EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Nuestra Colón/Las laguneras opinan...

Mussy Urow

La calzada Colón, o simplemente “la Colón”, como le llamamos los laguneros, es mi calle favorita en Torreón. Conozco a muchas personas que pudiendo elegir rutas más cortas, prefieren circular por “la Colón” para admirarla y sentirse, tal vez un poquito, en Reforma de México y con muchísima imaginación, quizá solamente por ir viendo la copa de los árboles reflejada en el parabrisas, en algún bulevar parisino. Bueno, esto fue indudablemente una exageración; lo cierto es que “la Colón ” tiene una belleza especial para nosotros, habitantes del desierto.

Además del bosque Venustiano Carranza y la Plaza de Armas, es el lugar con más árboles en la ciudad, lo cual, aunque no sea el tema de este artículo, me remite al de las “podas”. Hace varias semanas, al circular por ella, llamaba la atención la claridad, faltaba algo y claro, al levantar la vista, en lugar de copas frondosas se veían troncos mutilados. Pero ya de eso se habló y escribió suficiente. Ojalá y la añeja vida contenida en esos nobles eucaliptos brote con tanta fuerza que se expanda nuevamente en frondas abundantes cargadas de sombras y trinos y no haya que lamentar la pérdida de testigos venerables de la historia de nuestra ciudad.

Hace algunos años, con la idea de escribir para una revista que desafortunadamente ya no se publica y que entonces coordinaba el querido maestro, Felipe Garrido, realicé una serie de entrevistas con personas que me platicaron cosas de “la Colón”. Aunque este espacio resulta corto, trataré de resumir algo de lo que me contaron para hacer un breve relato de cómo era hace muchos años esta hermosa calle, su ambiente, puntos estratégicos y personajes curiosos, porque la historia conforma la personalidad de los lugares y de quienes los habitan y al compartirlos con Ustedes, lectores, hará que aumente tal vez el amor y el respeto por nuestra Colón. Al menos ése es el propósito.

¿Cómo fue antes la calzada Colón? ¿A quién se le ocurrió dejar esta calle ancha con un gran camellón en medio? ¿Cómo la recuerdan quienes vivieron en aquellas décadas de los 30, 40 y 50 en ella? En la venta de los terrenos que originalmente conformaron nuestra ciudad, el coronel, Carlos González Montes de Oca, le vendió su propiedad a Don Feliciano Cobián, pero se reservó lo que comprende de la plazuela Juárez, de la calle Galeana hasta la que entonces se llamaba calle Rayón. Era una calle muy ancha: ésta es hoy la calzada Colón: 12 cuadras de bulevar a bulevar, con un ancho camellón central, sembrado de árboles de todo tipo: palmas, huizaches, pinabetes, pirules, laureles de la India y eucaliptos; éstos eran, hasta hace poco, los más altos. Hay también setos de clavo y piracanto. La variedad recuerda el origen diverso de los laguneros.

Tres monumentos relacionados con la hispanidad le dan cierta categoría: en Morelos y Colón, Pilar Rioja; Escobedo y Bravo, Cristóbal Colón y al final, con el Independencia, Don Quijote y Sancho Panza.

El ambiente de la Colón ha ido cambiando con los años, sin embargo, desde su origen en 1918 (cuando se llamaba calle Rayón) esta ancha calle ha mirado hacia los cerros y la gente de entonces se acuerda que era tranquila y apacible. Aún hoy, con tránsito intenso y semáforos en cada esquina, es pacífica y tiene una nobleza especial que le transmiten los añosos árboles y los monumentos. En la Colón todavía viven algunas personas pero hoy es una calle totalmente comercial: hay bancos, oficinas, restaurantes, cines, tiendas, agencias de coches.

A principios de los años veinte, empezaba en la calle Iturbide (hoy Venustiano Carranza) hasta la Aldama; entonces se podía uno estacionar donde quisiera. Alguien me contó: “Me levantaba y me acostaba con los pájaros”. Era una zona totalmente residencial. Había privadas por la Morelos y la gente caminaba por el camellón después de cenar; se sentaban a platicar en las bancas y al anochecer se “tomaba el fresco, con olores deliciosos de los árboles y jardines cercanos”. Los vecinos se atravesaban a hacer visita, se tomaban una copita o una limonada, se tocaba el piano. En las bancas de la Colón hubo muchos amoríos y noviazgos, entonces no iban al cine, se platicaba por momentitos. Era una extensión de las casas, el gran patio de juego para los niños. Cuando era de tierra, jugaban a las canicas; después, al bebeleche, patinaban y andaban en bicicleta. En 1925 se pavimentaron la Colón y la Morelos. Los ruleteros que circulaban por Colón y Matamoros, conocían a los niños por su nombre. Había poquísimos carros y por lo tanto, nada de tráfico. Todo esto se acabó cuando llegó la televisión.

En 1918, al costado poniente de la calle Rayón entre Escobedo y Corregidora y con una cuadra de fondo, se creó el Club España. Era una terraza cubierta, un tejabán con el piso de duela, con mesas al exterior y en el interior. Se entraba por la Colón; tenía canchas de tennis, frontón y futbol. Los domingos se bailaban tangos y danzones con música en vivo, desde las 9:30 hasta las 11:00 p.m. Ahí también se celebraban las Romerías de Covadonga cuando “el confeti llegaba a media pierna”. Eran los años de bonanza del algodón y en la tómbola se pagaban los números con moneditas de oro. Como homenaje al trabajo y esfuerzo de la colonia española y aprovechando que ahí estaba el Club España, se le puso el nombre de calzada Colón. Era presidente municipal el Dr. Samuel Silva, el año, 1922.

Había puntos estratégicos a lo largo de la Colón. Además del monumento al Descubridor de América, construido en 1927 en el período de Don Nazario Ortiz Garza, por el escultor catalán Fernando Toriello, quien originalmente lo esculpió en piedra, había en la Colón, esquina con Morelos, una gasolinera famosa, de Don Celso González. Ésta, ubicada en el crucero más importante de Torreón, era un lugar de intenso movimiento; todos los dueños de automóviles cargaban ahí gasolina; lo hacían a crédito y al final del año pagaban sus cuentas. Ahí se reunían todos los señorones de Torreón. Muchos negocios y ventas importantes se resolvieron y decidieron en la gasolinera de Don Celso González. Se cuenta que en ese lugar se concretó el trato de la venta de San Isidro: el mediador fue Don Víctor Sirgo y la compraventa entre Don Ernesto Bredeé y Don Valeriano Lamberta.

También estaban los helados Borden, concesión americana (primeras franquicias) en la cuadra de Colón entre Morelos y Matamoros. Los jugadores de polo, que los había entonces en Torreón, acudían a los helados Borden después de los juegos.

Otro negocio fue el del Sr. Osete, primero en su tipo, de pollos rostizados; en la esquina de Morelos y Colón (¡definitivamente el crucero más animado!) estuvo una tienda de abarrotes o súper, que se llamaba Torreón Grocery N° 2. La N° 1 estaba en la Ave. Hidalgo, donde se encuentra hoy la Cd. de París.

El primer supermercado en forma fue el “Royzer”, ubicado donde hoy se encuentra Soriana Colón. Un tabarete muy famoso, en Escobedo y Colón, donde estaba el Club España, era de un Sr. Felipe, el primero que hizo raspados de hielo en Torreón. Estaba también el taller mecánico de Don Jesús Salas, donde después estuvo Nacional Financiera; era un taller para maquinaria agrícola.

Finalmente, falta hablar de los personajes, tipos excéntricos que hay en toda ciudad porque son parte de ella. Recientemente comentaba con una amiga mi antigüedad de 36 años en La Laguna y me dijo: “Tú no eres totalmente lagunera porque no conociste a Julio Cajitas”.

La sociedad lagunera de hace 40 ó 50 años era una familia grande y como ocurre en las familias grandes, se acoge a propios y extraños; se ayuda y se tolera, se establece una relación con ellos. Al crecer la ciudad, la sociedad se va enfriando y endureciendo, se hace indiferente y la actitud es la de “alguien debería ocuparse por esta gente; recogerlos, que no ofendan”. Antes no era así. Estos personajes, que deambulaban por la ciudad y eran conocidos por toda la gente, recorrían las casas de la Colón: Rovelina, Julio Cajitas, Armando el de la Plaza, La Muerta, Daniel, el que iba muy trajeado a todos los entierros y en las funerarias se metía en las cajas de muerto; Pedro Harapos, con las piernas de los pantalones llenas de harapos.

Los pregoneros eran otros personajes importantes en la Colón: los domingos por la mañana se oía muy temprano: “¡¡Cabeeeeezas tatemaaaadas!!”. Era el vendedor de barbacoa que traía las cabecitas de cabrito. Y el señor de las gorditas que las anunciaba: “¡Haaaay gorditas, cómo están gorditas, si no quieren pa’tirarlas!”.

En un carrito de nieve, con el tambo lleno de hielo, llamado “El Submarino”, un señor vendía helados “mantequillados” de vainilla, en barquillos, con pasas o sin pasas; otros vendían algodones de azúcar, manzanas acarameladas y nogadas de nuez.

En aquellos años, tal vez los 30 y 40, muy temprano aparecía un capataz con un grupo de presos que barrían la calle. La Sra. Paca Ugarte les preparaba una charola con algún guisito y tortillas, vasos de café con leche: “A éstos los agarraron borrachillos y los traen sin comer ni cenar, deja que les caiga algo caliente en el estómago”. Eran como diez. El capataz ya sabía y se acercaban.

Así eran los laguneros de entonces. De aquella sociedad sencilla, trabajadora, libre y feliz se ha convertido Torreón en la ciudad pujante que verdaderamente venció al desierto, transformándose en un crisol de orígenes diversos que sigue abierta de par en par recibiendo a quienes deciden probar suerte en nuestro terruño.

Nuestra Colón sigue siendo la ancha calle arbolada, la más bonita de Torreón. De día se escuchan temprano y en la tarde los pájaros que regresan a los árboles; de noche, con la iluminación de los faroles adquiere una pátina de elegancia y serenidad. Pugnemos por conservarla así y respetemos la historia que representa.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 81765

elsiglo.mx