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No hagas cosas buenas.../Segundo Informe

Enrique Irazoqui

A la hora de escribir estas líneas el alcalde torreonense Guillermo Anaya apenas iniciaba la lectura de su Segundo Informe, por lo que por efectos de temporalidad me es imposible hablar del acto mismo, pero sí en cambio es posible intentar hacer la evaluación ciudadana a la que tenemos derecho cualquier persona que vive y paga sus impuestos en Torreón.

Remembrando un poco de historia y sólo para ubicar en el tiempo la carrera y los sucesos que le permitieron al segundo alcalde panista acceder a la Presidencia Municipal –después del ascenso de Jorge Zermeño en 1996-:

Anaya llamas se incorporó al PAN a inicios de la década pasada. Como novel abogado de la Universidad Iberoamericana plantel Laguna, el ahora edil municipal ingresó al partido natural para la simpatía de un joven de clase media alta y de la Ibero. En ese entonces, el Partido Acción Nacional estaba en franca tendencia hacia arriba, merced del deterioro del sistema unipartidista que reinó en nuestro país por casi todo el siglo veinte. En la última década de la centuria recién concluida, los triunfos del PAN eran cosa cada vez más ordinaria y en Torreón el aire parecía cambiar a favor de los políticos locales de camiseta azul, que durante décadas sufrieron en carne propia el autoritarismo siniestro del Estado mexicano. Don Edmundo Gurza (q.e.p.d.) es sin duda un icono de esos tiempos.

Así las cosas, cada vez la posibilidad real de tomar el poder público tenía forma, de manera que se puede decir que Guillermo llegó justo a tiempo, ya que para esas horas, había muchas sillas por repartir y pocas posaderas listas a ocuparlas. Falta agregar además que los cuadros blanquiazules no eran así que digamos de gran perfil, por lo que el rápido posicionamiento del novel abogado no fue de gran dificultad, como dicen por ahí: “en tierra de ciegos el tuerto es rey”.

Con estas circunstancias y en medio del revuelo causado por la campaña de Zermeño cuando se alzó con el triunfo por Torreón, Anaya ganó su primera elección al cargo de diputado local, donde en esos tres años empezó a construir el liderazgo que le permitió conseguir la candidatura para diputado federal para el sexto distrito en el año 2000, ubicado en la mancha urbana de Torreón. Es ese entonces, el efecto Fox facilitó las cosas para una cómoda victoria contra el ex alcalde Carlos Román Cepeda. Con su triunfo en la mano, Anaya ocupó su curul en el palacio de San Lázaro donde preparó su legítimo asalto democrático para el puesto que hoy desempeña. Primero, derrotó a José Ángel Pérez en una cerrada disputa interna por la candidatura de su partido, donde la polarización entre Jorge Zermeño y Juan Antonio García Villa fue más que manifiesta.

En la elección constitucional, a diferencia de sus anteriores confrontaciones, la cosa era diferente. Su rival era el Gobierno de Enrique Martínez y compañía, especialmente el controvertido secretario de Gobierno, Raúl Sifuentes. Bajo reglas nuevas y campañas cortas, tuvo que hacer malabares y cuanta cosa para derrotar a un PRI que tenía a un gobernador bien posicionado y a la clásica estructura electorera del tricolor, a su favor era que la candidata Laura Reyes Retana, había sido impuesta al priismo tradicional local, lo que quizá abrió la posibilidad del triunfo que a la postre se cristalizó.

Ya con el báculo local en la mano, la administración de Guillermo Anaya se perfila como una de luces en lo que al manejo general de la administración pública se refiere, pero con sombras en cuanto al manejo político y al comportamiento de algunos de sus subordinados, cuestionados en su desempeño y en su fama pública.

Las obras de relumbrón como el Independencia y recién estrenado Diagonal Reforma demuestran decisión y ganas de hacer las cosas para mejorar. La seguridad pública en manos del bocón colorado Gutiérrez es mejor, -con nuevo edificio y todo- a lo que nos acostumbró el tibio licenciado Woo Favela. El Simas, lo puso en manos de Alatorre Dreseel, al que se le puede señalar la poca claridad en la asignación de obra pública, como por ejemplo a la empresa de Eduardo Jiménez Saracho, lo que empaña el desempeño.

En términos menores se puede criticar la actitud de algunos de sus colaboradores que dentro de la administración, inmediatamente al subirse a un ladrillo se marearon. La falta de manejo político es evidente y Alfonso Tafoya está por demás rebasado.

Se puede criticar también que Anaya no es parejo en sus decisiones, con las clases populares ha sido firme –retirar a manifestantes que bloquean arbitrariamente vías públicas, sacar adelante el uso de taxímetros- y en cambio se le cayeron los calzones con alguien poderoso cuando se retractó del cambio de vialidades en la Colón y Cobián.

Hoy el reto es el transporte urbano. Si Anaya sale avante de ese toro, sentará un precedente positivo en la historia de su administración; queda un año nada más y en las urnas don Guillermo recibirá la calificación final de quienes debe servir.

eirzoqui@elsiglodetorreon.com.mx

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