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¿Nacionalismo o justicia?

Federico Reyes Heroles

El ser humano es un bicho muy raro. En el fondo bastante desagradecido. Le cuesta mucho aceptar abiertamente que la fortaleza proviene en parte de tomar lo mejor de los otros. Cada vez que puede se inventa a sí mismo como el gran solitario. En el fondo es un acto de profunda vanidad, de vana soberbia. Yo no le debo nada a nadie. Son tantas las deudas que prefiere fingir demencia. Deberle mucho a muchos es algo indigerible. Lo más incómodo es que esas deudas nos llevan a tener que reconocerle al que no queremos. Eso sí es demasiado. Mejor elaborar una lista de aquellos a los que debemos y aceptamos y en lo demás pretender que el conocimiento puede ser por generación espontánea.

Lo peor de todo es que las grandes aportaciones universales tienen una paternidad bastante precisa. Negar los agradecimientos es imposible. La electricidad, el motor de combustión interna, las vacunas, la aviación, la penicilina, los antibióticos, la televisión o las computadoras por ejemplo, nos remiten siempre a las mismas naciones. Ni hablar, muchos de los que hoy andamos por aquí quizá no hubiéramos sobrevivido sin las aportaciones de la ciencia en los siglos XIX y XX de Inglaterra, Francia, Alemania y por supuesto los E.U. Madame Curie, Fleming y todos ellos, también tuvieron sus deudas. Se montaron sobre ellas y avanzaron. Las grandes aportaciones al conocimiento han tenido como oleadas que nos remiten a China, Egipto, por supuesto a las culturas ancestrales asentadas en el territorio de lo que hoy es México, las penínsulas Ibérica e Itálica.

El encadenamiento es formidable. Eso hace que los agradecimientos se vuelvan infinitos. En ciencias sociales y humanidades el asunto no es muy diferente. La democracia, hoy tan popular, la división de poderes, la administración de justicia, etc. tienen paternidades muy claras a las cuales debemos rendir tributo. Los mexicanos no inventamos ni la penicilina, ni el microchip, tampoco la democracia.

Por supuesto que todos los países tienen prohombres que en muchas ocasiones importan, adaptan e impulsan ideas. Su valor es innegable. Merecen todo el reconocimiento, pero que no se conviertan en mascaradas, en engaños institucionalizados que nos impidan ver dónde andamos mal, en qué áreas otros nos aventajan. Aceptar las deudas, cómodas o incómodas, es entonces sólo el primer paso para acceder a un mayor nivel de madurez intelectual. Los individuos y las naciones que no reconocen sus deudas terminan por negar el peso de las ideas y del conocimiento. En el fondo están también negando sus problemas. No aceptar la necesidad de importar conocimientos y fórmulas es un típico síndrome de una cultura cerrada y autoritaria. Nadie está exento de resbalar en ella. Los fantasmas nacionalistas nos pueden visitar en cualquier momento.

El conocimiento que de verdad es universal no tiene patria. Los antibióticos, las ondas hertzianas o el voto secreto son invenciones que han traído beneficios concretos al ser humano. Sólo al loco del presidente de África del Sur se le ocurre bloquear la entrada de los medicamentos para tratar a los enfermos de Sida argumentando que las fórmulas químicas podrían atentar contra la raza negra. En una sociedad abierta el razonamiento es a la inversa: a) dónde tenemos problemas, es la pregunta inicial; b) qué fórmulas se han aplicado para solucionarlos, c) aplíquense con las adaptaciones del caso.

Si el país genera las soluciones en su interior qué bueno. De no ser así ha llegado el momento de volver la mirada a los demás. Ya lo decía don Edmundo O’Gorman, todo proceso de modernización en algún momento supone imitar. La verdadera fortaleza de un país no proviene de la nacionalidad de las técnicas que utilice para generar bienestar sino de lograrlo. “Para mi entender el derecho y la justicia... tienen que estar profundamente vinculados al nacionalismo”. “No podemos referirnos a otro derecho sino al derecho mexicano. No tenemos que pedir recetas a otros”. Esas fueron las declaraciones iniciales como reacción a la solicitud de transparencia en los procesos judiciales de México.

Una semana después las aseveraciones trataron de ser matizadas, pero el enredo creció: “El (nacionalismo) equilibrado y racional no implica cerrarse a lo que viene del extranjero, naturalmente supone que se rechazarán actitudes malinchistas”. “Supone naturalmente rechazar cualquier actitud imperialista que tienda a disminuir a los mexicanos”. Y, como remate: “Ha habido críticas constructivas, pero también destructivas, a veces complementadas con injurias y descalificaciones”.

Perdón pero ¿cuáles son las actitudes imperialistas? ¿Acaso las que buscan mayor eficacia y menor corrupción en los procesos judiciales? En una sociedad abierta y supongo que queremos serlo, ¿quién califica lo que es un nacionalismo equilibrado cuando se trata simplemente de mejorar el funcionamiento de un deber esencial del Estado, la impartición de justicia?

Perdón de nuevo pero, ¿acaso estudiar y proponer fórmulas que han resultado eficaces en otros países disminuiría (???) a los mexicanos? ¿De verdad se pueden aplicar términos como malinchismo para referirse a las críticas a una de las áreas más degradadas de nuestra vida institucional? ¿Vamos a regresar al pantano de definir cuáles críticas son constructivas? Cambiar supone desechar. ¿Es eso destructivo?

Todo esto para decir que me preocupa la actitud del presidente de nuestra Suprema Corte con relación al tema. Sé que el doctor Azuela es un gran jurista y me merece todo el respeto, pero en esto creo que camina en un lindero muy peligroso. Creo que no hay claridad en el diagnóstico. Después de la democracia, la aplicación de justicia es la demanda más extendida. No lo digo yo sino las cifras. La corrupción en el Judicial, en sus diversos niveles, es considerada por los empresarios del mundo como el obstáculo número uno para no invertir en México.

Ese simple hecho nos está costando mucho en inversiones y empleo. Hay problemas severísimos. Las fórmulas aplicadas, muy mexicanas eso sí, no están rindiendo ni remotamente los resultados que las necesidades de los mexicanos y su economía exigen. El descrédito del Judicial es lamentable, allí están las cifras. Así lo sienten los mexicanos que son la razón central de cualquier discusión. Estamos en una verdadera crisis. La nacionalidad de las fórmulas para salir adelante es lo de menos. Ni la democracia, ni la división de poderes, ni los derechos humanos, han sido creaciones mexicanas. Si de ese imperialismo se trata, pues bienvenido. La aplicación de justicia no es nuestra fuerte, nunca lo ha sido. Justicia o nacionalismo, ¿qué queremos?

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