Hablemos de otros. En noviembre habrá elecciones federales en Estados Unidos. Como el resto del mundo, en México seguiremos con atención los resultados de esa contienda, pues la persona que resulte electa como presidente será con quien tengamos que entendernos durante los próximos cuatro años, y quien principalmente definirá políticas relevantes para nosotros en materia, por ejemplo, de migración, comercio, cooperación en el combate al narcotráfico o el terrorismo.
Quien resulte electo en dicha contienda será también presidente durante los dos últimos años del mandato de Vicente Fox y los dos primeros del sexenio que comience en 2006. Es por tanto, cuestión de interés político estar al tanto del proceso electoral norteamericano, pues nos mostrará lo que sus ciudadanos esperan de su próximo presidente y de sus representantes; y por tanto, dará luz sobre cómo dichos servidores públicos y legisladores habrán de comportarse en relación con nosotros.
Una primera aproximación, fundada en generalizaciones, podría hacernos pensar que la oferta demócrata sería más benéfica para nosotros en virtud de su posición frente a los inmigrantes, por ejemplo. Sin embargo, lo cierto es que la historia ha demostrado que a nuestro país le ha sido fácil entenderse y tener una relación constructiva, tanto con presidentes demócratas como con republicanos. De igual modo, hemos tenido periodos en que las relaciones han sido más difíciles cuando la Casa Blanca la ocupaba un presidente republicano o un demócrata.
Recordemos que el Tratado de Libre Comercio se negoció cuando un republicano, George Bush padre, ocupaba la presidencia, y dio todo su respaldo a dicho instrumento comercial; pero se aprobó cuando un demócrata, Bill Clinton, era presidente e, independientemente de que la plataforma demócrata en el periodo electoral habría supuesto una postura más cautelosa respecto al TLC, por su afinidad con ciertos sindicatos y sectores que se sentían amenazados por el acuerdo, el presidente Clinton dio igualmente su apoyo y cabildeó activamente en el Congreso para que fuera ratificado.
En términos generales, las posturas de uno u otro partido no tienden a afectarnos, por lo menos en la mayoría de las elecciones presidenciales estadounidenses, que se definen por cuestiones netamente de política doméstica. Esta elección, no obstante, parece que se definirá en torno a factores de política exterior (la guerra con Irak), y será algo así como un refrendo o no del mandato del presidente Bush.
Ahora bien, también es cierto que las decisiones de políticas públicas y también de política exterior, si bien se diseñan en principio conforme a la oferta hecha en campaña, en buena medida se adecuan a la realidad del momento. Así por ejemplo, el actual presidente Bush reacomodó sus prioridades (y en este caso las nuestras) después de los atentados del 11/9, relegando el tratado migratorio al final de la agenda.
Es claro que en esta contienda será un factor de política exterior el que está definiendo en gran medida el contenido y el cariz de la elección, en esta ocasión, a diferencia de lo que pudo haber sucedido en las elecciones celebradas en torno a la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos utilizarán la guerra y la ocupación de Irak (su justificación y manejo) como tamiz por el cual pasarán Bush y Kerry, pero con relación a cómo podrá esperarse que se comporten, si son presidentes, en tiempos de paz y en relación con los valores y problemas que aquejan a los americanos en su propio país. Confiabilidad, honestidad, capacidad de decisión, efectividad, respeto a las minorías y tolerancia, son rasgos que estarán bajo escrutinio de los votantes, quienes los vincularán no sólo al papel de Estados Unidos en el mundo actual, sino al combate al desempleo, la seguridad o temas como la investigación de células madre. Hasta ahora, no hay claridad respecto a lo que los americanos prefieren. Lo que sí es seguro es que, para nosotros, la competencia es interesante en términos, tanto de entretenimiento como de proyección política de nuestro país.
