Nagua (R. Dominicana), (EFE).- Deshidratados y quemados, varios de los más de treinta dominicanos que sobrevivieron doce días en una barca a la deriva tratando de llegar a Puerto Rico, relataron que una mujer amamantó a algunos de ellos y otros se arrojaron al mar desesperados por el hambre y la sed.
Al menos siete de los 33 dominicanos rescatados por las autoridades en la playa de Matancita de Nagua, 180 kilómetros al nordeste de Santo Domingo, han muerto en distintos hospitales.
Ese grupo formaba parte de alrededor de 90 dominicanos que el 29 de julio se hicieron a la mar en una yola (barca de fabricación casera) desde la desembocadura del río Barracote (nordeste) para tratar de llegar a Puerto Rico.
En el hospital Antonio Yapour Heded de Nagua, la sobreviviente Faustina Santana, de 28 años y madre de un niño de un año y diez meses, contó que los viajeros "se volvían locos del hambre y la sed" y se tiraban al mar.
Santana, residente en el Limón de Yuna (nordeste), narró que a bordo de la embarcación iban "87 personas" y que una mujer dio leche de su seno a algunos viajeros, murió poco después y fue arrojada al mar, donde las autoridades buscan hoy más de treinta desaparecidos.
Los familiares de los viajeros, en su mayoría de Villa Arriba, Arenoso y comunidades de Nagua y en su mayoría jóvenes, buscan a sus parientes entre los sobrevivientes en los distintos hospitales de Nagua, San Francisco de Macorís y Santiago (norte), en los que fueron distribuidos tras el rescate.
Residentes en Nagua se arremolinaban alrededor de la barca de la frustrada travesía en la playa de Matancita, mientras otros esperan en la orilla con la vista fija en lo que creen que es un cadáver oculto a lo lejos por el movimiento de las olas.
En la clínica La Unión de Nagua, Odalís de Jesús, de 29 años y residente en Villa Riva, afirmó que bebieron agua del mar para apagar la sed y que "una mujer recién parida se exprimía el seno y mojaba los labios" de los viajeros cuando los "veía caer".
De Jesús, con dos hijos de 4 y 10 años que dejó en casa de su madre, pagó 30 mil pesos (714 dólares) por la frustrada travesía y cuenta, siendo capaz de sonreír, que decidió partir "porque mi esposo está allá y me dijo si quería ir".
"Me he quedado medio loco. Tantos días sin comer, sin dormir. No reconozco muchas cosas todavía", declaró hoy Ramón Payano, de 40 años, en la habitación de un centro de salud de Nagua, donde le acompaña su hermana, que le vio partir en un barca "con demasiada gente" el pasado 29 de julio.
Payano, natural de El Yuna y que viajaba con una sobrina que también sobrevivió, declaró, mientras se mojaba los labios resecos, que "lo peor fue la sed".
Recordó que el motor de la embarcación, en la que fabricaron una vela con restos de ropa, "se despegó" y que no entiende cómo no les encontraron antes, porque él veía que "las avionetas pasaban por el aire" y las luces de los guardacostas.
"Lo que trabajo no me da para comer y tengo cuatro muchachos que mantener", declaró Payano explicando por qué se embarcó.
Según el sobreviviente, que trabajaba en Santo Domingo, algunos de los viajeros "querían arrancarle una oreja" a un cadáver para saciar el hambre, "pero no les dejamos porque somos gente humana".
Observó que el capitán de la barca, de unos 12 metros de eslora, se fue en otra embarcación que encontraron en su camino después de decir que iba en busca de gasolina tras agotarse el combustible.
"El capitán se fue para volver con gasolina pero nunca llegó", sostuvo.
Félix Cedeño, que también se salvó de la trágica travesía, cuenta triste que su hermana Sandra Cedeño falleció en sus brazos en la embarcación y que él le acercaba a su boca pequeñas briznas de madera húmeda de agua salada.
Algunos viajeros murieron poco después de ser rescatados, como Yahani del Orbe, de 24 años y con una hija de siete meses, que falleció en el hospital Costa Norte de Nagua.
"El hambre acabó con esa gente. Llevaban doce días en el mar", dijo entre lágrimas su tía, que agregó que su sobrino, que era agricultor" en Cristal de Yuna, "no habló con nadie" antes de partir.
En pueblos como La Pichinga, los familiares velan, en medio de tremendas escenas de dolor, los cadáveres de sus familiares muertos.
Cada año, miles de dominicanos se lanzar al mar en busca de una supuesta vida mejor en Puerto Rico, ante el aumento del desempleo y la falta de perspectivas económicas en su país, que actualmente atraviesa una grave crisis económica.