facilitar el camino del éxito a los que creía capacitados para triunfar. Se asegura que treinta de sus colaboradores llegaron también a millonarios. Cuando le preguntaron el secreto de su éxito decía que había sabido elegir a sus ayudantes, y una vez dijo que el epitafio que le gustaría tener en su tumba sería: “Aquí yace un hombre que supo rodearse de otros hombres más capaces que él”.
Por su parte, entre nosotros, Carlos Slim no sería el hombre más rico de México si no hubiera convencido a Carlos Salinas de Gortari que le fiara Telmex.
VIERNES
Los chinos ya eran antiguos y mayores cuando algo supe de ellos por primera vez, y la primera vez que supe de ellos era porque en Europa se temía su invasión, de la que no supe más, como de tantas cosas entonces y ahora que comienzan y se me desaparecen.
Lo de los chinos viene al caso porque, también, lo que siempre me dijeron de ellos es que eran muy sabios, y quien me lo decía lo comprobaba agregando que eran ellos quienes habían descubierto que si a una silla se le cortan unos cuantos centímetros las patas, y esto creo que lo divulgó mucho Lyn Yutang, se vuelve de inmediato más cómoda. Y que si se le siguen cortando centímetros se va volviendo cada vez más cómoda, de donde comenzaron a afirmar que era más cómodo estar sentado que parado, acostado que sentado, dormido que acostado y, sin género de dudas, muerto que dormido, que, al fin, para morir nacimos.
Y es que los tiempos han cambiado, y si hoy la gente se sienta para estar cómoda, antes se sentaba por algo más: por parecer digna, de allí los tronos, las sillas presidenciales y esas zarandajas por el estilo. Y es que, el mismo Lyn Yutang lo advertía: Es cierto que la gente moderna, es decir, tú y yo, nos sentamos buscando comodidad, pero, resulta no faltó a quien se le ocurriera afirmar que la comodidad es un pecado, y desde entonces y por temporadas, nos trae cada vez más confusos.
SÁBADO
En eso andábamos cuando sonó el teléfono. Se trató del ofrecimiento de una tarjeta de crédito. Tuve que desilusionar al ofertante diciéndole que había llegado tarde con su oferta, que mi tiempo de usar otras más había pasado desde hace años; que la cultura alcanzada me había curado de algunas comodidades; que la belleza me basta con la que disfruto en la calle cuando pasa, y aquí mismo, en Torreón, en la Calzada Colón me tocó ver una mañana la de una mujer, desconocida por cierto, más bella que ninguna otra, ¡y mírese que hace más de medio siglo me acompaña Elvira, y téngase en cuenta que he andado por las playas y las calles de un buen pedazo del mundo! En fin si el dinero se hizo para gastarlo, comienzo a tener lástima por los hombres más ricos de sus países que se van a morir, como todos, pero ellos sin haber alcanzado a gastar el dinero que hicieron, placer que alcanzan todos los pobres sin ningún problema.
Y DOMINGO
Ser mexicano no es ningún mérito en sí, parece ridículo tener que insistir en que es un accidente y que el adjetivo en todo caso no hace más que definir una determinada situación geográfica, ciertas características que, desde luego, no pueden hacerse generales, pero la nacionalidad, vista como un valor intrínseco, que define a todos sus portadores, no es más que un desesperado intento de suplir una ausencia con un fantasma. JUAN GARCÍA PONCE