L U N E S
Quién sabe cuándo el hombre comenzaría a pegar a los niños, empezando por los suyos, pero allí, con la primera nalgada, con el primer coscorrón sin motivo verdadero, por algo que pudo haberse arreglado con una recomendación, con un consejo, con una palabra dulce, con un eso no se hace o un no vuelvas a hacer lo que hiciste, estuvo el principio de lo que llegó a ser la primera guerra que, desde entonces, el hombre no tiene para cuándo convertirla en la última.
Todos fuimos niños, todos fuimos ángeles, que empezamos a dejar de ser cuando germinó en nuestros corazones el deseo del desquite, de la venganza: ¡Cuándo yo sea grande . . .!
Por eso y para eso nos dimos prisa para saltar de los brazos de nuestras madres a los de la vida. Dotados físicamente por ella para realizar tal tarea, unos pudieron hacerla, pero no todos, otros no; sin embargo, con el tiempo descubrieron que existían los ejércitos y que en ellos se dotaba a los soldados con armamento que hacía más fuertes a los débiles. Eso es lo que ha pasado. Hace siglos que los hombres no hacen otra cosa que devolver los golpes que recibieron cuando niños. Con los años encontramos el miedo, la vanidad, la pasión del dinero, hasta hacernos lo que somos, corruptores de niños, amantes de la guerra.
M A R T E S
Dicen que Benedetto Croce, filósofo italiano, muy prolífico, nació en 1866 y murió en 1952, a los 86 años. Trabajó hasta última hora y, una vez, un reportero americano le preguntaba cómo pudo llegar a viejo en tan buen estado, sin perder la forma. Y Croce le dijo: “Lo peor para la buena salud es la ociosidad. Y lo que mejor la conserva es el trabajo. Pero se ha de imprimir al trabajo un ritmo vital. Y esto sólo se consigue con un buen rato de distensión total todos los días y sin apresurarse jamás mientras se trabaja. Si se cumplen esas condiciones, todo el mundo puede vivir cien años.
¿Y usted las cumple, desde luego?, dice el reportero.
¿Yo? No. Nunca. Me limito a aconsejarlas.
A un joven que le pedía consejo, le dijo excusándose: Eso sí que no. Nunca doy consejos a la juventud. Tienen demasiado tiempo por delante para darse cuenta , si los han seguido, del error que ha sido seguirlos, y si no los han seguido, del error que ha sido no seguirlos.
Y una vez que le pidieron que definiera la felicidad, lo hizo así:
La felicidad es algo parecido a esas cajas japonesas de las que, abierta la primera hay otra más pequeña dentro; y abierta la segunda, otra más pequeña. Y así hasta la última, muy pequeñita, en la que dentro no hay nada.
M I É R C O L E S
¡Ni hablar, Germán González Navarro, si es cuestión de correr y representar a la Laguna ahí estás tú! Y así te tuvimos ayer a eso de las tres de la tarde, antorcha en mano, la antorcha olímpica, que, por supuesto, para ti no podía ser otra, como si el tiempo, los siglos mismos, no hubieran pasado, convertido en un griego más, un griego-lagunero, representando a tu comarca, nuestra también, en la Ciudad de México.
Esa distinción es un reintegro que la vida da a tu perseverancia, a tu convencimiento de que “no sólo de pan vive el hombre”, también de preservar su salud caminando, caminando, caminando . . . y recomendando a diario a tus amigos no dejar de hacerlo, y a quienes acabas de conocer a empezar “no dejando para mañana lo que pueden iniciar hoy”.
El día de hoy, es bueno que lo sepas, todos tus amigos, al encontrarse te han recordado; pero, no sólo eso, para hacerlo se han buscado para decirse mutuamente su coincidencia. Y si con las palabras de los recuerdos pudieran levantarse monumentos, considera que tus amigos con ellas te han levantado uno grande en el parque Venustiano Carranza de esta ciudad, donde a diario corres, donde a diario aconsejas caminar, donde a diario das el ejemplo con hechos, no con palabras.
SR. D. GUILLERMO ANAYA, PRESIDENTE MUNICIPAL DE TORREON.
Una placa en el parque Venustiano Carranza, en la que conste el nombre de este extraordinario torreonés que tantos honores ha ganado durante su vida para Torreón, honraría a su Ayuntamiento. Ojalá pudieran decidirla en su próxima reunión.
J U E V E S
Dicen que las fiestas se hacen para parar el tiempo. Será por eso que los publicistas de las grandes empresas en estos días agotan los presupuestos hablando de las que el domingo hay que hacer al padre para entregarle el regalito o el regalote que se les tiene a quienes lo sean. Pero, todos ellos están más que en mal camino con sus esperanzas: al tiempo no hay quién lo pare desde aquel momento en que todo hizo “bing-bang”, preparando lo necesario para que un día llegara el hombre y fuera elaborando todo esto en que nos movemos, inventando fiestas de todo género, incluida la que hoy, se quiera o no, vivimos.
Se dice que para todo hay que llegar a tiempo. Ni más temprano, ni más tarde. Y los padres que llegaron a tiempo para ser despertados hoy por unas mañanitas cantadas por sus hijos, no todos muy entonados, comparados con los que llegaron antes que a nadie se le ocurriera tal festividad por muchos que sean son pocos. ¿Te das cuenta de las millonadas de padres que lo han sido en el pasado de millones de años que se han quedado atrás, sin que los que lo eran se dieran cuenta de la importancia que alcanzarían más tarde por cuenta y gracia de los comerciantes, y a quienes sus hijos ni siquiera les dijeran “por ahí te pudras? en lo que hoy se llama“Día del Padre”? Cuestión de los tiempos.
V I E R N E S
Mi ojo derecho, al menos hasta ayer, me ha seguido dando guerra. Lo perdono, única y exclusivamente, porque “no sabe lo que me hace”, que si lo supiera, por pura compasión no lo haría.
Lo menos malo que puedo hacerle, y eso más que por él lo hice por mí, es llevarlo al oculista, y eso es lo que le hice ayer, con el resultado final de que ya está soportando otras gotas con las que a las primeras de cambio parece estar reaccionando. Le han de haber pegado duro.
Aunque no venga al caso, estoy recordando lo que alguna vez me decía don Carlos: que en el ejército si coincide alguien del pueblo y un universitario, en lugar de ser éste el que influya en aquél, será aquél el que influya en éste; y así mi ojo sano, en lugar de ser el que influya en el malo, es éste el que parece estar influyendo en el bueno, tanto que apenas si avanzo en la lectura del libro de Joaquín Estefanía: “Aquí no puede ocurrir” que leía cuando esto empezó e iba donde decía que: “una contribución anual de uno por ciento de la riqueza de las doscientas personas más ricas del mundo podría dar acceso universal a la educación primaria para todos”.
La cuestión es que no se deciden y entre tanto, si hace cien años la diferencia entre el país más rico con el más pobre era de tres a uno, ahora anda en cien a uno, lo cual es desalentador para países como el nuestro en el que, al menos en el último sexenio no hemos avanzado.
S Á B A D O
Hay que reconocer que, habiendo tenido el padre que tuvo, Cuauhtémoc no lo ha hecho mal. Porque no se trata de que sea el que es por aquello, sino a pesar de aquello. Pocos saben lo que es ser hijo de un grande, pero no es cosa envidiable, porque haga lo que haga la comparación le saldrá al paso. Por eso el Señor que se las sabía de todas todas, fue su propio antecesor, es decir, antes de El, nadie. Y así pudo decir: ¡Hágase! o ¡Sea!, haya sido lo que haya sido lo que haya dicho. Y no tuvo hijos por lo mismo, porque sabía que los hubiera jorobado hasta el cansancio. Lázaro sí, pero Cuauhtémoc se ha defendido con su propia popularidad y brillantez.
México espera todavía algo más de él.
Y D O M I N G O
La vida pública es una necesidad del ser humano. Prostituir la vida pública en servicio de la administración pública, aunque sea por un fin bueno para la sociedad, es prostituir a la sociedad, hacerla menos habitable, empequeñecer a los hombres que en ella pueden darse. GABRIEL ZAID