(Vigésima primera parte)
Muchas personas, especialmente padres de familia, pero aún maestros y médicos, se llegan a preguntar si es verdad que los niños pueden presentar trastornos de ansiedad, o si se trata en realidad de un ardid o una invención de los psiquiatras, los psicólogos y los especialistas que se dedican al cuidado de la salud mental, como un método para hacer dinero. La justificación más común y generalizada suele venir de las generaciones antiguas quienes tienden a negarlo para afirmar ?que en nuestros tiempos, no existían esos problemas en los niños, y no había nada que no se arreglara con una buena nalgada?. Este tipo de explicaciones y recomendaciones tan simples y primitivas, siguen en boga en nuestros días en un alto porcentaje de las familias. La herencia de tantos siglos de ver a los niños y niñas como querubines y angelitos, ajenos al ambiente que los rodea, que no piensan, razonan, ni sienten confirma para ellos, el que tampoco se puedan enfermar de trastornos emocionales.
Y sin embargo, los estudios epidemiológicos efectuados en muchísimos otros países además de los Estados Unidos, corroboran la presencia de altos porcentajes de tales trastornos en niños y niñas en diferentes sociedades de nuestro planeta. Si tomamos en cuenta los factores de riesgo que se han mencionado en las semanas anteriores, en relación al temperamento con el que se nace, a la herencia y la genética, a las experiencias traumáticas y estresantes que se pueden presentar muy temprano en la vida, podríamos concluir que todos estos factores pueden influir no sólo en los adultos, sino en cualquier etapa de la vida, dependiendo de las circunstancias ambientales a las que el sujeto estuviera expuesto. Es decir, que tanto los niños como los adolescentes entrarían dentro de ese círculo de riesgos, y su edad no los exentaría de la posibilidad de enfermar de alguno de tales trastornos.
Al seguir el planteamiento de Moore del filme mencionado la semana pasada: ?Masacre en Columbine?, sobre el efecto de los medios de comunicación en el público en general, podríamos llegar a ciertas conclusiones. Se crea en la audiencia ese cierto clima de paranoia, ansiedad, vulnerabilidad y miedo de ser atacados. Por lo mismo, surge una necesidad ?justificada? de poseer y portar armas para defenderse y responder a la posibilidad de tales ataques, que pueden provenir del vecino o aún de las personas más cercanas, no sólo de aquellos extraños de rasgos extranjeros, que usan lenguaje y atuendos diferentes al común de la gente. Sin embargo, como se mencionaba la semana pasada, el efecto de los noticieros y reportajes que nos presentan en carne viva, los restos mutilados producto de crímenes enfermizos, los reportajes sobre muertes, enfermedades y tragedias alrededor del planeta o el interminable bombardeo de noticias negativas, deprimentes y tonos pesimistas sobre un mundo que se antoja violento, sombrío, amenazador, inseguro, sangriento y desesperanzador, poblado por gente loca, perversa, agresiva o enferma, tienen por fuerza que influir negativamente hasta en el sujeto más valiente y cuerdo.
¿Qué sucede entonces con aquéllos que poseen ese perfil vulnerable a los trastornos de ansiedad, como los que se han mencionado ya y que están marcados por esos factores de riesgo mencionados, que se someten voluntaria, inconsciente y regularmente al efecto nocivo de tales noticias y reportajes, puesto que se trata de individuos adictos a los medios. Pero peor aún, ¿qué sucede, cuando tales sujetos adictos a los medios, no son sólo adultos, sino que se trata de niños, niñas y adolescentes, que indistintamente, sin orientación, ni apoyo de algún adulto (puesto que pasan muchas horas por las tardes, solos y sin ninguna supervisión frente al televisor cuando regresan de sus escuelas, ya que sus padres están trabajando ambos y no hay otros adultos disponibles para cuidarlos o guiarlos) se someten a este tipo de programación, en su mayoría en el televisor, aunque también en la radio o a través de la prensa y las revistas? ¿O qué sucede, cuando se pasan las horas obsesivamente entretenidos con juegos de video caseros, o en las galerías de maquinitas electrónicas callejeras, también sin ninguna supervisión, en las que aprenden a atravesar con algún arma o los puños mismos, el abdomen o el tórax de otro guerrero, para mutilarlo y verlo desangrarse hasta la muerte como el glorioso y triunfal final de un ?juego??
¿Será acaso que estamos preparando y permitiendo que se capacite a nuestros niños y adolescentes como futuros asesinos seriales, como guerrilleros terroristas, como personajes sádicos o tal vez incluso, como consumidores de armas producidas en otras naciones? Pero la pregunta además tiene que ver con los efectos a corto, mediano o largo plazo por un lado, de la exposición a esa invasión abrumadora de material ?informativo? de los medios a estas edades, y por el otro de la exposición activa y también agobiadora de ?juegos? de tal estilo popularísimos entre niños y adolescentes, avalados además por los familiares adultos.
En el presente, al menos en las ciudades, han dejado de ser populares las historias, cuentos y leyendas de ?la llorona?, del ?coco?, de las brujas, los aparecidos y fantasmas, con los que solía asustar a los niños para obligarlos a obedecer a sus padres, a base de estímulos amenazadores y coercitivos por medio del miedo o incluso del terror. Ahora, que las nanas y las abuelas que anteriormente se encargaban de cuidar han pasado a la historia; casi como especies en extinción, para ser sustituidas por un televisor o juegos electrónicos son éstos los encargados de amenazar, asustar y aterrorizar a los niños de una manera más gráfica, efectiva y realista. La aparición de personajes decapitados, o mutilados de las extremidades, bañados en charcos de sangre y golpeándose sin compasión unos a otros para ganarse unos puntos y la batalla final, son las nuevas imágenes con las que inundamos las mentes infantiles o de adolescentes, con efectos que aún no hemos podido valorar a largo plazo y que pueden ser muy contrastantes y contradictorios para cada individuo según se trate en cada caso. (Continuará).