Quincuagésima parte
La dificultad que tienen muchos padres para involucrarse en un proceso de valoración psicológica de sus hijos, es muy semejante a lo que sucede en los colegios y las escuelas de nuestro país, cuando se les pide su cooperación y compromiso. Para tantos padres, la expectativa consiste en llevar a sus hijos a tales instituciones, para que éstas y los maestros se encarguen por completo de su educación, sin estar conscientes de la apremiante necesidad que existe para que dicho proceso educativo sea un proceso complementario entre los padres y los maestros, ambos funcionando como un equipo con objetivos semejantes. Seguramente estos padres no tienen la suficiente educación o información sobre lo que representa la escuela como una prolongación de la familia en el proceso educativo. Se trata de una visión incompleta y distorsionada sobre los roles de ambas instituciones, lo que limita obviamente la responsabilidad y el compromiso que ellos pueden asumir. Idealmente, desde esta perspectiva, tanto los padres como los maestros deberían participar y colaborar en forma complementaria en la educación y la formación de los hijos-alumnos.
Sin embargo, en ambos casos, tanto en el proceso educativo a nivel familiar y escolar, como en los aspectos básicos de la salud mental, que a la larga se trata asimismo de un proceso educativo, nos damos cuenta del gran hueco de información que todavía persiste, y de las limitaciones de nuestra educación. Ello quiere decir que aún en la actualidad, no es nada fácil para muchos padres reconocer, definir y ubicarse respecto a sus respectivos roles como padre, como madre o como esposos. En tantas ocasiones, se encuentran desorientados y confusos para poder definir ese papel que deben jugar, así como la responsabilidad y los compromisos que han adquirido al decidir tener hijos, tanto en la educación de los mismos, como respecto al cuidado y la protección de su salud mental. Es así como nos damos cuenta de la gran dificultad que representa ser padres, especialmente cuando hemos carecido de una educación y preparación adecuada para saber definir nuestro compromiso, así como para conocer nuestras responsabilidades y tener la preparación para enfrentar nuestras funciones lo mejor posible. Lo que sabemos, lo hemos aprendido desde niños en los modelos de educación que recibimos en nuestras propias familias y en los roles que vimos jugar a nuestros respectivos padres y madres. Sin embargo, las exigencias y necesidades de este mundo actual, que es tan diferente de las anteriores generaciones, nos hace conscientes de que definitivamente tales modelos aunque hayan sido básicos en su época, ya no son del todo suficientes en el presente. Ello implica el que tengamos que llevar a cabo una revisión de los mismos, con una redefinición de nuestros roles y funciones. Una misión nada fácil.
Posiblemente este tipo de cuestionamientos y dudas que nos causan ansiedad, confusión e incertidumbre, determinan el que en tantas ocasiones lleguemos a buscar al o los ?expertos? para que nos tranquilicen y respondan a nuestras preguntas, satisfagan nuestras necesidades o llenen esos huecos que sentimos tener como padres. Es así como tan fácilmente se puede acudir a cualquiera que se llame a sí mismo experto (un título muy fácil de adquirir en un país como México), sin que la mayoría de las veces sean muy importantes ni sus credenciales, ni su experiencia. La intuición y el sentimentalismo son factores que juegan un papel preponderante en estas decisiones, especialmente cuando la ansiedad, la desesperación y la culpa nos aguijonean intensamente como seres humanos.
En una época económicamente tan crítica como han sido los últimos treinta años, el costo de las consultas será para muchos padres uno de los factores más importantes para decidir elegir a alguien a quien acudir con ese niño o niña que requiere de servicios. Debido a los limitados servicios de salud mental infantil que se ofrecen en las instituciones oficiales, en las que existen escasos profesionistas especializados, con trabajo acumulado por meses, que hace muy difícil la frecuencia de las citas, la mayoría de gente acude a los servicios privados. Obviamente, los costos con aquellos ?terapeutas? que realmente no cuentan con un entrenamiento adecuado serán mucho menores, precisamente por dicha razón, ya que no es fácil atreverse a cobrar lo que sería justo si tuvieran esa preparación especializada. Tales cuotas bajas resultan atractivas en el uso de los servicios de este tipo de ?terapeutas?, sin que importe tanto el tipo de entrenamiento que posean.
Es muy interesante darse cuenta cómo funciona el orden de las prioridades en tantas de las familias de nuestra época. Para muchas de ellas, tiene mayor sentido gastar respetables cantidades de dinero o de ahorros en juegos electrónicos, en muñecas o monos, motos o autos y juguetes en general que son de la última moda, y que seguramente causarán ?la delicia de sus chiquitines?, la satisfacción de los padres o la envidia de los familiares y vecinos. Igualmente sucede con gastos de fiestas de cumpleaños u otro tipo de celebraciones consideradas como fundamentales, puesto que se trata de gastos imprescindibles para fortalecer la imagen y el status. Gastos considerados naturalmente como de mayor importancia que la educación, la salud física o la salud mental de los hijos. A pesar de que la salud física y mental, y la educación son valores importantísimos y elementos básicos de nuestra existencia, que por lo mismo tienden a ser tan costosos, desgraciadamente todavía no hemos aprendido a considerarlos como prioritarios dentro de nuestro esquema de vida. Parece ser que estos valores todavía no han llegado a constituir una parte importante dentro de nuestro nivel de cultura y de nuestra forma de pensar.
Es así, como de alguna manera y a la larga, se desarrolla una especie de contrato silencioso entre los padres y este tipo de ?terapeuta?, gracias al cual, los padres nunca les preguntan sobre sus credenciales, ni su entrenamiento, ni tampoco sobre lo que planea hacer con su hijo o hija, ni los diagnósticos a los que llegó, o los objetivos o duración de dicho tratamiento. En la misma forma, el o la ?terapeuta? tampoco incomodan a los padres, ni les solicitan la información familiar que se necesitaría para una evaluación semejante si tuvieran el entrenamiento adecuado, ni les preguntan sobre temas que aunque importantes en estos procesos, ambas partes consideran indiscretos y comprometedores. Así, mientras los padres paguen sus cuotas, aunque no haya mucha información, ni cuestionamientos de una u otra parte, el paciente juega y se entretiene con su ?terapeuta? cada semana, y el proceso sigue su curso en armonía, sin que nadie haga olas, en lo que podríamos calificar como una ?terapia? al buen estilo mexicano. (Continuará).