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Dr. Víctor Albores García

Cuadragésima cuarta parte

En cierta forma, uno podría concluir que este segundo estilo de educar a los hijos, facilita la formación de sujetos más autónomos, con mayor seguridad en sí mismos y que por ende pueden tomar decisiones personales. Al haber sido educados en un estilo en que aprenden desde temprano a desarrollar sus propios controles y recursos, a la larga no tienen que buscar la dependencia de otros, especialmente de las figuras de autoridad. En cierta forma ello facilita su proceso de maduración y de desarrollo personal, puesto que la educación ha estado diseñada y orientada para las necesidades de los hijos, más que de los padres en sí.

En contraste, ese primer estilo de educación que se mencionó, tiende a enfocarse en la sumisión, y la obediencia total de los hijos, a quienes se les ha hecho creer de que sólo los padres son quienes tienen la razón porque lo saben todo y representan la autoridad máxima. Por lo mismo, en ese estilo educativo, no tienen lugar las preguntas, las dudas o los cuestionamientos ni juicios dirigidos a los padres; las necesidades individuales de cada hijo pasan a segundo plano, suplantadas por las de los padres, quienes en última instancia son los que llevan los controles y toman las decisiones que les corresponden a los hijos. En una gran mayoría de estos casos, los hijos resultan en individuos bastante inseguros, dependientes, que tienen mucha dificultad para llevar sus propios controles y sobre todo para tomar tus propias decisiones. Aún como adultos tienden a buscar la protección, el cuidado y la dependencia de los padres como figuras únicas de autoridad, lo que a la larga va a dificultar enormemente su proceso de desarrollo personal emocional y de maduración, puesto que les será muy difícil llegar a cortar los múltiples cordones umbilicales que los amarran y no les permiten funcionar adecuadamente, ni utilizar sus propias capacidades y recursos.

A pesar de la influencia de la televisión y de los medios masivos de comunicación, que nos proyectan e indoctrinan en otros estilos de educación importados principalmente de EUA, o los países europeos, en México, este primer estilo de educación sigue siendo el de mayor popularidad y auge. Ha sido transmitido de generación en generación, desde nuestras raíces indígenas e hispanas, con ese sello indiscutible patriarcal proveniente también de la religión judeo-cristiana, y aprobado y estimulado naturalmente por la Iglesia Católica. Ello quiere decir que tanto social como culturalmente, incluidos los cánones religiosos de mayor trascendencia en nuestro país, este estilo educativo de los hijos tiene un gran arraigo, no sólo de los padres a los hijos, sino también en la educación a nivel escolar desde el jardín de niños hasta los niveles profesionales, en el ámbito religioso, definitivamente en el quehacer político, a pesar de que en este sexenio se ha estado tratando de hacer un cambio y en todos los niveles de relaciones en nuestra sociedad. Quizás nuestro nivel de desarrollo emocional y cultural como mexicanos requiere todavía de utilizar en forma mayoritaria ese estilo educativo, porque no tenemos aún la madurez, la autonomía o la capacidad de manejarnos por nosotros mismos y de romper con nuestros patrones de dependencia.

El tercer estilo al que se refiere la Dra. Grusec, se enfoca hacia la relación en sí entre los padres y los hijos, de modo que intenta encontrar un equilibrio entre ambos, con el objetivo de negociar arreglos que logren la satisfacción mutua tanto de las necesidades de los padres como de los hijos. Para ello, es importante que los primeros tengan esa sensibilidad para comprender y responder a los deseos y necesidades de los segundos. Ello de ninguna manera significa que deben ceder siempre a tales deseos, sino más bien que se trata de buscar la forma de negociar con ellos las diversas opciones, para decidir cuál sería la más viable para poder llegar a un compromiso satisfactorio para ambas partes. Para cualquiera de estos tres estilos de educación de los hijos, la Dra. Grusec enfatiza un hecho necesario y fundamental: antes de todo, los padres deben conocer a sus hijos lo mejor posible, para entonces decidir cuál de esos estilos llena mejor las necesidades de unos y otros.

Aunque en el papel y en la teoría suenan lógicos cada uno de estos estilos, la realidad llega a ser bastante diferente en la práctica. Para empezar, se tiene que tomar en cuenta que no obstante que todos sean hijos de los mismos padres, cada uno es completamente único y diferente, con rasgos muy propios y específicos, con historia, circunstancias, experiencias y necesidades propias y diversas, que determinan que un estilo de educación que había funcionado con otros hijos, no garantice los resultados con éste. Por otro lado, cada hijo o hija irán sufriendo cambios a lo largo de su desarrollo, de etapa en etapa, de manera que lo que pudo haber funcionado en la infancia, no necesariamente será efectivo durante la pubertad, y así sucesivamente. Existen además unas series de factores que también van a influir sobre la decisión de cuál estilo escoger: el temperamento de cada hijo, la variación en sus estados de ánimo, su edad, su historia en el pasado, el tipo de problemas a los que se enfrente o se haya enfrentado, las comparaciones con los hermanos y los compañeros, el nivel socioeconómico y cultural al que pertenezca la familia, así como sí se trata de la relación con el padre o con la madre, puesto que con cada uno de ellos será diferente.

A pesar de que la mayoría de los padres en su confusión, ignorancia, desesperación, falta de experiencia y angustia ante la educación de sus hijos, buscan recetarios con ?los doce fáciles pasos para ser padres perfectos y felices y tener hijos también perfectos?, la realidad es que éstos no existen. Cada pareja debe enfrentarse a este proceso con los conocimientos que adquirieron durante su infancia, que fue el período en el que empezaron a aprender a ser padres o ser madres, bajo la relación, el apego, la influencia, el modelaje y la orientación directa o indirecta de sus propios padres. Cuentan asimismo con sus propios instrumentos personales tales como inteligencia, sensibilidad, intuición, afecto y los conocimientos que hayan adquirido por curiosidad y deseo propio al documentarse en otras fuentes como libros o cursos. Definitivamente, cada padre o madre necesita contar además con la muy cercana relación, comprensión y comunicación con su pareja, ya que el educar a los hijos siempre será más fácil, llevadero y complementario para dos personas que para una sola. Como equipo, ambos pueden poner en acción los instrumentos con que cada uno cuenta, lo que les ayudará a escuchar, conocer y comprender mejor a cada uno de sus hijos para lograr una relación más completa y satisfactoria con ellos, así como para resolver aquellos problemas importantes que surgen en los momentos de crisis, pero aún para los detalles pequeños de todos los días. (Continuará).

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