Trigésima parte
Se han ido descubriendo entonces, una serie de agentes farmacológicos que pueden ser de gran utilidad para el tratamiento de los trastornos de la ansiedad en adultos, pero que también pueden ser benéficos para aquéllos que se presentan en niños y adolescentes, como se mencionó en la columna pasada. Se ha comprobado asimismo, que el uso de uno solo de estos medicamentos puede ser suficiente para controlar los síntomas y aminorar el trastorno en cualquiera de sus diversas acepciones, especialmente cuando se utilice por un período de tiempo prolongado. Si se encuentra el fármaco de elección y específico para ese paciente, a las dosis individuales adecuadas y por un tiempo ideal determinado, ello puede ser la solución para el tratamiento de dicho trastorno. Uno se preguntaría entonces: ¿Es acaso necesario, usar más de uno de estos agentes a la vez, o probar con una variedad de ellos y estar cambiando en forma constante uno tras otro, de acuerdo a las novedades del mercado, más que a las necesidades de cada paciente?
Hace muchos años, cuando era estudiante de Medicina en la UNAM, un magnífico clínico, médico general y maestro de la Facultad de Medicina nos dio un consejo que siempre he considerado actualizado y excelente, especialmente cuando lo volví a escuchar en los labios de otros maestros y supervisores míos al cursar la especialidad en psiquiatría.
El consejo era algo así: ?Realmente nunca hay necesidad de dar más de un solo medicamento de la misma línea a los pacientes; uno será suficiente mientras se haya hecho un buen diagnóstico, se usen las dosis apropiadas y se pueda mantener durante el período de tiempo necesario?. Este maestro añadía, que el recetar demasiados medicamentos al mismo tipo, era el equivalente a ?tirar escopetazos en la oscuridad?. Para él, quienes disparaban tales escopetazos debían ser médicos que no hacían mucho esfuerzo para estudiar a fondo a sus pacientes, de manera que mediante el uso de tantos medicamentos buscaban adivinar el padecimiento. Es decir, que buscaban ?tirar muchos escopetazos, hasta llegar a ver cuál de ellos atinaba y dar en el blanco?.
El comentario viene a colación en nuestra época, porque sigue siendo de actualidad, lo mismo en psiquiatría, que en Medicina General o en cualquier otra especialidad. Aparentemente, lo más fácil en nuestra profesión, en muchas ocasiones, es que después de escuchar o más bien oír unos cuantos minutos al paciente o a la madre del niño, el médico saca a relucir su recetario para escribir una larga lista de medicamentos que les pedirá se compren y se utilicen, aún a pesar de que muchos de ellos no tienen razón para su uso, porque pertenecen a la misma categoría, se repiten y su utilidad sería dudosa, o simplemente porque no están indicados en ese tipo de trastorno. Sin embargo, para tantos pacientes, esa larga lista puede ser un motivo de orgullo y de satisfacción, puesto que representa la ?importancia y gravedad? de la enfermedad que padecen, o la de su propio estatus, lo que de alguna manera llena las necesidades de su narcisismo o de su orgullo en el hecho de estar enfermo, además de que siempre puede ser un excelente tópico de conversación en las reuniones familiares y sociales.
En nuestra época, la extrema rapidez del ritmo de vida que vivimos, las largas listas de espera que se dan en las instituciones públicas ante las interminables filas de pacientes, que abarrotan la consulta externa, el cada vez más limitado personal médico y de enfermería, definitivamente insuficiente para llenar esas necesidades, sobre todo bajo sueldos no siempre muy satisfactorios y los cada vez más ascendentes costos de la medicina privada, han determinado día tras día, el desarrollo de ese tipo de práctica del ?escopetazo?. Ello se da además, suponiendo que los medicamentos existan en la farmacia y formen parte del cuadro básico, lo cual no siempre es cierto y se tienen que suplir por aquéllos que se encuentran más a la mano, aún sin importar que se repitan.
En la medicina privada, nos encontramos además frente a una fortísima competencia de mercado, que se da entre la enorme variedad de compañías farmacéuticas casi siempre trasnacionales, que luchan codo a codo por cada milímetro del territorio ocupado por los médicos y los pacientes. Los nuevos productos que salen uno tras otro a lo largo de cada año, son anunciados por los agentes de tales compañías como la panacea para las muy diversas enfermedades que enfrentamos. Se trata de productos novedosos que vienen a suplir a los anteriores, con una serie de ventajas y beneficios ausentes en el pasado, lo que los convierte teóricamente en mejores medicamentos en el presente; es decir, en los nuevos e ideales medicamentos de elección. Es casi como la pericia maravillosa en el arte de la mercadotecnia envuelve a muchos de los médicos actuales y los convence para utilizar todo nuevo medicamento que es anunciado, como una forma de ?poner al día? o ?poner a la moda? a sus pacientes.
En esa forma, el medicamento anterior que podía estar funcionando bien, puede ser sustituido por este nuevo, debido precisamente a lo novedoso del mismo y como una forma de experimentar sus resultados. Pero también lo que suele suceder, es que se añada el nuevo fármaco a otros que ya existían y que van formando una lista cada vez mayor de medicamentos que se ingieren. Ello naturalmente, representa una carga económica que se vuelve cada vez más pesada para el paciente, especialmente cuando los costos de los fármacos se han ido por los cielos en el presente. Pero quizás, el riesgo más importante y de mayores consecuencias, es que también aumenta en forma peligrosa la carga cada vez más alta de efectos secundarios propios de cada medicamento, algunos de ellos todavía no muy bien conocidos, precisamente por el hecho de ser nuevos y que obviamente van a repercutir en la salud del paciente, inclusive con riesgos altos de intoxicación. (Continuará).