En un interesante curso para promotores de la lectura, organizado por el Instituto Coahuilense de Cultura en la ciudad de Torreón, me agradó sobremanera un ejercicio que el conductor llamó Lector-Autor, en el cual se buscaba que los participantes narrásemos nuestra experiencia de acercamiento con alguno de los escritores, cuya obra formara parte del acervo bibliográfico que se pondría a disposición de las Salas de lectura resultantes del programa de promoción para la Región Lagunera.
Debo reconocer que para la realización del ejercicio no recurrí a ninguno de los autores ya conocidos, lo que me hubiese facilitado las cosas, más bien me dejé llevar por el título de una obra que me pareció atractivo: Feminus, novela del escritor jalisciense Dante Medina de quien, hasta ese momento, no había leído absolutamente nada. El título me remitió a pensar en fémina, femenina, feminista y me motivó a efectuar una lectura rápida en función de la naturaleza del ejercicio, encontrando desde luego que el centro de la novela es la mujer; una, diez, cien mujeres presentes en la obra a través de la visión de un personaje donjuanesco. La novela contiene algunos indicadores sobre la mujer que son de llamar la atención y mueven a reflexionar sobre ello.
En la obra se hace referencia a que feminus viene de fe menor y en función de ello, la palabra femenina la significa como fe de niña, de imberbe, sin criterio de adulto. Afortunadamente el autor considera esto como falso, con lo cual coincido plenamente, pues estoy convencido que nadie cree con más fuerza que las mujeres. Baste recordar en la recuperación de la versión bíblica que la mujer desde que fue expulsada del Paraíso se hizo sentir y hasta temer. Hoy las mujeres están en todas partes, en todas las cosas. Dice Dante Medina en una afortunada frase que “son huéspedes preferidas del imaginario”. Son sinónimo de poesía, de belleza, música, sensibilidad, magia, inteligencia, astucia, fidelidad, maternidad; pero también corresponde a lo femenino, la muerte, la lujuria, la falsedad, la esquizofrenia, la infidelidad. Se pueden idealizar o por otra parte, condenar. Pero no se pueden ignorar: son omnipresentes e indispensables.
Se dice también que la mujer proviene del mar, que sus formas y andar pertenecen al elemento líquido. Lo cual es muy sugerente. Todo lo dicho y mucho más sobre la mujer hacen de la novela de Medina una obra interesante y aunque en ella se escribe básicamente aludiendo a las mujeres amantes, el leerla me llevó a otras dimensiones de la mujer o las mujeres: las amorosas y amadas, pero también las activistas, las luchadoras sociales, las creadoras artísticas, las científicas, las deportistas, las profesionistas, las amas de casa con su gran influencia como madres y compañeras. Mucho se ha escrito y se puede seguir escribiendo sobre las mujeres. Yo sólo tomé como pretexto el curso aludido y el libro señalado, para rendir homenaje a las mujeres este ocho de marzo en que se conmemoran 58 años de haberse instituido por la Organización de las Naciones Unidas el Día Internacional de la Mujer, aunque la iniciativa data de 1908 cuando fallecieron 130 mujeres en el incendio de una fábrica textil donde se habían encerrado para reclamar igualdad de derechos laborales con respecto a los hombres.
Las mujeres han desplegado, a través de las distintas épocas, enormes esfuerzos de reflexión y de acción en la búsqueda del reconocimiento expreso de sus derechos, que se pueden resumir en el derecho al trabajo, la educación, la cultura, a la tierra, a conservar sus ingresos, a facilidades financieras, al acceso al poder, a una vida sexual y reproductiva plena, a la salud y a ser tratadas con dignidad. Esto significa, ni más ni menos, el gozar en igualdad de condiciones y oportunidades, de los derechos que tenemos los hombres.
Como maestro debo reconocer que la educación es la clave fundamental para que la mujer tenga acceso a sus derechos, ya que en la medida que tengan posibilidades de conocer y comprender las normas sociales que nos rigen, podrán cumplir sí con sus obligaciones, pero también exigir los derechos a los que se han hecho acreedoras como ciudadanas, está claro que la educación es una herramienta para combatir la desigualdad y la discriminación, pero sobre todo es una inversión para el mejor desarrollo de la sociedad, pues al educar a la mujer se está contribuyendo a la educación y superación de la familia.
Termino diciendo que nuestro país no será verdaderamente democrático, libre y justo si se mantienen normas o costumbres que lesionen la dignidad y los derechos de las mujeres. Hoy tenemos que asumir juntos, mujeres y hombres, el compromiso de trabajar en la construcción y consolidación de una sociedad más justa, de un mundo más equitativo y humanizado, donde podamos compartir y disfrutar, gozando con plenitud y sin discriminaciones de nuestros derechos y libertades. A eso aspiramos y creo que vale la pena seguir empujando en ese sentido.