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Raymundo Riva Placio

Colin Powell finalmente cayó como secretario de Estado, pero su renuncia no sólo impacta al mundo, sino, por más extraño que parezca, a la sucesión presidencial en México. Su renuncia como canciller del Gobierno de George Bush, golpea a los aspirantes a Los Pinos tanto como la llegada de su sucesora, Condolezza Rice beneficia a otros.

La principal caída de este cambio en el equipo del presidente Bush es, por mucho, Jorge Castañeda, quien había apostado dentro de su desangelada y extralegal campaña como candidato sin partido a la Presidencia, una parte importante de su futuro político en Powell. Castañeda se le metió con su extraordinaria labia y promesas que nunca pudo cumplir sobre el apoyo mexicano a la campaña contra Saddam Hussein a tal grado que cuando renunció le tendió la mano y le dio cobijo en la Comisión de Derechos Humanos, vinculada al Departamento de Estado. Además, según personas con acceso a información en Washington, lo recomendó en la ONU para que lo integraran en una de sus múltiples comisiones.

Rice, en cambio, no desarrolló una buena química con Castañeda. Cuando éste era secretario de Relaciones Exteriores del presidente, Vicente Fox, viajaba tantas veces como podía a Washington y buscaba insistentemente a Rice cuando fungí como directora del poderoso Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. No tardó mucho en que a la gélida Rice le colmara la paciencia. De acuerdo con personas que conocen detalles internos de la Casa Blanca, la poderosa consejera de Bush comenzó a escondérsele y a darle la vuelta, hasta que finalmente prácticamente no la veía. Su salida de Tlatelolco no le arrancó lágrima alguna.

Ligeramente feliz, en cambio, deberá estar el secretario de Gobernación, Santiago Creel, aunque probablemente no ha terminado de darse cuenta del gran beneficio, para sus aspiraciones, que le representa el cambio en el equipo de Bush. Creel no tenía relación alguna con Powell, porque sus áreas de responsabilidad eran distintas, y uno podría pensar que la mala suerte también le llegó este martes con la renuncia de su par o su homólogo, Tom Ridge, secretario de Seguridad Territorial. Pero no será para tanto.

A Creel le beneficia la llegada de Rice, aunque tampoco tendrá relación con ella en el futuro inmediato, por las conexiones de Condi, como la conocen, que tienen amplias ramificaciones con gente cercana a Creel. Rice llegó a trabajar con el actual presidente desde su campaña, pero no por una vinculación reciente, sino por un lazo que se extendía desde la Presidencia de su padre. Rice tenía una vida académica intensa en la Universidad de Stanford, no muy lejos de San Francisco, y era miembro del Instituto Hoover, un tanque de pensamiento conservador que presidía, en ese momento, George Schultz, quien había sido secretario de Estado del presidente Ronald Reagan. Impresionado por su capacidad analítica, Schultz se la recomendó al entonces director del Consejo de Seguridad Nacional del Gobierno de Bush padre, Brent Scrowfort, quien le invitó a platicar a Washington.

Rice acudió a la cita y también impresionó a Scrowfort, quien de inmediato la contrató. Dentro de ese Gobierno llegó a ser la directora para Asuntos Soviéticos y de Europa del Este, con un conocimiento tan sofisticado de su materia que, en una ocasión, el presidente Bush la presentó con el entonces presidente Mijail Gorbachov, señalando que era quien “le contaba todo sobre la Unión Soviética”. En el Instituto Hoover había conocido al actual secretario de la Defensa, y también hombre de confianza de Bush padre, Donald Rumsfeld, así como a Richard Allen, quien había dirigido el Consejo de Seguridad Nacional en la administración Reagan. Más adelante, siendo ella pieza clave en asuntos eurorientales, formuló la estrategia para la reunificación alemana que pusieron sobre la mesa Bush padre y su secretario de Estado en ese entonces, James Baker.

Baker desarrollaría posteriormente una estrecha relación con algunos mexicanos importantes. Uno es el ex presidente, Carlos Salinas, quien también mantiene un vínculo bastante cercano con el ex presidente Bush, y con Luis Téllez, quien entró a las esferas del poder mexicano en el sexenio salinista y se consolidó en el zedillista. Baker sigue siendo una pieza importante para el joven Bush, hoy presidente, y para Rice como consultor especial en casos delicados. En este sentido, Baker puede ser un enlace interesante para Creel, a través de Téllez.

Téllez trabaja en el Grupo Carlyle, donde Baker es un consultor influyente desde hace más de una década, y también muy cercano a quienes están tras bambalinas preparando la candidatura del secretario de Gobernación. El gozne entre ellos ha sido Magdalena Carral, amiga hace largo tiempo de Creel, quien la nombró directora de Migración, y en cuya casa Téllez ha reunido a personalidades extranjeras para promover al secretario de Gobernación rumbo a Los Pinos. Los Carral figuran alto en la estrategia de Creel, quien acaba de lograr colocar como director de Pemex a Luis Ramírez Corzo, quien es un hombre cercano al padre de Magdalena Carral, José, que fue director de Bank of America en México, y actualmente es consultor de inversionistas extranjeros.

Creel y Salinas, que tienen esa línea de comunicación abierta con la Casa Blanca, tienen ahora de enemigo común al puntero en las encuestas presidenciales, Andrés Manuel López Obrador. Los consejos de Rice a Bush, por otra parte, serán fundamentales. Rice no quería a un parlanchín, como era Castañeda, sino a alguien eficiente. Los Bush añoran todavía a Salinas, por su eficacia ejecutiva. No quieren a López Obrador, cuya falta de eso precisamente, eficacia, y su talante parlanchín, le ha quitado los méritos que antes le colgaban. Creel sale mejor librado con este rejuego, sobretodo porque aún no hay aspirante claro dentro del PRI con el cual pueda ser medido por cuanto a relaciones y contactos. Hoy tendrá un voto de confianza del cual el resto carece. Cuando menos, no todo es malo para el secretario de Gobernación.

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