(Décima Novena Parte)
A pesar de que pueden parecernos increíbles algunos de los planteamientos del simposio anterior, la realidad es que no sólo los ponentes del mismo, sino tantos otros investigadores anteriores a ellos y en otras latitudes tienden a confirmar tales hallazgos. Es hasta ahora por ejemplo, que se puede constatar que las experiencias traumáticas tempranas en la vida de un bebé, dentro de un ambiente familiar inestable, en donde inclusive se puede llegar a presentar el abuso físico o sexual, pueden prolongarse a lo largo de la vida y tener consecuencias psicológicas de gran alcance durante mucho tiempo.
Lo que sucede tiene que ver con el hecho de que experiencias traumáticas semejantes, echan a andar delicados mecanismos en los sistemas endocrinos, genéticos y neurológicos. Tales mecanismos a su vez provocan daño de tipo cerebral en diferentes áreas, que hasta hace algunos años no se había detectado debido a la falta de técnicas adecuadas para medirlo. Ahora que existe una tecnología más avanzada, se ha podido encontrar, medir y valorar ese daño y sus consecuencias a largo plazo.
El modelo de vulnerabilidad genética de que habló uno de los ponentes del simposio que se reportó anteriormente, definitivamente ayuda a comprender el porqué ciertas personas que crecen en un ambiente familiar semejante, desarrollan a largo plazo trastornos del tipo de los de ansiedad o depresivos, mientras que para otros no sucede lo mismo. Una vez más en nuestra época, como sucede en ese vaivén de olas que se da en Medicina, en el que cierto tipo de conocimientos se ponen de moda para ser estudiados en una temporada, para luego desaparecer en otra por muchos años, el estudio del temperamento vuelve a cobrar importancia en estas teorías. El temperamento que consiste en el conjunto de rasgos o de características biológicas con las cuales nacemos cada ser humano, y que nos viene dado por la herencia, determina el que ciertas personas tengan mayor vulnerabilidad para trastornos de ese tipo, mientras que otro estilo de temperamento tenga por el contrario una tendencia a protegerse mejor.
Sin embargo, como se refirió por los ponentes, el temperamento no es el único factor que nos protege o nos pone a riesgo para padecimientos psiquiátricos comunes. Existen otros factores asimismo importantes que se van dando en la vida del individuo desde muy temprano en su nacimiento o en su infancia. Es realmente fascinante por ejemplo, el darse cuenta de la importancia que tiene el contacto físico en las relaciones humanas; el verificar como ese acercamiento que se da entre la madre y el bebé desde que nace, como parte de su interacción, del amor que nace y de la capacidad para la maternidad, se convierte en un tipo de alimentación psicológica que viene a complementar la biológica. Dicha alimentación para traer como resultado un ambiente de mayor seguridad, confianza y tranquilidad para el bebé, lo que a su vez le ofrecerá un mayor sentido de protección física y psicológica, como parte del ambiente en el cual se desarrolla.
Por otra parte, cuando no existe ese contacto físico, ni esos cuidados de alimentación física y psicológica, sino más bien el descuido, el abandono o el rechazo, en aquellos bebés que no han sido deseados o que incluso se convierten en un estorbo para la madre o la pareja, el trato puede llegar a niveles más agresivos y dañinos, hasta el grado del abuso físico o del abuso sexual temprano. Un ambiente familiar desordenado, caótico, inestable se puede convertir entonces en una experiencia traumática temprana, con consecuencia duraderas a largo plazo, especialmente en individuos con temperamento vulnerable.
Es en ellos en quienes precisamente se piensa que se echan a andar ese conjunto de mecanismos endocrinos, genéticos y neurológicos, relacionados con ciertas áreas cerebrales así como con el funcionamiento del eje hipotálamo-pituitaria-suprarrenales, que los marcaran con cierto tipo de lesiones que van a su vez a influir en la ausencia o la debilidad de aquellos mecanismos protectores hacia el estrés. Como resultado, sus conductas serán diferentes en muchos sentidos y ante nuevas experiencias traumáticas, estarán menos preparados para enfrentarlas y combatirlas, lo que los pone precisamente a riesgo de desarrollar algún tipo de trastorno depresivo o de ansiedad.
Tenemos que pensar y recordar que vivimos en un mundo en el que constantemente estamos expuestos a diferentes tipos de experiencias traumáticas que nos ponen a prueba en la vida diaria. Una vida en la que nuestro ritmo tiende a ser cada vez más acelerado e intenso, sobre todo cuando se habita en ciudades en las que periódicamente se tienen que apretar muchísimos más habitantes, sin que necesariamente existan los servicios suficientes.
Igualmente, tenemos que tomar en cuenta, que en esas condiciones del mundo actual, mucha de la presión del estrés que sufrimos los adultos, de alguna forma tiende no sólo a mantenerse en el adulto, sino también a dirigirse como si se tratara de una cadena vertical que fluye hacia abajo, hacia los seres más desprotegidos y vulnerables como son los bebés y los niños en general. Ellos no cuentan aún con suficientes elementos y defensas psicológicas para combatirlo, lo que determina que en tantas ocasiones sean presa fácil de los efectos del estrés propio al que están sujetos en su vida escolar cotidiana, más los efectos del estrés proveniente de los adultos en la familia, y del ambiente tanto hogareño como social en general en los que se desenvuelven. (Continuará).
Se invita a nuestros lectores a la presentación de la serie de libros: ?Caminos del Desarrollo Psicológico?, que se efectuará el próximo martes tres de febrero a las 20:00 horas, en la librería del Ser Humano, Morelos 1082 Pte.