En estos días en que Gloria Trevi acaparó las portadas principales de casi todos los diarios y espacios televisivos, nuestros compatriotas que actualmente hacen sonar orgullosamente nuestro Himno Nacional en Atenas nos envían lecciones. Sí, ahí donde el recién concluido verano, el desempeño de los atletas mexicanos dejó mucho qué desear, salvo las excepciones que nos dieron los hermanos Salazar, la plata de Guevara y el campanazo de Belem Guerrero.
Nuestros deportistas paralímpicos están cosechando resultados que como nación nos debíamos reclamar se obtuvieran en competencias ordinarias. ¿Dónde estriba la diferencia del porqué los participantes con capacidades diferentes mexicanos son sobresalientes a diferencia de la mediocridad del deporte mexicano? Es una respuesta de raíces aunque profundas en la mentalidad y cultura del mexicano, es tal vez más simple de lo que aparenta en un principio: la tendencia mezquina de sobresalir gracias al fracaso del otro.
Sí, en nuestra patria, en las calles, en las ciudades grandes, las personas por lo general desarrollan una habilidad para trepar gracias a la sumatoria de circunstancias y de ambientes generados artificiosamente para alcanzar beneficios debido a la atmósfera creada para ello y no al desempeño afortunado de las tareas encomendadas.
Fuimos testigos de cómo los dirigentes del deporte nos mostraban sus luchas internas para que al final de cuentas sean los resultados los que hablen mal de todos. Es una pena cómo Felipe “El Tibio” Muñoz luego de ser medallista de oro en 1968 se haya convertido en un burócrata de aquellos que tanto freno y contratiempos le causan a México y para acabarla, títere de su antecesor que lo dejó en el cargo.
Es difícil entender cómo Muñoz, perteneciente a esa escasa casta de ganadores de primer lugar en juegos olímpicos, (en veinte años sólo Soraya Jiménez se ha integrado a ese grupo) esté convertido en un lacayo, que se haya dejado seducir por la politiquería barata que nos reduce a ser unos perdedores en las competencias internacionales, salvo como siempre de las honrosas excepciones.
En medio de esta forma generalizada de ser de los mexicanos, hoy aparece en el horizonte un motivo de orgullo y satisfacción, pero que obliga a la reflexión basándonos en una hipótesis. Supongamos que verdaderamente nuestra raza es comúnmente más débil genéticamente que la de los países acostumbrados a puntear los cuadros de medallas, los campeonatos mundiales, los torneos de tenis de máximo nivel. En fin, en casi nada destacamos, nada más los “garbanzos de a libra” a veces nos obsequian ese gusto y que rompen con la barrera de ser inferiores genéticamente. Digamos que la alimentación es también pobre y las circunstancias de las mayorías, nos dan un handicap en contra para destacar. Bien, suponiendo sin conceder saldría una interrogante demoledora: Si somos más débiles ¿por qué los paralímpicos no lo son? Si en este país donde la cultura cívica (o cualquier otra) no es precisamente una característica de nosotros, resulta que nuestros paisanos discapacitados, ninguneados en casi todos lados por nuestro México, aparecen todas las noches de esta temporada en los noticieros izando nuestra bandera dándole brillo a los ciento cinco millones de “masiosares” que pululamos en este mundo.
Total, o nuestra sangre produce seres inferiores –a lo cual me opongo férreamente- o nuestro sistema acaba con todo. No así con los discapacitados donde para algunos no es atractivo hacerles mucho caso ni existen intereses y dinero como en el deporte regular hay y es lo que persiguen muchos burócratas.
Terminarán pronto los juegos, nuestros atletas regresarán la mayoría postrados en sus sillas, reventándonos el mensaje de que sí se puede, pero nuestros prejuicios y complejos sociales, los olvidarán hasta que dentro de cuatro años se repita la misma historia. El mensaje está para el que lo quiera tomar y es aplicable en muchas cosas de la vida.
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