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No necesito ir muy lejos

Adela Celorio

No necesito ir muy lejos, de momento me bastaría con moverme dentro de la recámara, un paso primero, luego el otro, como siempre lo he hecho, como todo el mundo lo hace. Pero resulta que a veces Dios se propone recordarnos que la felicidad es tan sencilla como el hecho de poder caminar y cualquier mañana amanecemos cojos.

Esta vez el recordatorio me tocó a mí y mis amigas, solícitas, una me recomienda a su chamán “es un magnifico sobador” asegura. Otra ofrece llevarme con el “huesero” y una tercera insiste en que si me ponen los imanes -cualquier cosa que eso signifique- me voy curar. Yo por mi parte prefiero confiar en mi doctor, quien me asegura que sólo se trata de una contractura muscular y me prohíbe de momento practicar deportes extremos.

Supongo que él considera que a mi edad, caminar es un deporte extremo. Mis hijos por su parte, están convencidos que inventé este contumaz dolor que se ha aposentado en mi pierna izquierda, sólo para poder sentarme sin culpa frente a la tele para husmear hasta los más insignificantes pormenores de la boda irreal, sin embargo la boda ya pasó y el dolor sigue ahí, aunque no puedo negar que aproveché mi confinamiento para introducirme por el ojo de la cámara, en el mundo mágico de la riqueza y el esplendor que sólo tuvo su pequeña dosis de realidad en los grupos antimonárquicos que como en toda democracia que se respete, encontraron el tiempo y el espacio adecuados para manifestarse en contra de los altísimos gastos que la regia boda generó y que según afirman, recaerán sobre los contribuyentes.

Indudablemente la familia real ha echado el palacio por la ventana para celebrar la boda de su chiquillo, pero al menos en este momento, España es un país próspero en el que casi todos los ciudadanos tuvieron pan, mantequilla y hasta un buen vaso de vino para protestar o para brindar por la felicidad de sus príncipes.

Nosotros en cambio, con la mitad de la población viviendo en extrema pobreza, nos damos el lujo de mantener a cuerpo de rey unos partidos políticos que son una verdadera vergüenza y a unos diputados que como hijos dispendiosos e imbéciles, creen que ser oposición es oponerse a todo y que mientras discuten quién se llevó la maleta de los dólares y a quién se la dio, crece el ejército de chiquillos y chiquillas que si quieren comer tienen que salir a las calles a mendigar su pan cada día.

Está muy claro que cada pueblo hace con su dinero lo que quiere, aunque no puedo negar que las bodas reales ofrecen un espectáculo mucho más agradable que nuestros partidos políticos y nuestros diputados pelmazos y cuestan lo mismo. adelace@avantel.net

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