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Murat y el fantasma de Colosio

Jorge Zepeda Patterson

Lo menos que puede decirse de José Murat es que es un gobernador atrabancado. Lo suficiente para que la autoría del frustrado atentado pueda ser atribuido a una legión de posibles responsables. Murat se ha caracterizado por nunca desperdiciar la ocasión de pisar un callo de más. Así es que luego de más de cinco años de gestión al frente de Oaxaca puede uno suponer que los intereses y las personas agraviadas por las acciones del gobernador podrían formar una larga fila en espera del desquite.

Pero haber sufrido un pisotón no convierte al sufriente en un asesino en potencia. Los que prepararon la operación, mediante un comando armado presumiblemente formado por profesionales de las armas, no estaban canalizando un simple momento de irritación. Tales recursos y tan enfática resolución suelen encontrarse solamente en el crimen organizado y en la política (después de la exhibición de los videos del escándalo de las últimas semanas, más de un lector podría argumentar, con cierta razón, que “crimen organizado” y “política” constituyen un pleonasmo).

Sobre las investigaciones para descubrir a los autores del atentado más vale encomendarnos a los dioses. Por un lado, para que estas investigaciones lleguen a buen término y no se diluyan en el enorme hoyo negro en el que han acabado las muertas de Juárez, el caso Colosio y tantos otros. Y, por otro lado, para que si llega a descubrirse la verdad, no nos llevemos una sorpresa dañina y mayúscula. Los primeros datos no son muy tranquilizantes. Los testimonios de los involucrados, incluyendo al propio gobernador, están plagados de contradicciones. El comportamiento del procurador de Oaxaca ha levantado también algunas sospechas y, sobretodo, una certeza: es un hombre que no quiere a Murat.

Pero más allá de las investigaciones que apenas comienzan, lo preocupante es que este atentado es una cuenta más del rosario de perlas negras en el que se ha convertido la escena política. No sólo porque la opinión pública no ha tenido respiro desde hace semanas en materia de escándalos, sino también por el recuerdo de Colosio. En ese sentido, el “timing” de los autores del atentado no pudo ser más inconveniente. A una semana de que se cumpla el décimo aniversario de la muerte de Colosio, la ejecución de un gobernador de haber tenido éxito, habría hecho retroceder la película completa. Nos habría instalado en el México bronco anterior a la alternancia y a la transición democrática.

Lo peor que podría pasarnos es que esta infeliz coincidencia no fuera del todo casual. Murat tiene enemigos dentro y fuera del PRI; los tiene entre la guerrilla, en el magisterio oficial y también en el disidente, entre los grupos económicos legales e ilegales a los que no ha favorecido, entre el crimen organizado (sea por los buenos motivos o los malos: porque no se involucró o porque se involucró de manera equivocada). Motivos podrían no faltar; pero ojalá no sea por razones aún peores: las ganas de desestabilizar el orden político.

Si tal fuera el caso los mexicanos tendríamos que apresurarnos a defender lo que se ha conseguido. Los crímenes políticos provocan desestabilización porque ponen en entredicho a las instituciones, propician medidas extremas por parte de los inconformes sean, éstos poderosos o miserables (hacerse justicia por propia mano, operar al margen de la Ley) y endurecen el comportamiento de los aparatos de seguridad y del Ejército. Todas éstas son malas noticias.

Hay quienes quisieran regresar al México en el que las cosas se resolvían con un manotazo por parte del poder. Y creen que pueden lograrlo desacreditando al orden vigente y exasperando a la opinión pública por los escándalos y la parálisis de las instituciones actuales.

Pese a la podredumbre que han exhibido los actores políticos en los últimos meses, tenemos mucho que reivindicar. La posibilidad de que la sucesión del poder se realice mediante del voto de la mayoría sin temer un fraude no es poca cosa. Fox ha quedado muy lejos del Presidente de alternancia que pudo haber sido y el Congreso de oposición terminó siendo una caja de impedimentos, pero sin duda el país está transitando hacia su modernización política. Estamos pagando el precio del aprendizaje y si bien tenemos derecho a exigir que este precio sea más bajo, no podemos simplemente renunciar a él. No podemos regresar a la minoría de edad y renunciar a aprender simplemente porque el proceso educativo tiene inconvenientes. Los autores de este atentado buscan elevar el costo del aprendizaje. Intentan desacreditar a la política, para que el resto de los mexicanos desistamos y dejemos de participar; no quieren nuestro voto y no desean que la opinión pública y los tribunales sean los foros en los que se definan los asuntos que atañen a todos. Lo que desean es que nos exasperemos y nos rindamos. Lo que desean es que la política vuelva a ser un asunto de su exclusiva competencia.

El atentado a Murat es inadmisible, independientemente del partido en que milite y los odios que pudo haber alimentado. Es un atentado a la democracia. Es un atentado en contra de todos.

(jzepeda52@aol.com)

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