Ésta es la obra de un gran escritor pero más aún, y fundamentalmente, la de un gran lector. Borges decía que leer es una actividad más civilizada que escribir y que él se jactaba más de los libros que había leído que de los que había escrito. Mario Vargas Llosa podría decir lo mismo. Y lo dice, implícitamente, en estas páginas que recomendamos a todos los que profesan el amor a la literatura. "La irrealidad y las mentiras de la literatura son también un precioso vehículo para el conocimiento de verdades profundas de la realidad humana", afirma en el magnífico epílogo, que titula La Literatura y la Vida, sintetizando así el propósito que lo guió al reunir sus lúcidos comentarios acerca de treinta y cinco libros representativos de la mejor narrativa del Siglo XX. La Verdad de las Mentiras, volumen aparecido en realidad hace doce años, es una reedición corregida y aumentada en diez capítulos más.
Antonio Requeni. Comienzo de la nota. Ésta es la obra de un gran escritor pero más aún, y fundamentalmente, la de un gran lector. Borges decía que leer es una actividad más civilizada que escribir y que él se jactaba más de los libros que había leído que de los que había escrito. El escritor peruano Mario Vargas Llosa podría decir lo mismo. Y lo dice, implícitamente, en estas páginas que recomendamos a todos los que profesan el amor a la literatura. "La irrealidad y las mentiras de la literatura son también un precioso vehículo para el conocimiento de verdades profundas de la realidad humana", afirma en el magnífico epílogo, que titula La Literatura y la Vida, sintetizando así el propósito que lo guió al reunir sus lúcidos comentarios acerca de treinta y cinco libros representativos de la mejor narrativa del Siglo XX. La Verdad de las Mentiras, volumen aparecido en realidad hace doce años, es una reedición corregida y aumentada en diez capítulos más.
El escritor peruano reverdece e ilumina un puñado de obras que, a su juicio, constituyen momentos culminantes de la ficción dentro de una amplia variedad de estilos y registros temáticos. Preferentemente obras que inauguraron nuevas formas de narrar o se identifican con una literatura revulsiva, no de mero entretenimiento; es decir, la que profundiza en las complejas reacciones humanas y transfigura los acontecimientos objetivos otorgándoles una misteriosa persuasión, una visión enriquecedora.
Vargas Llosa no hace una lectura ideológica o contaminada de prejuicios morales, religiosos o políticos. Sus interpretaciones, siempre agudas, giran acerca de los valores estéticos y humanos, así como de la seducción o el hechizo de la creación literaria. "El escritor puede ser la conciencia crítica de la sociedad en que vive o un explorador de las posibilidades del lenguaje -advierte- pero también tiene la prioridad de no aburrir al lector". Al examinar novelas como Muerte en Venecia, de Thomas Mann; Manhattan Transfer, de John Dos Passos; La Señora Dalloway, de Virginia Wolf; La Condición Humana, de André Malraux; El Poder y la Gloria, de Graham Greene; El Extranjero, de Albert Camus; El Viejo y el Mar, de Ernest Hemingway; Lolita, de Vladimir Nabokov; El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa; El Tambor de Hojalata, de Günter Grass; !La Casa de las Bellas Durmientes, de Yasunari Kawabata; El Cuaderno Dorado, de Doris Lessing; Opiniones de un Payaso, de Heinrich Boll; Herzog, de Saul Bellow, y Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi -entre otras importantes novelas-, el ensayista escudriña los pliegues y repliegues de cada relato y arroja sobre ellos una luz reveladora, como si cada ficción fuese un prisma que, merced a la lectura inteligente, se refractara en inesperadas sensaciones e imágenes.
Irónicamente reprochamos a Vargas Llosa, quien en su discurso de incorporación a la Real Academia Española hizo el elogio de Azorín, que no haya incorporado a ningún narrador español y sólo a un latinoamericano, Alejo Carpentier, de quien destaca El Reino de este Mundo. Cada capítulo, independiente uno del otro, es un prodigio de análisis y de fecundas reflexiones. Estas últimas alcanzan su mayor sutileza y poder de convicción en las páginas del prólogo y, sobre todo, en el epílogo ya mencionado, donde se refiere a la relación de la literatura con la vida del lector y a la necesidad o el hambre de irrealidad del ser humano en general. ?La vida ilusoria que otorgan las palabras enriquece la experiencia del lector -sostiene Vargas Llosa-, que vive acaso con más intensidad lo que su vida real le niega, ayudándolo a identificarse consigo mismo". Y también: "Una sociedad sin literatura, o en la que la literatura ha sido relegada, como ciertos vicios inconfesables, a los márgenes de la vida social y convertida poco menos que en un culto sectario, está condenada a barbarizarse espiritualmente y a comprometer la libertad".
Finalmente, el autor de La Casa Verde, Conversación en la Catedral, La Ciudad y los Perros y tantos otros éxitos, hace la defensa del libro frente a la revolución electrónica, así como ante la pretensión del señor Bill Gates de "acabar con el papel", anhelo que considera "una macabra utopía".