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Misión incumplida | Salvador Kalifa

Salvador Kalifa

Ya pasó una semana pero sigue vivo en mi mente el espectáculo patético, deprimente y vergonzante que observamos en el cuarto informe de gobierno del Presidente Vicente Fox. En las calles, las protestas de sindicalistas y militantes del PRD obligaron al “blindaje” del área que rodea al recinto legislativo de San Lázaro con elementos de la policía para salvaguardar la integridad física de los asistentes al evento.

En el interior del edificio, legisladores de diversos partidos, pero principalmente los del PRD, interrumpieron en más de 20 ocasiones el mensaje del Presidente con desplantes y actitudes más idóneos de un pleito de lavanderas que de la investidura que detentan. La foto del jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés López, ocupó los asientos de diputados ausentes del PRD como si fuera un icono religioso, al que sólo le faltó su veladora encendida.

El contenido del discurso de Fox, más que un informe, fue un mensaje que destacó los aspectos favorables de su administración y reconoció algunas dificultades, pero omitió los temas política y socialmente más candentes. El presidente acudió a su compromiso constitucional sin ganas, lo que se notó visiblemente en la prisa que demostró para terminar ese ritual, cuando en varias ocasiones no esperó a que Manlio Fabio Beltrones, presidente de la mesa directiva de la Cámara de diputados, terminara sus exhortos para que los revoltosos regresaran al orden.

En la televisión no se apreció en toda su dimensión el desorden que imperó en ese lugar. Al término de la sesión, legisladores del PRI y el PRD dieron la espalda al presidente, como una muestra final de su falta de civilidad. Nada me llamó la atención del mensaje de Fox, salvo quizá el uso protocolario de la palabra “honorable” al referirse al Congreso de la Unión, vocablo pésimamente empleado para referirse a los pelafustanes que ocupan el cargo de legisladores, cuya mayoría carece de la mínima calidad ética y profesional.

El problema, sin embargo, no sólo estuvo en la actitud de los legisladores, sino en que el presidente Fox quiso darnos la impresión de que llega a esta etapa de su gobierno con misión cumplida. Mi visión sobre estos cuatro años de gobierno es muy distinta. El Presidente habló de la democracia y en el terreno económico destacó las acciones asistenciales y de gasto público, pero en el fondo no hay forma de esconder que su récord económico es, en general, pobre. En este lapso casi no hubo crecimiento, el ingreso por persona cayó, la desocupación aumentó, se doblegó ante cualquier reclamo y se paralizaron las reformas estructurales.

No reconoció su fracaso en la tarea de sentar las bases para mejorar considerablemente el desempeño económico del país. Se trata, a fin de cuentas, de que la población espere menos del gobierno y más de sus propios esfuerzos dentro de una economía de mercado. Pero en su lugar, este gobierno se ha encargado de aumentar las trabas y regulaciones para abrir negocios y en particular para importar productos de otros países.

Lo positivo es la estabilidad financiera, con una inflación bajo control, tasas de interés bajas y tranquilidad en el mercado cambiario. Pero esto no se debe tanto a su gestión, como a que contó con un entorno externo propicio y mantuvo la disciplina macroeconómica que heredó de la administración de Ernesto Zedillo.

Este triste desempeño económico no ha sido culpa exclusiva de Fox, sino también de la economía global, en particular la estadounidense, que cayó en recesión precisamente en su primer año de gobierno. No es su culpa que en dichas condiciones la desocupación en México haya crecido y millones de personas no puedan encontrar empleo, ya que la política macroeconómica mexicana no tiene el margen de maniobra suficiente para aplicar medidas expansivas que contrarresten la debilidad externa. Pero hasta aquí llegan las excusas.

Nuestro país comenzó a recuperarse a fines del año pasado debido al repunte vigoroso de la economía estadounidense, pero su desempeño de mediano y largo plazo continuará siendo mediocre porque la administración de Fox y nuestro Congreso no lograron avanzar en las reformas estructurales, tarea exclusivamente interna. En estos cuatro años su gobierno se ha caracterizado por la improvisación, la inexperiencia y la incompetencia, doblegándose ante cualquier reclamo de protección y ampliando, en vez de reducir, las barreras no arancelarias.

El presidente Fox no reconoce las severas deficiencias institucionales de nuestro país y que han sido identificadas en muchas partes como obstáculos serios al buen desempeño económico de una nación. Me refiero, en particular, a la falta de respeto a los derechos de propiedad, la violación impune de la ley y el orden, así como la capitulación de las autoridades ante los actos delictivos.

México necesita una cirugía mayor en el terreno estructural si quiere salir en definitiva del derrotero económico mediocre que lo ha caracterizado por tanto tiempo. Si el pasado es indicador del porvenir, los cambios necesarios no se lograrán en el gobierno de Fox que entra muy menguado a su último tercio. Su gestión será de mero trámite en los próximos dos años, ya que las decisiones de los partidos políticos tendrán la mira puesta en sus efectos sobre las elecciones del 2006. Ese no es un escenario propicio para la instrumentación de reformas estructurales sino, en el mejor de los casos, solamente para cambios cosméticos.

La prueba verdadera de nuestras contiendas democráticas futuras ya no estará en la limpieza de los comicios electorales, sino en ver si los gobiernos democráticos y las legislaturas plurales que resulten de ellos pueden lograr lo que hasta ahora es sólo una ilusión: sentar las bases de un crecimiento económico alto y sostenido que mejore el nivel de vida de los mexicanos.

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