L U N E S
Si resultara cierto aquel proverbio árabe –los árabes, tan sabios– que afirma que “Del árbol del silencio pende el fruto de la seguridad”, con la marcha de ayer, ya la hicimos; sobre todo, porque el silencio de ayer es el resultado de nuestros muchos infortunios, que ya no hay palabras de protesta que los relaten y los defiendan, sólo el silencio.
Tampoco esperan palabras que lo contesten. Lo único que puede hacerlo son los hechos, de lo que ha estado escaso el actual ejercicio. Una decisión inquebrantable, probada con los hechos, sería lo único que detendría en el resbaladero en que se encuentra al gobierno de Fox. Eso y luego apostar el resto de lo que le queda a una lucha total contra la delincuencia, a favor de la cual están algunos, pocos o muchos, da lo mismo, de los suyos.
Es la última oportunidad que la vida y su destino le dan para probar, de veras, lo que es el poder, ese dominio, imperio y facultad que él gano en las urnas y que, ya como Presidente de la República, no ha probado por falta de decisión, por miedo o lo que sea.
La Marcha del Silencio ocurrida ayer, tan ordenada, tan respetuosa, no fue sólo una protesta, fue la seguridad de que en caso de favorecerla enfrentando, atacando a la delincuencia de inmediato, sin más palabras ni promesas contaría con aquel respaldo. ¿Qué espera, pues?
M A R T E S
Sacha Guitry, famoso comediante francés del cine pasado, fue a comer una vez con unos amigos a un restaurante de lujo. Pidió la cuenta. Le pareció muy caro, hizo llamar al dueño y le dijo:
- Somos colegas, señor, y entre colegas, ya se sabe . . .
- ¡ Ah, perdón! No lo sabía.
La cuenta fue rebajada en veinte por ciento. Guitry pagó y el dueño del restaurante quiso saber dónde tenía Guitry el suyo.
- Yo no tengo ningún restaurante.
¿ No ha dicho que somos colegas?
- Sí; es que soy ladrón profesional.
Y cuando el dueño del restaurante empezaba a insinuar protestas, Guitry le preguntó:
- ¿Quiere que lo discutamos en voz alta para que todo el mundo se entere?
El “maitre” se esforzó en contener al dueño y después le dijo:
- Este señor es Guitry.
- ¿Y quién es Guitry?
- Uno de nuestros mejores actores.
- Lo creo. Aquí no lo ha hecho del todo mal.
Y así todo acabó bien, quedando amigos.
M I É R C O L E S
Para Fernando Suárez Villalba y todos los Jaik.
A la memoria de Consuelo (La Nena) Jaik de Suárez.
L E N T A M U E R T E
¡A cuántos que quiero he sobrevivido!
Ya casi ni lo sé; pero yo he muerto,
Eso sí que lo sé, porque es muy cierto
Que algo de mi se ha ido.
Con cada amigo desaparecido
Me voy quedando solo, esto lo advierto,
Tan solo como en el panteón el yerto
Amigo tan querido.
La muerte no sucede como vemos;
Morimos poco a poco;
Con cada amigo que se va, nos vamos,
Y en fila me coloco.
Cultivar amistad cuesta una vida;
Si se recobra allá, ¿qué bienvenida!
J U E V E S
La verdad, licenciado, de nada puedo quejarme. Sin comparaciones en ello ni en nada, en este artículo que me he encontrado sobre Fernando Benítez, director que fuera de “El Nacional” en cuya Sección Cultural años antes, en 1959, publicarían a página completa mi soneto “Hermano Pino”, que tanto te gusta, enviándome después en pago un cheque que no cobré, y que conservo, se cuenta que allá por el 96, es decir, unos cuatro años antes de morir, eso sí de una vida que valió la pena de vivir, el hombre, totalmente abatido, se quejaba continuamente de los dolores que padecía, pidiendo morir.
Por fortuna, nuestra enfermedad, la vejez, que no lo es del todo, nos permite gozar de muchísimas cosas todavía, unas de ellas esos mexicanísimos almuerzos que disfrutamos en el restorancito de tales especialidades, en la Morelos, en cuanto nos ponemos de acuerdo con Ulises y Fernando, o los comelitones del parque donde, claro, alguna vez nos pegamos chasco, porque, allá, adentro, donde todo se sazona alguien falla, pero que, por lo regular, aciertan. Y luego las pláticas con los amigos, porque, claro, a estas alturas, radicar la felicidad en lo que hacíamos a los veinte años sería locura. Eso lo hicimos oportunamente, a su tiempo, y nada nos faltó. En nuestra memoria van, como lo que son, recuerdos.
Pidamos, pues a Dios, que nos lleve, como nos viene llevando, de vejez, y nos proteja del dolor, que es lo tremendo, lo que no es ninguna cobardía temer.
V I E R N E S
“La vida es demasiado breve para que no sea grande”, decía y repetía Disraeli, primer conde de Beaconsfield, dos veces primer ministro de Gran Bretaña, conservador demócrata y conservador imperialista, de origen judío oriental, creador del partido conservador británico moderno.
Disraeli llegó a primer ministro por primera vez en 1867 por espacio de algunos meses, pero su famosa investidura tuvo lugar en 1874, permaneciendo en el cargo durante seis años. En 1876 alcanzó la dignidad de par del reino con el título de conde de Beaconsfield. Había llegado a la meta. “Estoy muerto – dijo después de su primera sesión en la Cámara de los Lores – pero en los Campos Elíseos. En sus seis años de actuación como primer ministro demostró Disreaeli ser un firme imperialista, añadiendo al atlas del mundo manchas de rojo imperial. Bajo su responsabilidad personal compró acciones de la Compañía del Canal de Suez para su país con dinero prestado por Rotschild; y el más grande de sus triunfos personales fue hacer proclamar a la reina Victoria emperatriz de la India en 1876.
En su largo mandato como primer ministro Disraeli hubo de ocuparse del malestar causado por las atrocidades cometidas en los Balcanes por los turcos. Al principio Disraeli, que apoyaba a los turcos contra Rusia, lo pasó por alto diciendo que todo eran “habladurías de café”, pero Gladstone excitó al país con sus discursos. Pudo conjurarse una situación internacional amenazadora gracias a la Diplomacia que Disraeli desplegó en el Congreso de Berlín, del cual regresó “trayendo la paz con honor”. Su gobierno cayó en 1880 y él murió al año siguiente.
S Á B A D O
No que no me guste el mar. Tampoco es eso; pero yo soy hombre de tierra. O lo era, al menos, mientras pude caminar, como se debe caminar.
Al mar se va a contemplar, hay que contemplarlo, digo, los que no somos marineros; en cambio, la tierra hay que caminarla. Sus primeros habitantes no fue otra cosa lo que en ella hicieron, haciéndose proposiciones a sí mismos: Voy a ir hasta allá, hasta aquella altura, o hasta aquella distancia. Y lo hacían. Con el mar no se puede hacer lo mismo. Nadie se puede proponer nadar desde aquí hasta allá, porque allá no hay nada más que mar, indiferente, tragador, hambriento, insatisfecho. O bien, el mar es una palapa para protegerse de los rayos del sol tras los que se ha ido para que nos queme y que así evitamos, como también lo es el libro que no se lee porque de su lectura nos distraen, y con razón, las hermosas bañistas que pasan y pasan y pasan. Esto quiere decir, querido lector que, posiblemente, el próximo domingo no cumpla mi cita contigo.
Y D O M I N G O
Dios reparte las balas, pero entre los presentes. PORFIRIO DIAZ