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Nuestra Salud Mental

VÍCTOR ALBORES GARCÍA

Cuadragésima Noventa Parte

Puentes a cruzar en San Francisco

¿Permitiría usted que su niño o niña fuera operado del corazón por un médico recién egresado de la escuela de medicina, sin ningún estudio de postgrado en cardiología y cirugía del corazón pediátrica? ¿Confiaría usted a un médico de iguales condiciones el operar del cerebro a su hijo o hija, sin que tenga los estudios o la experiencia suficiente en esa área, por el simple hecho de que sea muy simpático y agradable, de que hable bonito o porque le cobre barato? Seguramente que todos aquéllos que somos padres, pensaríamos mucho antes de tomar una decisión así, y más bien buscaríamos alguien en quien tuviéramos la confianza de que ha tenido el entrenamiento y la práctica suficiente, para que nos garantice mejores resultados. En ambos casos, las credenciales del médico jugarán un papel fundamental, puesto que estamos hablando de la vida y la salud física de nuestros hijos. Es ahí donde se demuestra el alto nivel de información y de cultura médica al que hemos llegado en nuestro país.

Y sin embargo, pareciera ser que no pensamos de la misma manera en cuanto a la salud mental de nuestros niños. Da la impresión que en este caso, los criterios se hacen más relajados e inclusive descuidados, ya que no se pregunta ni se toma mucho en cuenta las credenciales del o la terapeuta al cual le confiamos el cuidado y la salud mental de un hijo o una hija. La falta de información y de una cultura psicológica en nuestra sociedad es todavía muy marcada, lo cual determina que sea difícil enfocar nuestro criterio para decisiones de ese tipo, a pesar de que se trata de decisiones de suma importancia. Es ahí precisamente, donde cuenta la recomendación de la vecina, del maestro o la maestra, o de otras personas, recomendaciones que pueden estar basadas en la simpatía, popularidad, ingenio o capacidad verbal del o la terapeuta, o hasta de sus precios muy económicos. Al parecer, todos esos factores pueden ser tomados en cuenta en forma prioritaria, aunque no necesariamente las credenciales que posea, es decir, el tipo de entrenamiento académico y específico que tenga para trabajar con los niños.

Existen un gran número de egresados de las escuelas locales de psicología, que por muy diversas razones, entre ellas la falta de recursos económicos, no pueden salir a otras ciudades o países para llevar ese tipo de entrenamiento con niños, a pesar de que es algo que les guste y desearían. Como se decía anteriormente, no hay ninguna maestría que se ofrezca aún en nuestra región para este tipo de entrenamiento en cualquiera de estas escuelas. El resultado es que dichos profesionistas buscan entonces cursos o diplomados cortos y no muy costosos, de los que se ofrecen con frecuencia en La Laguna, no necesariamente sobre psicología infantil. Asisten asimismo a algún congreso especializado, en el que también puedan tomar algún curso. Es definitivo que después de graduarse de su Escuela de Psicología y enfrentarse al mundo exterior, todos ellos se han percatado que su preparación a nivel de la licenciatura no es del todo completa, como sucede con la mayoría de carreras en la actualidad, y que si quieren ser competitivos y ofrecen un mejor trabajo profesional necesitan seguir estudiando y preparándose constantemente. Ello es todavía más urgente en un área tan delicada de manejar como es la del trabajo con niños y adolescentes.

Desgraciadamente, muchos de estos egresados entusiasmados por su amor por los niños y animados por los cursos que recibieron durante la licenciatura, por diplomados de fin de semana, o por algún otro curso semejante, abren sus consultorios y empiezan a trabajar en esta área. Con ese gran apasionamiento característico de la juventud, y con los mejores deseos del mundo, se llaman a sí mismos ?terapeutas de niños? y se dedican a ?ver? niños aún sin tener el entrenamiento específico y adecuado. Y efectivamente, ellos o ellas ?ven? niños y niñas, y además ?juegan? con ellos, lo que resulta en una actividad muy agradable para ambos, y que se puede continuar durante tanto tiempo como los padres del paciente lo permitan.

Para aquellos padres que tampoco posean mucha información o cultura psicológica, el confiar su niño o niña a este ?terapeuta? un tanto improvisado, representa una buena opción de ?tratamiento? por muchas y muy variadas razones. En primer lugar, disminuye automáticamente la ansiedad y especialmente la culpa de sentir que como padres, no estaban haciendo nada al respecto, mientras que ahora el paciente está recibiendo finalmente su ?terapia?. En segundo lugar, también es bastante cómodo para ellos como padres, ya que semanalmente pueden dejar a su criatura una, dos o más veces con su ?terapeuta?, sin tener que involucrarse demasiado, excepto el hecho de dejarlo y recogerlo.

Se trata generalmente de padres que temen involucrarse en un proceso de tratamiento semejante, debido a sus propios miedos y ansiedades de sentirse expuestos o juzgados, y sobre todo de verse de frente ante sí mismos. La falta de entrenamiento especializado de estos ?terapeutas?, determina el que tampoco crean necesaria la presencia y colaboración de los padres desde una perspectiva de tipo familiar que sería la ideal.

Dicho proceso que potencialmente es benéfico y constructivo, puesto que sirve para ayudar a resolver los problemas que presenten los hijos y también la familia, se puede convertir más bien en una amenaza para estos padres, lo que evita u obstaculiza su participación. Ante su propia inseguridad como padres y la falta de información y de orientación adecuada, no les es fácil descubrir y aceptar entonces que los problemas de su hijo o de su hija, no son exclusivos de éstos como preferirían creer, sino que también tienen que ver precisamente con fallas en ellos o en ese sistema familiar o cuerpo social al que pertenecen. Desgraciadamente, no se les informa o no se dan cuenta de que el hecho de detectar a tiempo estos diferentes problemas tanto en el niño o en la niña y en su sistema familiar, será un factor decisivo para corregirlos mucho más rápida y adecuadamente, gracias a las acciones terapéuticas que se puedan implementar mediante este equipo de trabajo formado por los padres, los hijos, los maestros, el mismo pediatra y su terapeuta. (Continuará).

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