Quincuagésima novena parte
Sé que a nivel de la educación primaria, existe una buena cantidad de grupos o escuelas para padres en nuestra comarca o en nuestro país, desconozco hasta qué grado se lleve a cabo la organización de las mismas a nivel de las escuelas secundarias o las preparatorias. Con esa mentalidad de que los hijos adolescentes ya ?son grandes? y pueden valerse por sí mismo como mencionaba la semana pasada, para ellos y paralelamente para muchos padres, resulta incómodo, ridículo y hasta fuera de lugar, ya no sólo el pensar en escuelas para padres a ese nivel, sino incluso en asistir a las juntas de información y de reportes que organizan dichas instituciones para los padres, que en tantas ocasiones se ven bastante desairadas. Y sin embargo, creo firmemente que se trata de períodos cruciales y específicos para que los padres recibamos ese tipo de apoyo y de orientación en forma de grupo. Idealmente, tales grupos no sólo contarían con la participación de expertos de diversas especialidades como ya se ha comentado en las semanas anteriores, sino también a través de ese compartir de nuestras propias experiencias, conflictos y retos que hemos enfrentado en la educación de los hijos durante esa etapa, y los métodos que hemos utilizado para abordarlos y tratar de solucionarlos. NO hay nada vergonzoso o ridículo en el hecho de compartir tales conocimientos, ni en tratar de seguirnos educando como padres a diferentes niveles de la vida, conforme nuestros hijos van creciendo, para llevar a cabo de una mejor forma nuestra función como tales.
Conforme la vida pasa nos damos cuenta que las funciones como padres nunca se terminan, que nuestro papel como educadores de los hijos y de nosotros mismos se prolonga a lo largo de la misma y que por lo tanto, también necesitamos seguirnos educando como parte de ese proceso interminable. Tenemos que recordar que una vez que decidimos tener hijos, ese rol formará parte de nuestra vida para siempre, no será un papel que podamos abandonar, ni una función de la cual nos podremos jubilar. Por lo mismo, aunque los hijos dejen de ser niños o pasen por la adolescencia, las siguientes etapas de sus vidas las tendrán que seguir enfrentando en forma cada vez más autónoma, pero siempre unidos a nosotros como padres, sobre todo en aquellos momentos difíciles en que nos puedan seguir necesitando. A pesar de la presunción de tantos adultos que creen saberlo todo, pienso firmemente que en nuestra función como padres, siempre estaremos enfrentando dudas, cuestionamientos, problemas, conflictos y retos en las relaciones con nuestros hijos, que nos seguirán provocando los mismos sentimientos de confusión, incertidumbre, frustración, impotencia, desilusión, desesperación y enojo especialmente bajo ciertas determinadas circunstancias que nos parecen más amenazadoras y complejas, y por lo mismo difíciles de enfrentar y superar.
En una época como la que vivimos actualmente, en la que la adolescencia de los hijos se ha prolongado en un período cada vez más largo, en el que se confunde un tanto con las fronteras de lo que significa ser adulto joven, determinado especialmente por los procesos de la escolaridad, la función como padres es cada vez más necesaria y quizás más compleja a la vez. No importa que terminen la secundaria, para seguir con la preparatoria, para entrar o no a la universidad y prolongar este período en estudios ya no sólo de licenciatura, sino de maestría o aún de doctorado, la realidad es que todos ellos siguen siendo hijos e hijas, algunos más o menos dependientes en muchos o en todos los sentidos, permaneciendo aún en el hogar de origen. Hay aquéllos que inclusive suelen embarazarse además, y traer a casa de sus padres, a la pareja y a su bebé, lo que naturalmente los enfrenta a todos como familia a nuevas experiencias y situaciones prematuras y no contempladas del todo, que implican una serie de conflictos y problemas diferentes. Naturalmente que existen además los otros hijos e hijas, aquéllos que salen del hogar y se independizan en casi todos los sentidos, que encuentran sus empleos y sus parejas, que se casan y planean sus respectivas familias, sin una dependencia tan intensa del hogar original. Sea como fuere, todos ellos en uno u otro caso siguen siendo hijos y los padres seguiremos siendo padres.
¿Sería entonces necesario y prudente, el que durante estas etapas más avanzadas de la vida, debería existir todavía las escuelas y los cursos para padres, en las que pudiéramos seguir compartiendo nuestras experiencias, y en las que grupos de especialistas pudieran otorgarnos su apoyo y su orientación en la educación de los hijos adultos y obviamente en la confirmación de nuestros propios y cambiantes roles como padres de tales hijos? Para las personas que consideran que los adultos como tales ya no tenemos nada nuevo que aprender, ?porque chango viejo no aprende maroma nueva?, quizás esa pregunta suene totalmente ridícula, ilógica y hasta fuera de contexto, especialmente cuando se cree que por el hecho de ser adultos ya lo sabemos todo y por lo mismo, conocemos todas las respuestas. Para quienes tienen una mayor humildad y honestidad, esta pregunta pudiera tener una lógica y una razón de ser, cuando se llega a creer y a aprender a través de los años, que los seres humanos tenemos no sólo la capacidad, sino la necesidad de seguir aprendiendo a lo largo de la vida, en un proceso educativo que nunca termina, y que eso precisamente nos sucede como padres.
La realidad es que nunca acabamos de aprender lo que significa ser padres, puesto que se trata de un vocablo que tiene múltiples y muy cambiantes significados y razones conforme pasamos de una etapa a la otra en el ciclo vital. Definitivamente y sin lugar a dudas, sabemos que los ciclos siguen girando, que el mundo sigue cambiando minuto a minuto, y que por lo mismo, nos será muy útil la educación y la guía que sepamos buscar y aceptar para llevar a cabo con mayores conocimientos y mejores resultados nuestros papeles y funciones como padres. Jamás sobrará tal educación, que unida a la riqueza de nuestras propias experiencias nos facilitará el aprendizaje en cualquiera de las etapas de estos ciclos vitales, en los que nuestra vida como padres de una manera u otra siempre estará unida a la vida de nuestros propios padres y naturalmente a la de nuestros hijos en esas espirales generacionales que nos mueven hacia adelante y hacia atrás. Me parece entonces de suma importancia, el que no sólo deberíamos apoyar la presencia y el desarrollo de aquellos grupos de padres que ya existen, en edades preescolares o incluso en primarias y acaso en secundarias, sino que además deberíamos estimular el florecimiento de un número mayor de programas semejantes a nivel de todas las edades y etapas de la vida, como un factor fundamental de prevención en el área de salud mental. Entre más podamos conocer y comprender el desarrollo normal de nuestros hijos y de nosotros mismos como padres, nos convertiremos definitivamente en seres humanos más saludables. (Continuará).