Quincuagésima tercera parte
Al igual que ha sucedido en otras áreas de la Medicina, quizás la solución no estriba solamente en la formación de profesionistas de tan alto nivel, un objetivo que incluso en los países del primer mundo ha sido difícil de lograr. Tal vez una solución más acorde a nuestra realidad y a los recursos con los que contamos. Sea la de ser capaces de utilizar los servicios de todos estos ?terapeutas? que ya de por sí están trabajando con los niños. Para ello sería necesario apoyarlos con un programa de adiestramiento y supervisión que no fuera tan costoso o de tiempo tan prolongado, y que les facilitara el llevar a cabo sus funciones de una forma más efectiva. Un programa teórico-práctico que les ayudara a superar sus limitaciones y a tener una visión más global y actualizada de la psicopatología que se puede encontrar en la relación niño-familia. Asimismo, otra de las opciones sería la de entrenar a personas que no contaran con tantos años de estudios profesionales, pero que pudieran trabajar a un nivel más técnico como ocurre en otras áreas médicas y en otras países, quienes naturalmente trabajarían como colaboradores bajo la guía y supervisión de los especialistas en el área.
Es posible que pasen muchos años todavía para que tengamos el número suficiente de tales especialistas de la salud mental infantil, o quizás inclusive nunca los llegaremos a tener para llenar esas necesidades. En países como Estados Unidos o Canadá y otros del primer mundo se quejan del mismo problema, ante una carencia similar de profesionistas especializados, no obstante que cuentan con mayores y mejores recursos que nosotros además de que su población infantil no es tan extensa como la nuestra. Para explicar esta carencia de profesionistas. Se ha considerado la existencia de múltiples factores importantes especialmente en México, aunque algunos de ellos también se manifiestan en los otros países. En primer lugar, los muy altos costos de programas de especialización de este tipo lo cual es uno de los primeros obstáculos en un país en el que todavía vivimos bajo el mito de que la educación es gratuita y se nos malacostumbra desde niños a pensar en dicha forma. En realidad, la educación es bastante costosa y los presupuestos tienden a ser insuficientes para llenar esas necesidades. Pero también sucede con frecuencia, que se trata de fondos malversados o desperdiciados dentro de las instituciones universitarias, no sólo en las oficiales, sino incluso en las privadas. La desorganización y mala administración que llega a desarrollarse en unas y otras, asociada a la creación de burocracias derrochadoras y limitantes, dedicadas en tantas ocasiones más hacia los fines políticos que hacia los educativos, no sólo acaban con el dinero, sino que llegan a entorpecer terriblemente la creación de este tipo de programas de educación superior.
Ante esa errónea creencia de que la educación debe ser gratuita y frente a una constante situación económica de limitaciones y zozobra para una gran mayoría de profesionistas en estas últimas décadas, en las que la palabra ?crisis económica?, se ha convertido en casi un sinónimo de nuestra existencia, no es nada fácil para muchos egresados embarcarse en un programa de postgrado. Un programa semejante implica un compromiso de al menos un par de años de estudio, lo que a su vez requiere de una amplia inversión de tiempo, esfuerzo y dinero, que algunos de ellos no saben ni siquiera si al final será redituable tanto desde el punto de vista financiero, como de conocimientos. El resultado es que tanto en México como en otros países, los profesionistas egresados de las licenciaturas de Medicina o de Psicología, vacilen mucho respecto a la búsqueda de una especialidad como Psiquiatría o Psicología Infantil que representará un costo tan alto en todos sentidos. Por lo tanto, para muchos de ellos suele ser más fácil y conveniente, especialmente los psicólogos, abrir un consultorio y llamarse a sí mismos ?terapeutas infantiles? aún sin los certificados ni el adiestramiento especializado, sobre todo cuando aún no existe algún tipo de comprobación legal o reglamentación al respecto.
Otro de los factores también muy importantes que interfieren con la apertura de programas especializados en salud mental infantil a nivel superior, es el número insuficiente de psicólogos y psiquiatras infantiles, que realmente cuentan con el entrenamiento adecuado y que obviamente tendrían que convertirse en los catedráticos y supervisores de un programa semejante. Aún con el número de especialistas que existen en nuestra región en la actualidad, que realmente son insuficientes, se tendría que pensar y planear en importar temporalmente a otros profesionistas especializados en la misma área que pudieran asistir a La Laguna para formar parte del equipo de maestros y asesores, aún si solamente fuera durante ciertos fines de semana. Generalmente, así es como se trabaja en la mayoría de programas de postgrado que ofrecen las diversas universidades no sólo en Medicina o Psicología, sino en cualquier otra área. Tales programas requieren del apoyo definitivo de catedráticos con estudios de postgrado a nivel maestría o inclusive doctorado, que es uno de los principales requisitos académicos para hacerlos válidos. Para no interferir con el trabajo y las actividades cotidianas de los participantes, se tiende a usar los fines de semana, y en muchos de los casos, se cuenta con maestros invitados provenientes de otras ciudades e incluso de otros países, quienes participan durante esos períodos de tiempo en diferentes etapas del proceso académico. Naturalmente, eso aumenta los costos del programa, debido a los viáticos y a los honorarios que se debe pagar a los maestros, lo que obviamente encarece ese tipo de estudios. Por lo mismo, se trata de factores que deben ser tomados en cuenta y planeados muy cuidadosamente por los administradores, organizadores y directores de dichos cursos dentro de cada institución. Cuando por desgracia no sucede de esa manera, se suelen presentar sorpresas incómodas y desagradables, que llegan a poner en peligro el éxito y la seriedad de los programas, como una obvia repercusión en la calidad de los mismos y en el entrenamiento de los participantes. (Continuará).