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Navidad/Nuestro concepto

La Navidad es quizá la celebración más esperada del año en el llamado Occidente.

Casi desde un mes antes, las grandes cadenas de supermercados y tiendas departamentales bombardean a través de la publicidad en televisión, radio, prensa y en las calles, a los consumidores potenciales ávidos de gastar sus aguinaldos en pos de un regalo o los ingredientes necesarios para la cena del 24 de diciembre y las reuniones del 25.

Los santacloses aparecen por todos lados y los niños desean fotografiarse con ellos y pedirle un regalo imposible en estos tiempos en que el salario mínimo no alcanza más que para lamentarse.

En México, el “maratón” empieza desde el 12 de diciembre (Día de la Virgen de Guadalupe) y concluye el seis de enero (Día de Reyes), aunque hay quienes lo siguen hasta el dos de febrero (Día de la Candelaria). Son tiempos de hartura, de fiesta, de derroche, frases prefabricadas alrededor de los buenos deseos, la unión familiar y la caridad.

El saldo de todo: bolsillos vacíos, deudas al por mayor, sobrepeso por las comilonas y resacas por las borracheras.

Pero, en medio de tanto festejo y consumo, vale tomar un amplio respiro para la reflexión y retomar la esencia de la celebración. Más allá de las posturas religiosas y las creencias particulares en torno a la figura de Jesús, esta temporada plantea la posibilidad de hacer del mundo un lugar más habitable, en el sentido humano de la expresión. Es imposible separar la fecha de quien millones de cristianos consideran el Mesías y de la palabra y la acción de este hombre.

Si en tiempos del auge del Imperio Romano, en donde la esclavitud formaba un papel preponderante en la economía y por lo tanto, estaba justificada y promovida por el Estado, el Nazareno pudo predicar “la igualdad de todos los hombres ante Dios”, digno sería en su memoria (usada generalmente como pretexto de tanto exceso en esta temporada), a dos mil años de su existencia en la Tierra, intentar seguir el ejemplo en un mundo en donde las desigualdades sociales no han podido ser siquiera disminuidas.

Es época de fiesta y algarabía, de ver a la familia, de regalar a quien se quiere, pero no se debe olvidar por ello el motivo verdadero de la celebración y la reflexión continua sobre el mensaje esencial.

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