I.- Aunque de alguna manera ya lo sabía, me resistí a creerlo. No podía ni siquiera imaginar que lo que se había informado, ahora sí era real. Pero así fue. La muerte lo había vencido finalmente. Era nueve de marzo de 1994. Aún recuerdo los titulares del día siguiente: El último escritor maldito de la literatura estadounidense, Charles Bukowski, ha muerto.
II. Un par de años antes, me habían hablado bastante bien de Bukowski. Me habían dicho de él que era un escritor que no te dejaba indiferente, que era transgresor; que, incluso, era para algunos lo más decente, escrituralmente: independiente, libre; pero, sobre todo, sincero y franco.
Para ese entonces había dejado a Rulfo en un estante, Borges me deslumbraba con sus juegos de espejos infinito; William Golding me había mostrado que había que estar medio loco para vivir entre bestias, mientras que Albert Camus me había enseñado que comenzar a pensar era comenzar a estar minado.
III. Al principio lo leí con escepticismo. Sin embargo, me atrapó como una araña atrapa a una mosca. Lo recuerdo bien: primero me tomó del cabello; luego me empezó a arrastrar. No conforme, me rebotó por la pared mientras decía: "Óyeme tal por cual, te voy a enseñar a no meterte conmigo". Un golpe directo. Nada sería igual después de leer esos relatos; como ése que se titula No Hay Camino al Paraíso: "Estaba sentado en un bar de Western Avenue. Era alrededor de media noche y me encontraba en mi habitual estado de confusión. Quiero decir, bueno, ya sabes, nada funciona bien: las mujeres, el trabajo, el ocio del tiempo, los perros... Finalmente sólo puedes ir y sentarte atontado, totalmente noqueado, y esperar; como si estuvieses en una parada de autobús aguardando la muerte". IV. Henry Charles Bukowski nació el 16 de agosto de 1920 en Andernach, Alemania. Empero, dos años después emigraría con sus padres a la ciudad de Los Ángeles, donde vivió hasta su muerte. Su vida no fue un cuento de hadas.
Como él mismo lo dijo varias veces: sabía muy bien lo que era una banca de un parque y los golpes del casero en la puerta. Desde niño su vida estuvo marcada por la miseria personal y económica. Tuvo constantes enfrentamientos con su padre y desavenencias con su madre.
V. Pero eso no fue todo. Bukowski padeció durante la mayor parte de su vida juvenil una terrible infección de acné que le dejó cicatrices por el resto de su vida, condenándolo de paso a la soledad. Sin embargo, fue precisamente esa soledad la que nos dio a Bukowski. En la biblioteca pública leyó hasta cansarse sin encontrar mucho de su interés. "Cogía de las estanterías un libro tras otro -escribiría Bukowski-. ¿Por qué nadie decía nada? ¿Por qué no alzaba nadie la voz por encima de la de los demás?". Pero cierto día tomó un libro, lo abrió y se produjo un descubrimiento. "Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa". VI. El libro se intitulaba Pregúntale al Polvo y el autor era John Fante.
Él tendría una influencia vitalicia en la propia obra de Bukowski. Y es que, en todos los libros de Fante, "la calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa". El encuentro con Fante, finalmente, fue lo que le llevó a Bukowski a dedicarse a la escritura, ciegamente, con pasión y con una honestidad que muy rara vez, si acaso alguna, se ha visto en la literatura mundial.
VII. De que nació para escribir no cabe duda, lo hacía con gran talento, con enorme rapidez, con envidiable facilidad y profundidad. Su obra esta marcada por un realismo descarnado y lírico a un tiempo, tierno en ocasiones y brutal en otras; abundante en datos autobiográficos y lleno de desencanto.
Él llevo al máximo aquella frase de Andre Gide: "El novelista no necesita ver al león comiendo hierba. Él sabe que un mismo Dios creó al lobo y al cordero, y luego sonrió, viendo que su trabajo estaba bien hecho". VIII. Ser moderno y loco, eso era lo que lo entusiasmaba. Él lo decía: lo esencial es "escribir con la sangre y no con la cabeza". Saber intuitivamente y no andar rebuscando en meras imitaciones de otros imitadores, sino encontrar las fuentes dentro de uno mismo. Leyó Aullido de Allan Ginsberg y la poesía de Gregory Corso, al igual que muchos otros poetas, pero jamás lo impresionaron. Lo que más le molestaba de los beats, por ejemplo, era su compromiso con los temas políticos. Creía que era un obstáculo para la poesía, que un verdadero poeta tenía preocupaciones más importantes que la de andarse enredando en asuntos corrientes. Su punto de partida es que el artista es sólo responsable ante sí mismo. Una vez dijo: "No entiendo por qué van a esas manifestaciones estudiantiles contra la guerra. ¿No se dan cuenta de que la tarea de un poeta es escribir?". IX. Lo comentó Bukowski: "Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y los destinos rotos. También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas, con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillaje barato. Me gustan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado. No me gustan las leyes, ni morales, religiones o reglas. No me gusta ser modelado por la sociedad". X. Unos años antes de morir, Bukowski se dedicó al hipódromo, a beber y a escribir. Lo cuenta en su diario: "La gente que va a las carreras es el mundo en pequeño, la vida rozándose contra la muerte y perdiendo. Nadie gana, finalmente; no hacemos más que buscar un aplazamiento, guarecernos un momento del resplandor. Necesitamos humor, necesitamos reírnos. Yo solía reírme más, solía hacer más de todo, excepto escribir. Ahora escribo y escribo y escribo, cuanto más viejo soy más escribo, bailando con la muerte.
Buen espectáculo. Y creo que lo que hago está bien. Un día dirán Bukowski ha muerto, y entonces seré descubierto de verdad, y me colgarán de brillantes farolas apestosas. ¿Y qué? La inmortalidad es un estúpido invento de los vivos.