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No se trata de ir a la marcha...

Gaby Vargas

Siento que las piernas se me doblan al momento que Pablo me da la noticia temprano, por la mañana, al regresar de correr. Anoche secuestraron a Joaquín, tu hermano... Nunca imaginamos que ese hueco en el estómago, esa angustia, ese desasosiego e indignación, durarían tres largos meses, tiempo en el que Joaquín permanece encerrado en un sótano, dentro de un reducido espacio, bajo un foco de luz permanentemente prendido, con música tropical a todo volumen y el ruido de un motor, junto a la oreja, las 24 horas del día. Manos y pies desnudos y amarrados, un alimento al día y la presencia constante de dos guardias, que lo amenazan de muerte todo el tiempo.

Chaparro, voy para allá. En veinte minutos estoy con ustedes: espérenme para cenar juntos. Escribe Joaquín en un libro para la familia, a manera de liberación. Mientras avanzo por la ruta de siempre, dos autos encajonan mi coche. Ocho sujetos trajeados, con guantes negros y armas de alto poder, rodean mi auto en cosa de segundos. ¡Te vas a morir, ahora sí te vas a morir! Dos de ellos se suben a la parte delantera y dos más me fuerzan a tenderme boca abajo, en el piso de atrás; el coche arranca y, con los pies, uno de ellos presiona mi cabeza y el otro me inmoviliza las piernas.

Con torpeza voy tratando de distinguir las ideas que se agolpan brutalmente. Mientras me gritan toda clase de insultos, me despojan de mis zapatos, calcetines y cinturón que van arrojando por la ventana. Al mismo tiempo me esposan las manos y con la corbata me amarran los pies. En medio de los gritos, que no paran, me echan encima una cobija. Alcanzo a ver una caja con cintas elásticas y una jeringa llena. Me recorre un escalofrío. El tipo que apresa mi pierna arrastra un cuchillo por la parte interior a todo lo largo del muslo. Va y viene, va y viene. ¿Cómo te llamas? Joaquín Vargas. En ese momento siento una inyección en el muslo derecho.

?Ya me fastidiaste. El tipo se ríe. ?Sí, ya.

...Despierto en una de las más espantosas experiencias que he sufrido: por unas horas pierdo mi propia identidad. Cuando comienzo a recobrar el conocimiento estoy tendido boca abajo, posiblemente sobre una mesa. Recuerdo una estación de música tropical en un radio puesto a todo volumen. En medio de alucinaciones en que se mezclan toda clase de imágenes incoherentes, empiezo a darme cuenta de que soy yo mismo el que grita las incoherencias que divierten a mis captores. Estoy amordazado, con la boca reseca. Esposado por los pies y con las manos también esposadas a la espalda, casi sin circulación sanguínea. Los ojos vendados. Gradualmente recobro la conciencia, lo suficiente para dejar de gritar. Pido agua y que me aflojen las esposas. A través de la radio sé que estoy en la Ciudad de México y que son las 3:45 del día siguiente...

...Muchas de las cosas que ocurren realmente en estos días, vistas desde afuera, en la seguridad de la vida cotidiana, parecen irreales, narraciones de una película, que no suceden de verdad. El papel de los secuestradores produce indignación. Actúan con absoluta ventaja. La víctima no tiene posibilidad de defenderse. Ellos imponen condiciones desquiciantes para el preso y para sus familiares. Tienen en sus manos el asesinato cobarde con el menor riesgo posible. No te roban tu libertad, te roban tu tranquilidad para siempre, termina Joaquín.

Sr. Presidente Vicente Fox: Bien dice un amigo que los derechos humanos no funcionan para los humanos derechos. Mi familia como tantas otras en el país, podrían contarle historias angustiosas como éstas, llenas de dolor e impotencia. No se trata de un problema de percepción como usted dijo, recientemente, en una cena privada con empresarios. Tampoco es que los medios de comunicación exageren. Me indigna, sobre todo, su respuesta ante la mirada incrédula de todos los presentes: Estoy muy consternado, pero no puedo hacer nada.

Señor Presidente, lo elegimos porque vimos en usted un hombre fuerte, con don de mando, decidido a cambiar al país. ¿Qué pasa? ¿Recuerda el ¡¡No nos falles!! que todos los mexicanos gritamos entusiasmados, y esperanzados, en el Ángel de la Independencia, el día de su triunfo? ¿Dónde está aquel Fox aguerrido y con personalidad de la campaña? ¿Ese valiente que se enfrentó al sistema dinosáurico y corrupto del PRI? Por favor, sienta en la piel, por un minuto, esa desesperación que miles de padres de familia, hermanas, esposos e hijos, gritamos ¡en todo el país! Hace unos años, sucesos como el que narra mi hermano, eran esporádicos. Ahora ya no nos asombra ha penetrado entre nosotros como la humedad. Ocupamos un vergonzoso segundo lugar mundial en los rubros de violencia e inseguridad. ¿A qué hora dejamos que esto sucediera? ¿Cómo es posible que el 97 por ciento de los actos de violencia queden impunes? ¿Cómo es que muchos asesinos salen absueltos a los pocos días de haber cometido crímenes, secuestros y actos vandálicos? ¿Por qué el fuero protege a corruptos que se llenan los bolsillos de dinero ante el asombro nacional? Me pregunto: ¿Por qué seguimos pagando impuestos ante tanta ineficiencia y corrupción? ¿Dónde están nuestros gobernantes?

Sr. López Obrador, esto no es un complot contra usted, como yo lo veo, es un complot de los gobernantes hacia el pueblo. Es un complot para no hacer nada, para permanecer indiferentes, para gobernar entregados a ustedes mismos y a la búsqueda personal de poder sin un mínimo de amor a México. Y nosotros? ¿Cómo lo hemos permitido? No se trata nada más de ir a la marcha, se trata de exigir, de reclamar, de denunciar, para poder entregarles a nuestros hijos un México vivible que, de momento, no tenemos.

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