El lenguaje de la violencia (ITI, La Lengua del Tercer Reich). Un libro de Víctor Klemperer -(Editorial Minúscula)- Trad.: Adan Kovacsics- El Lenguaje es Más que Sangre, reza la cita de Franz Rosenzweig que sirve de epígrafe al libro y que podría leerse como una variante de aquella afirmación de Hölderlin acerca de que el lenguaje es el bien más peligroso de cuantos el hombre posee, y que le ha sido dado para que "dé testimonio de lo que él es". En LTI. La Lengua del Tercer Reich Víctor Klemperer tomó en sus manos, literal y metafóricamente, el riesgo de dar cumplimiento a su misión de testigo con un libro ejemplar, único tal vez dentro de la vasta bibliografía sobre el régimen nazi. El examen detallado de lo que el poder absoluto hace de las palabras de la tribu revela cómo el lenguaje no es un reflejo del Estado totalitario sino que lo crea, tanto o más eficazmente que sus acciones brutales. El libro, además, emprende la tarea de establecer una genealogía de la violencia ejercida por los nazis sobre la lengua alemana y analiza cómo su uso se transformó en la cadena de transmisión del comportamiento de toda una comunidad. Víctor Klemperer se desempeñaba como profesor de literatura francesa en la Universidad de Dresde cuando en 1933 el Partido Nacionalsocialista accedió al poder. Entonces orientaba sus investigaciones como filólogo hacia el período de la Ilustración y por un tiempo, mientras pudo hacer oídos sordos al ruido que los nazis introducían en la vida común y en la lengua de los alemanes, permaneció fiel a su objeto de estudio. "Harto del lenguaje de los escaparates, de los carteles, de los uniformes pardos, de las banderas, de los brazos estirados para el saludo hitleriano, de los bigotitos recortados a lo Hitler, huía, me sumergía en mi profesión", recuerda. No duró mucho, sin embargo, su pretensión de mantenerse al margen de lo que sucedía. Klemperer, además, era judío. En 1935 se vio despojado de su cátedra, y si bien la circunstancia de estar casado con una mujer aria lo excusó de comparecer ante las puertas de las cámaras de gas, padeció un confinamiento en Dresde, obligado a vivir en las llamadas "casas de judíos", a cumplir extenuantes jornadas laborales como operario en una fábrica. Imposibilitado de ejercer su profesión en el ámbito natural, despojado de su biblioteca particular e inhabilitado para el uso de las bibliotecas públicas, encontró su segunda tabla de salvación en el oficio que se había visto obligado a abandonar. Durante los doce años que duró el régimen hitleriano, Klemperer llevó clandestinamente un diario en el que registró con implacable minuciosidad sus reflexiones sobre el lenguaje de esa época. De ese material se sirvió para escribir, una vez acabada la guerra, el libro que apareció en Alemania en 1947 y que ahora se traduce al español. Lo que da un carácter extraordinario al libro es el grado de precisión con que Klemperer descompone el nazismo en su íntima estructura verbal y devela cómo ésta se extendió y se impuso al conjunto de la nación alemana. Klemperer sostiene que la LTI ?Lingua Tertii Imperii, según la denominación inventada por el propio autor? se distingue menos por las palabras nuevas que pudiera haber acuñado que por el modo en que combinó términos, expresiones y registros de diversos ámbitos lingüísticos; por el uso que hizo de las jergas técnicas, la incorporación de palabras extranjeras, el vicio por las siglas, la predilección por las imágenes deportivas, especialmente las provenientes del boxeo. La LTI presenta dos rasgos esenciales: pobreza y monotonía. La simplificación acompañada de repetición, los mismos tópicos y el mismo tono de voz, el discurso declamado por los altavoces, el grito proferido fueron conformando un lenguaje de la fe, cuyos efectos Klemperer confirmó aun entre las víctimas más perseguidas: "Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico". En contraposición con su objeto de estudio, el libro de Klemperer es de una riqueza inusual. No se contenta con señalar aquí y allá la suma de exabruptos cotidianos que habitaba en esos días el idioma alemán, su pesquisa incluye un trabajo en el cual el filólogo recorre el camino que va de la palabra devastada hacia el origen posible de su devastación. En un capítulo fundamental, La Raíz Alemana, se vuelve hacia la Entgrenzung, la supresión de los límites en el romanticismo, para interrogarse sobre el nexo espiritual "entre los alemanes de Goethe y el pueblo de Adolf Hitler". En la pregunta, acaso, esté intuida la respuesta. Allí apunta además, a propósito de un fragmento de Germania, el exceso como maldición de ese pueblo. "Tan grande es la terquedad de los germanos incluso en el mal; ellos la llaman fidelidad", describe Tácito. ¿Qué nombre cabría darle entonces, a la exaltada declaración de un catedrático, "¡Somos los siervos del Führer!", poco después de la ascensión de Hitler al poder? Palabras como eterno, histórico, total, cosmovisión, organizar adquirieron durante el nazismo significados muy distintos a los que el uso hasta allí les había dado. Otras, en cambio, sólo pueden ser concebidas a partir de la puesta en marcha de la "solución final", como el sustantivo piezas, la expresión aprovechamiento de cadáveres, o el absurdo fanatismo feroz. Como Si Esto es un Hombre, de Primo Levi, como La Especie Humana, de Robert Antelme, es éste un libro llamado a perdurar. Escrito con una gran humildad y sorprendente erudición, su lectura no sólo esclarece un aspecto central de la experiencia más terrible del Siglo XX, sino que alerta sobre la degradación permanente a la que se ve sometida la palabra, por el poder o la estupidez.