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MIRAJES

Emilio Herrera

LUNES

De Rodolfo Ayup acabo de recibir una tarjeta nada menos que de París, donde sus visitantes, particularmente los jóvenes, se vuelven todo ojos buscando esas hermosas mujeres que llenan las páginas de sus revistas de sociales y que no aparecen por sus calles por más que ellos los pelan, buscándolas sin cesar. O se pasan la vida como objetivo de las cámaras fotográficas o se cuidan del trajín callejero, pero a las calles no van.

Don Rodolfo de seguro irá a ver las dos venus del Louvre: la de Milo y la de Samotracia, que allí estarán para extasiar a quienes las busquen, como él, o a quienes sin saberlo las tropiecen.

Cuando los Maya, Alberto y Rosita, y nosotros planeábamos lo que creíamos sería nuestro primer viaje a Europa, por algunos meses dedicamos una noche a la semana a prepararnos para visitar al Louvre, siguiendo consejos de Unamuno. Como muchas cosas que se planean con gran dedicación, el viaje tan planeado no se hizo y acabamos yendo, años después, cada quien por su lado.

Por supuesto, en el Museo no sólo te maravilla la escultura, a cualquiera, dedíquele el tiempo que le dedique, le falta para dedicar lo que quisiera a cada escultura, a cada cuadro, y hay que ver los de David, los de Ingres, los tacos de Luben Baugin que, de acuerdo con la hora que los veas te harán o no agua la boca. Gracias, don Rodolfo, por su tarjeta, y que goce su viaje.

MARTES

El último fin de semana estuve unos días fuera de nuestra ciudad. Causa: Alegrías familiares. El más III de los Emilios se graduaba, y sin que esto quiere decir que con ello deje de estudiar, aquello había sido su objetivo durante los últimos años y su culminación había que celebrarla con el resto de su familia y los amigos más cercanos.

Nada de envanecer al recién graduado. Felicitarlo sinceramente, sí; luego, cada quien a lo suyo, a pasar el tiempo de la mejor manera posible: comiendo, bebiendo, platicando, escuchando. Las dos primeras cosas, todos; las dos segundas, escogiendo entre ellas lo que se haga mejor. Hay excelentes conversadores, pero, también hay soberbios habladores que pueden hablar horas sin cansarse. Héctor Lozano es uno de los primeros, y Pepe tuvo la suerte de encontrar una silla a su lado; Emilio III, el graduado, es de los últimos. Se me ocurrió pedirle que nos contara sobre los años de su carrera, y lo hizo sin parar durante lo menos tres horas consecutivas teniendo a su público prendido de sus labios, sonriente, riendo y carcajeándose de tal anecdotario, y no por cortesía ni cosa que lo pareciera sino por auténtico divertimiento con lo que iba evocando el III de los Emilios y no volverá, pero que tampoco necesita, pues cosas por el estilo puede hacer que sucedan diariamente, ya que por algo fue siempre el más distinguido de su grupo durante años, y no sólo en calificaciones, también en inteligencia e ingenio.

MIÉRCOLES

Si no recuerdo mal éstos eran, pues no estoy seguro de que sigan siendo, los meses de los huesitos: huesitos de todo lo habido y por haber: huesitos de chabacano, huesitos de durazno, de los que los chamacos tenían que traer llenas las bolsas si querían poder jugar los juegos de la temporada, que estaría acabando, igual que la de las canicas, con motivo del término del año escolar, que a estas alturas ya era más que eminente.

Como en todo, los jugadores que eran buenos, eran buenos, y los malos, que eran los más, no tenían remedio, pero eran tan necesarios, y acaso más, como en las mesas de juego de los adultos los perdedores, sin los cuales el juego no se hubiera desarrollado.

Esto de los juegos de muchachos era de lo más curioso: Tenía sus temporadas, como todas las cosas, pero, nadie sabía las fechas; sin embargo, siempre acontecía que había una mañana en la que todos amanecían, por ejemplo, armados de trompos y haciendo cuerdas y olvidados de las canicas que el día anterior llenaban sus bolsas. Yo jamás escuché decirme, o decirle a alguien: “Mañana se abre la temporada de esto o aquello así que olvídate de las canicas de hoy”. Y sin embargo, sucedía que se olvidaran de lo jugado ayer y aparecieran armados de lo que se iba a jugar durante los siguientes dos o tres meses.

Entiendo que ahora tales juegos han sido sepultados definitivamente, y que su enterrador ha sido la computadora. Hoy los juegos son solitarios.

JUEVES

Como alguna vez lo he dicho, pocas veces recuerdo el día que vivo, y de los años de mi vida pasados en esto o en lo otro, algunas veces por necesidad me acuerdo. Así la semana pasada se abrió la curiosidad de recordar desde cuándo vengo tecleando para “El Siglo”, no en forma esporádica sino formal y apareció el año 37, aunque no como definitivo, que aún se puede ir más atrás, pero que para satisfacer la curiosidad es suficiente.

Pablo C. Moreno, que aquí escribía editoriales, me presentó con Enrique Mesta, que entonces era Jefe de Redacción y comenzó a publicar mis entonces flamantes “Arenillas”, que ya andaban en la calle en mi primer libro. Poco después me presentó a don Antonio y de aquella primera plática salió precisamente esta columna, cuyo nombre él le puso, pues yo le dije que ni idea tenía de ello. Al principio salía a diario, cada día lo correspondiente a él; hasta que un día, como mis otras ocupaciones crecían y no me dejaban tiempo para cumplir con ello, el licenciado Irazoqui estuvo de acuerdo en publicarlas semanalmente tal como desde entonces aparecen y asunto arreglado.

Tanto esta columna como las “Arenillas” fueron confeccionadas hasta hace cinco años en una máquina “Remington” que, desde entonces está “enterrada” en el cementerio que los “Herrera” tenemos en Allende, N.L., donde “sepultamos” los papales y cosas que han sido importantes en nuestras vidas, y que revisamos cada cinco años. Hoy, las escribo en computadora, y nunca con más guerra, pues como la única ventaja para mí es su pantalla, de lo demás no sé nada y cada vez que se niega a darme servicio, tengo que esperar a Pepe o a Pepito, para que la arreglen. En fin esta es la vida que pasa.

VIERNES

Al pobre de López Obrador lo traen de encargo. Para ello lo que les sobra a sus enemigos son delitos, y, según la prensa del miércoles ya le salió uno más. El hombre, sin embargo, no pierde la sonrisa. Al menos siempre la tiene lista cuando la cámara dispara. Es hábil, no cabe duda, y acaso sea el último político hecho y derecho que nos queda. Si hoy fueran las elecciones presidenciales, se puede asegurar que saldría electo. Como no son, la pregunta que se impone es si lo dejarán llegar. Y la contestación es negativa. Según se ve, sus enemigos están dispuestos a llegar a lo que sea, incluyendo eso que usted piensa, para que él no llegue. Las cosas, pues, en el futuro para él se ven tremendas, y cualquiera de las cosas que en los viejos tiempos se hacían para impedir que alguien llegara puede suceder. Por lo pronto es el hombre más popular que se mueve en el ámbito político, y a menos que el destino se encargue de sacar de la nada y por sorpresa a un rival verdadero, López Obrador no lo tiene. Lo que tiene es una gran confianza en sí mismo, y se ha dicho por siglos que el que tiene confianza en sí mismo es capaz de todas las conquistas, a menos que un resfrío cualquiera, con otro nombre, lo quite de en medio, que esperamos no sea el caso.

SÁBADO

Sigue rumbo al centenario la cantinela ésa de que no tenemos nada que enseñar a los visitantes, y que, por eso, no somos una comarca turística; pero, ya se sabe, puestos a enseñar algo encontraríamos, que tampoco estamos tan dejados de la mano de Dios.

A mí, por ejemplo, ir a la mina de Ojuela me deja la misma impresión que me dejó visitar Asís, y es que si me preguntas por las iglesias del santo y de Santa Clara que allí están, y eso que tuvimos que esperar nuestro buen par de horas para que vinieran abrirlas y poder verlas, en cambio su valle puedo verlo cada vez que quiero y evoco.

Bueno, pues eso me pasa en Ojuela: luego de pasar el puente, luego de enfrentar la boca de la mina y dar unos diez pasos dentro de ella, hago lo contrario y me quedo extasiado con el valle fronterizo. Si esto estuviera al otro lado, no habría faltado ya quien hiciera por allí un pequeño (o grande, vaya usted a saber) hotel a donde la gente durmiera el sábado y despertara el domingo para disfrutar de aquella vista en su mejor momento. Claro que acá no hay dos iglesias, pero está el valle que las vale como obra de Dios, y vale la pena disfrutar su vista al amanecer. Algún día, algún día esto sucederá.

Y DOMINGO

Debería haber más barrenderos y menos diputados. NIKITO NIPONGO.

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