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MIRAJES

Emilio Herrera

L U N E S

La verdad, no hay nada como el descanso. La prueba la tienes en que el Señor, hecho el mundo, inventó lo del séptimo día y, lo que es al trabajo, no ha vuelto. Ya tú sabes que los que vienen después a todo le encuentran peros, y la obra del Señor no se iba a escapar de ello. Pero, en cuanto comenzó la crítica del hombre, el Señor la paró en seco afirmando que lo no terminado era intencional, para que ellos lo hicieran a su gusto que, desde luego, no era el suyo.

Y desde entonces se pasa viendo, de una sola mirada, todo lo que hizo según se desarrolla cada día desde la alborada hasta el anochecer, en tanto que nosotros tenemos que volar o rodar kilómetros y kilómetros para poder cambiar nuestro paisaje diario. En esta ocasión Miguel Ángel y Perla, nos han invitado a acompañarles a Mazatlán, viaje con el que premian los buenos estudios de sus hijas, nietas nuestras, Perla y Marcela, al que no pudo acompañarles el más junior de los Miguel Ángel por faltarle una semana o dos para terminar un curso de chino (no lo vuelva a leer, leyó usted bien) que actualmente toma en el Tecnológico de Monterrey, por la única razón de que cuando termine la carrera que elija, el mundo será más chico de lo que ya es ahora.

Esto que te cuento ocurrió hace un par de sábados, y llegamos a tiempo de salir al balcón a escuchar respirar al mar y disfrutar nuestra primera puesta de sol mazatleco en esta playa, todo lo cual es lo que había hecho el Señor; lo que el hombre siguió haciendo fue el “bar” que no para, y la música que, a veces, domina la voz del mar.

M A R T E S

A pesar de nuestros mejores propósitos de levantarnos tarde y esas cosas, el primer día vacacional, ya se sabe, el vacacionista se despierta a la hora acostumbrada o más temprano si nada especial lo impide, pero yo, que había ido a descansar, cuando me desperté me encontré con la novedad de que todos ya habían vuelto de una caminata mañanera de más de seis kilómetros frente al mar y por la arena, muy recomendable para Pepito, por ejemplo, que hoy anda tratando de perder treinta kilos practicando box metido en una sudadera ahulada dentro de la cual si no suda a mares sí lo hace a chorros.

Frente al sombrajo que, de chiripa, encontramos desocupado, pues a la playa bajamos juntos sin mayores prisas, nos sentamos y cinco minutos después el mar nos tenía ya hipnotizados con su voz y el ir y venir de sus olas, y así nos hubiera tenido todo el día si no hubiera sido por el vendedor de lentes oscuros que interrumpió aquel acto, no tanto para vender, cosa que casi le daba lo mismo, sino para saber de dónde éramos, y que le contáramos de acá, pues a él ya el mar, ¡lo que son las cosas! le tiene hasta la coronilla.

M I É R C O L E S

Será cuestión de la edad, pero, según veo, soy la excepción de la regla en cuanto a venir a la playa a buscar el sol; yo vengo a buscar la sombra y la que me da la palapa me viene de perillas. Ella y las sorpresas que, según la hora nos va dando el pequeño refrigerador que Miguel Ángel baja a diario y del que saca, según la hora, más sorpresas que algunos magos de su chistera, nos van dejando satisfechos a todos, niños y adultos.

Elvira y yo tenemos desde nuestro primer viaje a otra playa una palabra, que se nos quedó para siempre, y pronunciamos a las doce del medio día, cuando a todos el sol y a mí la resolana nos traen casi asados y con ganas de refrescarnos: Esa palabra es “drink”, así, en inglés, que si me preguntas por qué sólo podré informarte que acaso sea porque entonces el turismo que llenaba nuestras playas era norteamericano, y ésta era una de las pocas palabras que entendíamos de ese idioma. En un viaje de esta naturaleza esa palabra al final suma; pero el refrigerador de Miguel Ángel hace todo tipo de milagros y de él sale lo que cada quien desea, de tequila a guisqui, pasando por los vinos tintos, sobre los que está en plena investigación y ahora anda muy metido con los australianos, a los que Elvira y yo hicimos los honores. Y entonces fue que me pareció ver la nave de don Alfonso Reyes: “Dicen que en el mar del trópico / anda una errabunda nave; / dicen que el mar la enamora, / dicen que la ayuda el aire.”

J U E V E S

A estas alturas Perla termina de leer el libro sobre San Francisco, el de Asís, que traía medio avanzado cuando salimos. Toda una proeza, porque lo único que yo compruebo es que el mar no es, precisamente, el mejor sitio para llevar lecturas. Y es que cada vez que le diriges la vista te distraes con él porque lo encuentras siempre diferente. Todo lo cambia, el vaporcito que pasa, los paracaídas que suben un poco más allá y por aquí pasan arrastrados por otro, las olas mismas que vienen desde adentro para reventar en la playa, unas con más fuerza que otras haciendo correr a las que, caminando, descalzas, pero vestidas, se han metido a encontrarlas, sin faltar la vacacionista que olvidando que tiene, cuando menos, un año más de los que tenía la última vez anterior, ha sido alcanzada y derrumbada sin compasión por la ola que la devuelve toda mojada y sonriente, claro, porque, después de todo, eso era lo que se buscaba, pues su época de vestir el traje de baño había quedado atrás en su vida.

Mientras tanto, acá en la palapa, todos le dan gusto a Marcela que quería saber qué se sentía estando toda cubierta de arena, menos el rostro, claro. Perlita y su padre le dieron gusto, quedando como recuerdo la foto correspondiente.

Pienso que la vida de Adán y Eva debe haber sido de lo más triste, pues el espectáculo más atractivo del mundo es la gente, es decir, el prójimo para ti y tú para el prójimo, y Adán, para ver, sólo tenía a Eva, y ésta a él, que ni prójimos eran por mucho que se acercaran.

V I E R N E S

Aunque Elvira y yo hemos venido, como ya lo he dicho, con el deliberado de descansar como Dios manda y dio el ejemplo al acabar de hacer el mundo, que no volvió a hacer otro, esta mañana a sabiendas de que mañana dejaríamos todo y Miguel Ángel atacaría las vueltas y más vueltas que nos llevarían hasta el Espinazo del Diablo para tomar conciencia de que las vacaciones habían terminado, y de que no alocarnos con el trabajo haría durar más el beneficio obtenido. Pero ambos sabemos que ése es el problema.

De regreso, Miguel Ángel y Perla nos llevaron a conocer “Cuatillo”, Dgo., pequeño pueblo donde ellos en Semana Mayor realizan una misión que se han impuesto desde hace años, conviven con su gente y es muy satisfactorio ver cómo ésta les reconoce y les saluda y abraza con afecto.

Hay allí una antigua iglesia de cantera, muy bien cuidada. Buscan a la encargada de ella, quien la abre para nosotros. Luce seis u ocho pinturas religiosas que si no están avaladas por firmas reconocidas son dignas de verse, y esto me vuelve a recordar eso que suelen repetir muchos acerca de que no tenemos qué enseñar a los turistas. Y esta iglesia me hace pensar que más bien, los encargados de buscar no se han dado tiempo para hacerlo, y me hace recordar también cómo en España rescataron mucho de su folklore hace sesenta o más años visitando pequeños pueblos perdidos en lo más alto de sus montañas. A nosotros nos falta ese empeño y dinero, claro, que lo tenemos para cosas menos interesantes, pero no para esto.

S Á B A D O

El profesor Marco Antonio Sordo Domínguez y Susy su esposa, lectores de esta columna, habiéndose enterado de que otro me había obsequiado un disco de Lara y teniendo una amplísima colección de discos que vienen formando desde hace más de treinta años, me han sorprendido enviándome una grabación del músico poeta que incluye Rosa de Francia, poco conocida. Marco Antonio y su estimable esposa llevan esa cantidad de tiempo grabando casetes para regalar, y a la fecha han regalado cinco mil setecientos noventa y tres contando el que me acaban de enviar, como consecuencia de un comentario que aquí hice sobre la muerte de Lara y la ausencia de mujeres en su sepelio. Luego de ellos, Simón Álvarez a la sombra de una copa de vino me invita para entregarme una muy especial colección de música de 1900 para acá, que incluye una titulada “Ay, órale y verás”, que es una “canción para hacer tortillas”.

Yo les agradezco a todos ellos su gentileza, pero, por supuesto, mi comentario sobre Lara sólo era eso, para los “Laristas” como yo, no perseguía ningún otro propósito, y menos éste. Muchas, muchísimas gracias.

Y D O M I N G O

La patria no es una realidad histórica o política sino íntima. LÓPEZ VELARDE

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