La globalización y sus secuelas de pobreza, de falta de oportunidades económicas, de abismales desigualdades, de falta de oportunidades de desarrollo; los conflictos armados y los desastres naturales, son las principales causas por las que una persona decide -acaso debía decir se ve obligada- a marcharse de su patria, a dejar todo lo que ha sido para ser de otra manera y a veces para no ser sino una eterna extranjera.
?No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir?.? Dice la letra de una canción del cantautor Alberto Cortez. Y sabía bien de lo que hablaba porque por muchos años fue un migrante. Pongámonos en sus zapatos.
¿Qué se sentirá tener que abandonar tu país, tu familia, tus amistades, tu casa, tu colonia, tus paisajes preferidos, tus aromas favoritos, tus sabores predilectos? ¿Cómo se vivirá en otro país, con otra lengua, con otra cultura, con otros paisajes, con otros aromas, con otra manera de entender la vida? ¿Cuánta pérdida se acumula? ¿Cuánta nostalgia cabe en un corazón? ¿Cuánta añoranza se lleva de equipaje?
Pongámonos pues en los zapatos de 175 millones de seres humanos que por distintas razones han migrado. 175 millones de personas que viven en un país distinto al que les vio nacer, al que les dio lengua, nacionalidad e identidad. 175 millones de migrantes, una de cada 35 personas en el mundo que no son de aquí ni son de allá.
La globalización y sus secuelas de pobreza, de falta de oportunidades económicas, de abismales desigualdades, de falta de oportunidades de desarrollo; los conflictos armados y los desastres naturales, son las principales causas por las que una persona decide -acaso debía decir se ve obligada- a marcharse de su patria, a dejar todo lo que ha sido para ser de otra manera y a veces para no ser sino una eterna extranjera.
Durante los conflictos armados muchas personas migran y algunas adquieren calidad de refugiadas porque son perseguidas debido a su raza, religión, nacionalidad, opinión política o pertenencia a un determinado grupo social. Sólo por estas razones el año pasado ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) amparó a más de 20 millones de personas; es decir, el organismo internacional acogió a una de cada 300 personas en el mundo.
Pero las razones económicas son las que al parecer provocaron más migrantes en el mundo. De acuerdo con un documento de la Organización Internacional para las Migraciones, en 2000 Estados Unidos fue el país con más migrantes (35 millones), seguida de Rusia (13.3 millones). Y en lo que corresponde a las remesas, la India encabezó la lista en 2000 con 11 mil 500 millones de dólares, seguido de México con seis mil 500 millones de dólares. Pero en este año que termina datos oficiales señalan que a septiembre las remesas mexicanas ascendían a 12 mil 419 millones de dólares.
Casi la mitad de migrantes en el mundo son mujeres. Y aunque la ONU apunta que el flujo migratorio femenino se ha mantenido estable desde 1960, en México estadísticas gubernamentales indican que la migración de mujeres ha ido en aumento. Los últimos cuatro años han migrado unos 400 mil mexicanos, de los cuales el 20 por ciento son mujeres.
No podemos perder de vista que a las penurias que supone ser migrante hay que agregar manifestaciones de racismo, xenofobia, discriminación e intolerancia. El miedo al otro, a la otra, a la diferencia.
Tan serio es este aspecto que a fines de 1990 la ONU adoptó la Convención Internacional para la Protección de los Derechos Humanos de todos los Trabajadores Migrantes y sus Familias. Siete años más tarde, en 1997, organizaciones de migrantes filipinas y asiáticas decidieron celebrar el 18 de diciembre el Día Internacional de Solidaridad con los Migrantes. Para 2000 la ONU estableció el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante.
No es, claro, un día para celebrar. Siempre será una tragedia que una persona tenga que abandonar su patria para sobrevivir o para recuperar la esperanza. Es un día para reflexionar y para llamar la atención hacia la protección y respeto a los derechos y libertades fundamentales de las y los migrantes. Mucho más ahora que la misma Naciones Unidas advirtió que el siglo XXI será el siglo de las migraciones.
Supongo que ser migrante, por las razones que sean, no es nada fácil. A las pocas personas migrantes que he conocido les invade siempre una especie de sensación de extranjería. Y acaso, sin quererlo incluso, de mil maneras los nacionales les dejamos saber que son extranjeros, que no son de aquí. ¿Y qué pasa cuando saben que ya tampoco son de allá? Pongámonos en sus zapatos.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com