De acuerdo con las agencias noticiosas el Gobierno Federal se reuniría con motivo de un festejo taurino que estaba por celebrarse en una plaza de Toros, ubicada en el rancho La Estancia, que Vicente Fox tiene en el municipio de San Francisco del Rincón, Guanajuato.
Bien, no resisto la idea de formular una crónica de lo que allá no sucedió. El apóstol San Pedro, que hasta donde me consta no es del PAN, abrió sus llaves estropeando el evento. No hubo oportunidad de que los nobles brutos salieran al ruedo. El clima no era el apropiado, llovía a cántaros, el coso taurino estaba inundado y hacía un frío que parecía fin de sexenio. No se trataba de una corrida bufa.
Los taurófilos se perdieron la soberbia faena que se esperaba del torero del momento “El Zotoluco”, el pundonor, del ya retirado de los ruedos, Eloy Cavazos y los malabares del rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, quien enseñaría con sus caballos cómo burlar las astas de los toros de Garfias, revolviéndose en un palmo de terreno, sin caerse de la silla.
Lo que se supo, por entre los resquicios de los muros de silencio que suelen levantarse en estos sucesos, donde participa gente de fuste, es que los diestros carecían de cuadrillas y el empresario, de personal que se encargara de todo aquello, por lo que los organizadores acordaron dejar en manos de Alfonso Durazo Montaño la solución del primordial y serio problema.
Trascendió que habría dos picadores. Ambos expertos en la suerte de varas. El secretario de Educación, Reyes Tamez y el de Agricultura, Javier Usabiaga. Uno que se identifica con cabritos mayores y el otro proveería una ristra de ajos para alejar espíritus chocarreros. Los dos de abundantes y sobradas carnes tanto que los cuartagos de pica, al sólo verlos, empezaron a lagrimear, previendo el estropicio que provocaría tan tremenda corpulencia en sus columnas vertebrales.
Quedaría en la taquilla el secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, quien elaboraría una frágil reforma cobrando la entrada sin entregar boletos con miras a reducir el gasto corriente. De juez de plaza actuaría el secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, quien pidió una corneta para pitar, cuando se tratara de enviar a los mansos al corral, pero no había, quizá porque se temió que algunos miembros del gabinete se sintieran aludidos.
En vez de un pañuelo completo, el responsable de la política interna, trajo la mitad cercenada en transversal, que es la costumbre en este régimen, con lo que accederá a que el torero, en su caso, sea premiado con media oreja. Como asesores fungirían los secretarios de la Defensa Nacional, Gerardo Clemente Vega García y de Marina, Marco Antonio Peyrot.
Los cojines y las revistas estarían a cargo del secretario del Trabajo, Carlos Abascal, quien, una vez santiguado, esparcirá agua con un hisopo en los asientos de los concurrentes e impediría que a los baños portátiles accedieran dos personas al mismo tiempo; cundió la especie de que pretendía ponerles pañales a los cornúpetas pero a fin de cuentas no se supo al haberse malogrado el acontecimiento.
A Andrés Manuel López Obrador, invitado especial, lo pondrían al mando en la puerta de toriles, encargado de clavar los rejones con la divisa de su ganadería, cuidando que los toreros no pisen terrenos que son del toro. De sobresalientes saldrían Felipe Calderón, secretario de Energía y Marta Sahagún de Fox, primera dama de la Nación, que desde antes se preparan para ocupar un lugar. El procurador Rafael Macedo de la Concha vigilará para que los espontáneos no le brinquen las tablas a Fox. A Pedro Cerisola secretario de Comunicaciones y Transportes, le tocaría la infame tarea de fichar a los asistentes con fotos, huellas y revisión de zapatos. Los que pondrían banderillas, palos primorosamente adornadas con flores de papel de china, serían el canciller Ernesto Derbez y el secretario de Economía Canales Clariond.
Estará usted de acuerdo conmigo, que ambos ni mandados a hacer para construir tendajones improvisados, en las calles aledañas a la plaza, de comidas rápidas, vulgo tacos de chorizo, de nana, de buche y de moronga. Al secretario Derbez, dicen, le encantan los tacos de camote en tanto al ex gobernador de Nuevo León le fascinan los de criadillas.
Para limpiar la plaza, una vez terminada la corrida, se contrataría a algunos de los 50,000 burócratas a punto de ser despedidos por Fox, quienes serían dirigidos por Julio Frenk, secretario de Salud, quien, de paso, revisaría no se colaran vacas locas. El presidente Vicente Fox no podía estar en el lugar, aunque no se hubiera suspendido la corrida, pues se le queman las habas para viajar al otro lado de la frontera norte, por lo que con tiempo prepara sus maletas, donde no han de faltar un par de resistentes rodilleras.
Hasta donde se logró saber, de haberse celebrado la fiesta de Cúchares (cuyo uso es metafórico refiriéndose a Francisco Arjona Herrera, torero español, 1812-1868) faltaba quién se encargara de la custodia de los estoques y quién ocupara el puesto de monosabio. Al paseíllo deberá acompañarlo, como alguacil, el secretario de Turismo, Rodolfo Elizondo. Hasta aquí el reporte de una tarde encapotada en la que no hubo ni sangre ni arena.