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Nuestra Salud Mental / Un paréntesis para celebrar otro estilo de ?dar el grito?

Dr. Víctor Albores García

Estamos en septiembre nuevamente, el calendario ha seguido su usual recorrido para llegar a este sitio una vez más, girando al igual que los reguiletes de colores que también giran furiosamente empujados por las ráfagas de vientos contaminados a los cuales nuestro sistema respiratorio trata de seguir adaptándose. Es el mes al que llamamos de la patria, quizás porque sentimos que los otros meses ya los tenemos embargados y endeudados, sin que nos pertenezcan. Es el mes en que surge repentinamente nuestra mexicanidad, envuelta en moñitos y listones coloridos de verdes, blancos y rojos a lo largo de las calles y avenidas de nuestra ciudad. Adornos que brotan como flores silvestres, paralelamente a los sólitos baches y agujeros que aparentemente también nos engalanan. Las banderas que han estado guardadas durante el resto del año, salen de sus estuches para ser desempolvadas y ondear orgullosamente de mayor o menor tamaño en ciertos automóviles, casas y edificios, especialmente cuando se trata de aquéllos que son oficiales. También las águilas salen de sus prisiones y tratan de practicar y presumir un vuelo que casi habían olvidado.

Es el mes de los héroes, no de los superhéroes que tan acostumbrados estamos a divisar en las pantallas chicas y grandes; sino de personajes como Hidalgo, Morelos, Allende, doña Josefa Ortiz y tantos otros que pertenecieron al movimiento que se rebeló contra el coloniaje de aquella época, no tan diferente del actual y que buscó la independencia del país. Se trata de héroes que aunque pavimentados como avenidas y semiolvidados como personajes, todavía mantienen su popularidad porque por ellas circulamos diariamente. También quizás al igual que las águilas, permanecen empolvados en el clóset durante el resto del año, hasta que en este mes lucen sus sólitos ropajes en los desfiles o en las festividades escolares o gubernamentales. Se les dedican entonces poesías, odas y discursos, bailables, serenatas, aplausos y hasta reportajes de los medios, para después dejarlos reposar y empolvarse una vez más en su sueño el resto de los meses del año, aquéllos que ya no son los meses patrios.

Septiembre es asimismo el mes de las celebraciones, el mes en que gritar no es solamente una muestra de ?nuestra mexicana alegría?, sino que se ha convertido además en un símbolo oficial, tan oficial y tan serio como la bandera misma, como un deber y un derecho. Por eso el presidente de la República lo hace a todo pulmón el día 15 por la noche, en un grito al que se unen los ecos de todos los demás gobernantes de los diferentes municipios y estados de la República. Un ?grito? que incita lo instintivo de todos los mexicanos para unirse al mismo, y así en esa forma sentir el derecho de expresar el espíritu nuestro, el que sale desde lo más profundo, y que lo mismo explota y se dispara en gritos, alaridos, balazos o fuegos artificiales para luego desbordarse en manojos coloridos y folclóricos de luces y sonidos.

Clásico y tradicional en todo su folclore y algarabía, el grito sin embargo, ha ido perdiendo su significado inicial para convertirse más bien en un rito y un simbolismo que se hace cada vez más automático y anónimo. A pesar de ello, permanece fielmente marcado en las páginas del calendario, como un día de asueto obligatorio y de logro sindical, como un día de fiesta y de celebración, siempre con esos mismos colores mexicanos que lo han caracterizado, que nos confrontan y nos despiertan del usual daltonismo. Sobran entonces las buenas excusas para soltar todo lo que traemos adentro, para verdaderamente celebrar en fiestas públicas y privadas, en aglomeraciones, lo mismo en la explanada de la Presidencia Municipal, que en plazas y jardines, o en cualquier tipo de antro o de cantina. Hay siempre buenas razones para echarse unos tragos, para desvelarse, para regresar a casa en las primeras horas de la mañana y especialmente para no tener que trabajar al día siguiente, ni al otro y al otro, porque para eso existen los ?puentes?. Otros puentes que también nos dedicamos a cruzar, y no necesariamente en San Francisco. Se trata más bien de un día de trabajo para los meseros, los cantineros, los guardias de seguridad, los rockeros, los mariachis, los tríos, los de la tambora, los gruperos, raperos, salseros, los policías y especialmente para los agentes de tránsito nocturno. La cerveza, el tequila y los demás licores mexicanos y no, se mezclan con los sones, los ritmos y las melodías para convertirse en un ?grito? más comunitario y heterogéneo.

Septiembre puede ser además, una excelente oportunidad para descubrir otros tesoros también escondidos y muy raramente expuestos con los que contamos en México. Así deben haberlo pensado el maestro Ramón Shade, el maestro Gerardo González y los miembros de la Camerata de Coahuila, quienes en su búsqueda y exploración incansable de la historia de la música universal, también decidieron este mes dar un ?grito? muy en su estilo propio el pasado viernes diez. En una muy variada exhibición de melodías, ritmos y colores musicales, ellos descubrieron ante nosotros desde el escenario del Teatro Martínez, a otros también héroes mexicanos sumamente creativos y algunos un tanto desconocidos para quienes no somos especialistas en la música clásica mexicana. Joaquín Beristáin, un chelista y muy joven compositor del Siglo XIX, quien aunque desgraciadamente murió a los 22 años, nos legó obras como la obertura Primavera, cuya nostalgia dieciochesca abrió el programa de esa noche. Las manos del maestro González expresaron todo el modernismo del concierto para piano y orquesta de Manuel María Ponce, ese otro héroe musical de nuestro país, más popularmente conocido por sus canciones, pero con un extenso recorrido e incursión dentro de la música clásica. A pesar de que sus Sones de Mariachi, es una de las obras más populares de Blas Galindo, él ha sido otro de los muy prolíficos y creativos músicos mexicanos, cuyas obras abarcan una gran variedad de temas y composiciones para diversos instrumentos. En esta ocasión, el maestro Shade decidió rescatar una suite para ballet llamada Danza de las Fuerzas Nuevas. Finalmente, para cerrar ese ?grito?, los ritmos y el espíritu musical mexicano se mezclaron maravillosamente gracias a la creatividad de un autor contemporáneo, Eduardo Angulo, en lo que apareció como una verdadera ?Suite mexicana?. Melodías retomadas de canciones tan populares como Sandunga y Cielito Lindo, se entrelazaron en las alegrías de un huapango y de un jarabe, y con la melancolía de cuerdas de una serenata, hasta terminar en el entusiasmo desbordado de una polka, que casi nos puso en movimiento a todo el auditorio.

No cabe duda que pueden existir diversos y muy variados estilos de dar ?el grito? y éste sin duda alguna fue uno de ellos. Se convirtió en un muy especial, excelente y emotivo regalo para los laguneros en este mes de septiembre. Juntos podemos gritar ¡bravo maestro Shade! ¡Brava Camerata! Y ¡Viva México!

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