La clase guerrera del Japón feudal privilegió valores como la lealtad y el espíritu de lucha; sus principios fascinaron a Occidente e inspiraron numerosos libros y películas. Hoy, esa cultura se reedita en El Último Samurai, el film de Tom Cruise que rescata la tradición de esos guerreros hasta la médula, quienes entre todas las virtudes que podían poseer, la que regía sus vidas era una lealtad a toda prueba. Los samuráis no eran otra cosa que la clase guerrera del Japón feudal, también conocida como bushi, cuyo espíritu de lucha y fidelidad alimentó por años el imaginario cultural con historias y leyendas que traspasaron fronteras y cobraron vida en la literatura y el cine, en producciones como la recientemente estrenada El Último Samurai.
Símbolo indiscutido de la tradición nipona, los samuráis fueron protagonistas de la vida política y social japonesa entre los Siglos XII y XIX. Hombres de armas que se regían por El Bushido (literalmente, el camino o vía del guerrero), conocido como el código samurai. No se trataba de un mero listado de reglas, sino de un conjunto de principios que los preparaban para combatir, dirigir y liderar sin perder el contacto con los valores esenciales. Describía un modo de vida y ofrecía una guía para llegar a ser un buen guerrero-noble. El historiador e intérprete cultural Inazo Nitobe, autor de Bushido, el Alma de Japón, sugiere que los principios rectores de los samuráis penetraron en todas las facetas de la civilización japonesa y su influencia actual resulta innegable. De la fusión de la religión sintoísta del antiguo Japón con el budismo y el confucianismo que se importaron de China parecen provenir los orígenes del Bushido, el código que obliga a los samuráis fidelidad y lealtad al Señor y exige valor, honestidad, generosidad y desinterés por lo material. Todos los miembros tenían un maestro al que debían lealtad. Incluso el shogún, ubicado en la cúspide de la pirámide, debía lealtad a Dios y tenía el deber de hacer lo que éste le ordenaba. "Sus padres se regocijarán y los dioses y Buda le darán su aprobación -dice el Hagakure, texto doctrinal escrito entre 1710 y 1717-. Un guerrero sólo puede pensar en su maestro". Grandes guerreros, los samuráis recibían la primera espada (sin filo) de manos de su padre, a los cinco años, y se preparaban para una vida al servicio de las armas. No les preocupaba morir. Actuaban por principios, no por miedo. "Si al ordenar su corazón cada mañana y cada noche uno logra vivir como si su cuerpo ya estuviera muerto, se obtiene la libertad en el camino -explica el Hagakure, cuya traducción literal es Oculto bajo las hojas-. Toda su vida estará libre de culpa y logrará el éxito". La creencia budista de que la vida es un espacio, un lugar que debe atravesarse y superarse, impulsó a que los samuráis no temieran la desaparición física. La vida era simplemente un medio para purificarse, una muerte digna podría revestir el mismo valor. A pesar de que no le temían, un verdadero samurai no desperdiciaba nunca su vida para dar muestra de su valor. "Morir sin lograr la meta de uno es una desaparición digna de fanatismo", dice el Hagakure. Aunque la cultura samurai no condenaba el suicidio (seppuku, también denominado Hara-kiri), los guerreros sabían que en ocasiones se necesita más valor para vivir y que los héroes tienen fuerza suficiente para hacer lo que saben correcto.
Para ellos, el honor era el fruto de la perfección. "Cuando se pierde el honor, es un alivio morir; la muerte no es sino un retiro seguro de la infamia". Los samuráis también se destacaron por sus logros culturales. Esto se debe en gran parte a la influencia del budismo. La práctica del zen daba a los guerreros la certeza de que podían lograr el crecimiento personal...
Películas imprescindibles
El cine de samuráis tuvo en Japón su época de esplendor entre 1927 y 1944. Luego, por el decreto del ejército norteamericano de ocupación, quedaron prohibidas todas las películas que favorecían la lealtad feudal y la aprobación del suicidio.
Fue el genial Akira Kurosawa, con Rashomon (1950) y Los Siete Samuráis (1954), el que retomó este cine, que tuvo como estrella máxima a Toshiro Mifune y que años más tarde cerraría con Kagemusha (1980) y Ran (1985). Entre los títulos para no pasar por alto, además de los nombrados se encuentran:
Trono de Sangre (1957), de Kurosawa.
La Fortaleza Oculta (1958), de Kurosawa.
Yojimbo (1961), de Kurosawa.
Sanjuro, el Samurai (1962), de Kurosawa.
Samurai (1964), de Okamoto Kihachi.
Machibuse (1970), de Inagaki Hiroshi.
El historiador y coleccionista argentino Fernando Martín Peña asegura que el cine de samuráis es a la cultura japonesa lo que el western a la cultura norteamericana. Y traza paralelos entre John Wayne, el héroe americano, y Toshiro Mifune, el japonés. De hecho, Los Siete Samuráis y Yojimbo fueron la matriz de westerns como Los Siete Magníficos, de John Sturges, y Por un Puñado de Dólares, de Sergio Leone.
La fascinación por la cultura oriental, que en el cine occidental no es nueva. Hoy reaparece en Kill Bill, la película de Quentin Tarantino, y en la recién estrenada El Último Samurai, de Edward Zwick. Una mención especial merece Jim Jarmusch, con Ghost Dog, el Camino del Samurai.