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Norte y Sur / Descifrando a Foucault

Salvador Barros

(Michel Foucault cautivó a generaciones de intelectuales, pero, a 20 años de su muerte, recién ahora se lo empieza a estudiar en serio). Si hubiera que situar a Michel Foucault en el pensamiento contemporáneo, se lo llamaría estructuralista (en líneas generales, quien aplica el modelo lingüístico a distintos campos del conocimiento) o se lo podría considerar el más célebre postestructuralista, ya que dio forma propia a ese legado. Él, sin embargo, prefería colocarse en la tradición más venerable que inició Immanuel Kant, de quien se consideraba heredero directo. En el artículo Michel Foucault que él mismo escribió para el Dictionnaire des Philosophes -bajo el seudónimo de Maurice Florence- eso dice: "En la medida en que Foucault puede ser ubicado dentro de la tradición filosófica, hay que ubicarlo en la tradición kantiana, y su proyecto podría llamarse una historia crítica del pensamiento", que no debe confundirse con una historia de las ideas, o sea "con el análisis de los errores que se detectan luego de cometidos o con el desciframiento de las malas interpretaciones asociadas con estos errores sobre las que se apoya lo que hoy pensamos". Su historia crítica del pensamiento es, en cambio, el análisis de las condiciones bajo las cuales se formaron o modificaron ciertas relaciones entre sujeto y objeto. No es -dice Foucault- el relevamiento de progresivas adquisiciones sino el estudio de las formas según las cuales los discursos se articulan en un dominio (la locura, la delincuencia, la sexualidad). Así, en Las Palabras y las Cosas (1966) Foucault analizó el desarrollo, entre los Siglos XVIII y XIX, de las ciencias humanas: economía, ciencia natural, lingüística; y las estudió como conocimientos "objetivos" en relación con un "sujeto" (el Hombre) que -dice allí- es apenas "una formación discursiva destinada a desaparecer". Este proyecto metodológico, que Foucault había comenzado por su interés en el tratamiento de la sinrazón, prosiguió luego en textos como Arqueología del Saber (1969) y Vigilar y Castigar (1975), entre otros. Poco antes de su muerte, en una entrevista, le preguntaron a Foucault si había que tomarlo por un idealista, nihilista, anti-marxista, anarquista o neoconservador. Foucault contestó orgulloso que había transitado casi todas esas veredas y aun otras más espurias "una tras otra y hasta simultáneamente. Ninguna de estas descripciones importa por sí -decía- pero en conjunto significan algo. Y admito que me gusta lo que significan". Quizá haya que atribuir en parte el inmenso atractivo que sigue ejerciendo Foucault a esta vocación por coquetear con todas las formas de pensamiento y a su habilidad para rechazarlas luego con elegancia y lucidez. En lo que va del año -el vigésimo aniversario de su muerte (se cumple el 25 de junio)- ya se publicaron en México, Argentina y España cuatro libros sobre distintos aspectos de su vida y obra. Se trata de Michel Foucault. Glosario Epistemológico, de Sergio Albano (Editorial Quadrata), San Foucault. Para una Hagiografía Gay, de David Halperín (Editoral El Cuenco de Plata), El Infrecuentable Michel Foucault, compilación de ensayos coordinada por Didier Eribon (Letra Viva), y El Vocabulario de Michel Foucault, de Edgardo Castro (Prometeo). Historiadores, sociólogos, estudiosos de la filosofía, la crítica cultural, el psicoanálisis, todos beben de la fuente Foucault por su modo de hacer filosofía y literatura. En una historia intelectual que abarcó de 1954 a 1984, Foucault elaboró textos provocadores, críticas airadas, pobló las ciencias sociales de un vocabulario técnico fructífero que en muchas ocasiones tomó prestado -reformulado, actualizado-, de la antigüedad; polemizó con el existencialismo, el marxismo, el humanismo cristiano, el liberalismo, y al fin sedujo a partidarios de todas estas corrientes por un ejercicio más intenso que sistemático del pensamiento crítico. Pero ¿sedujo o dejó sin habla? Porque, ¿quién querría colocarse en la vereda de enfrente de un francotirador tan talentoso? ¿Con qué argumentos podría contrarrestar su habilidad para reconducir el discurso o la formulación de los problemas? Foucault se valió también de un lenguaje accesible, a veces burlón y de un buscado registro oral, escurridizo y suficientemente amplio como para causar admiración y perplejidad. Es cierto que muchos de sus "escritos" son ediciones de los cursos que dictó en el Collège de France (como Los Anormales, El Poder Psiquiátrico, Hay que Defender la Sociedad y Hermenéutica del Sujeto) o en Estados Unidos (como el seminario Coraje y Verdad, publicado con traducción de Tomás Abraham en El Último Foucault). Pero más allá de esta circunstancia editorial, el mismo Foucault parece haber desarrollado una escritura "oral" en la que son recurrentes, por ejemplo, las reiteraciones de verbos en infinitivo. En especial este tipo de recurso es copiado y reproducido hasta el hartazgo por exégetas, semiólogos, dramaturgos, periodistas y críticos de arte como un modo de invocar la riqueza conceptual del maestro que, decididamente, no ha iluminado a tantos discípulos Foucault sabía pronunciarse de manera sutil, llegado el caso, y disparar sus objeciones dando un rodeo, sin nombrar a su blanco. En el primero de los tres volúmenes de su Historia de la Sexualidad -por tomar un caso-. sitúa la cuestión de la sexualidad en la problemática más amplia de la circulación de los discursos, y cuestiona la eficacia del "encarnizamiento en hablar del sexo en términos de represión". "Hablar contra los poderes, decir la verdad y prometer el goce -escribe-; ligar entre sí la iluminación, la liberación y múltiples voluptuosidades (...). He ahí lo que sostiene en nosotros ese encarnizamiento: he ahí lo que quizás también explica el valor mercantil atribuido no sólo a todo lo que del sexo se dice, sino al simple hecho de prestar oído a aquéllos que quieren eliminar sus efectos. Después de todo -concluye- somos la única civilización en la que ciertos encargados reciben retribución para escuchar a cada cual hacer confidencias sobre su sexo, como si el deseo de hablar de él y el interés que se espera hubiese desbordado las posibilidades de la escucha, algunos han puesto sus oídos en alquiler". Sin mencionarlo, ataca, sarcástico y agudo, al psicoanálisis, cuyos cultores procesan de tal modo la palabra foucaultiana que logran sortear su crítica. Pocas veces en la historia de las ideas convivieron tan a gusto el tábano y el buey.

Un diccionario útil y exhaustivo Entre los varios trabajos sobre Foucault que se han publicado este año el más audaz, ambicioso, útil y bien logrado es El Vocabulario de Michel Foucault, del trasterrado argentino Edgardo Castro. Se trata de un formidable trabajo académico -editado por Prometeo- que lleva el subtítulo Un Recorrido Alfabético por sus Temas, Conceptos y Autores. En el prólogo, Castro, que dictó seminarios de filosofía contemporánea en la Universidad de Buenos Aires y sigue haciéndolo en la Universidad Nacional de México advierte el riesgo de la empresa que ha iniciado, que puede bien confundirse con aquella clasificación de los animales en la enciclopedia china que había imaginado Borges y que Foucault citó al comienzo de Las Palabras y las Cosas. Como aquella clasificación, el vocabulario "podría ser sólo el esfuerzo para encontrarle un lugar común a lo que parece no tenerlo", teniendo en cuenta que, como también ha visto Castro, el mismo Foucault subrayaba el carácter fragmentario e hipotético de su trabajo, "su renuncia a elaborar teorías acabadas y su horror por la totalidad". Pero podría ser el caso de que ese espacio común existiera. Castro hace propias, allí, las palabras de Foucault: "No escribo para un público, escribo para usuarios, no para lectores". Los usuarios de este vocabulario van a valorar su riguroso recuento de términos, conceptos y personas ordenados alfabéticamente. De cada una de las voces (inclusive de las mismas voces utilizadas con grafías diferentes), Castro releva todas sus apariciones dentro de la obra foucaultiana y luego identifica, en cada caso, en qué textos aparece y en qué página. La palabra griega hupomnémata, por ejemplo, que Foucault utiliza en el sentido de "guías de conducta", aparece en total 48 veces, distribuidas en las páginas de Dichos y Escritos IV y en Hermenéutica del Sujeto. Las voces remiten o bien a conceptos específicamente foucaultianos, como "episteme" o "discontinuidad", o bien a autores que marcaron la obra de Foucault: filósofos clásicos y modernos como Platón, Kant, Hegel, pero también académicos con quienes tuvo una relación estrecha, como el comentador de Hegel Jean Hyppolite, a quien Foucault sucedió en el Collège de France, o como el helenista Pierre Hadot, cuya obra y comentarios fueron esenciales para inspirar e iluminar la propia lectura foucaultiana de los griegos. Finalmente hay entradas que remiten a los grandes temas de Foucault, como poder, locura, psiquiatría. Así, Castro logra abordar algunos aspectos menos tratados del pensamiento foucaultiano: su interpretación de los antiguos (a través de términos como aphrodisia, divinatio o epithymía) y su hipótesis sobre la formación de la racionalidad política moderna. "Para Foucault -explica Castro en el prólogo de su libro-, la clave del poder no es la disciplina, como se repite a menudo, sino la normalización y la politización de la vida. Es en la relación entre esta bio-política y liberalismo, donde aparece el análisis más certero de Foucault. El funcionamiento del poder es en torno a la vida; el verdadero objeto de la política es la vida, y eso es cada vez más explícito en nuestras sociedades".

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