Uno de los principales problemas del hombre como individuo y como sociedad, es el lograr congruencia entre su forma de pensar y su modo de ser en la realidad práctica. Al través de la historia la humanidad ha establecido sistemas normativos morales y jurídicos que en los hechos, suelen ser letra muerta por ignorancia, descuido o indiferencia de algunos o por el deliberado propósito de otros en orden a intereses egoístas y de corto plazo.
Nadie está exento de esto y de allí que a pesar de la nobleza de pensamientos y propósitos, la armonía en las comunidades locales, nacionales o internacional es vista como utopía. Por eso al momento en que los sacerdotes renuevan las promesas de su ministerio en ocasión de Semana Santa, el Papa Juan Pablo II los llama a ser congruentes y a dar ejemplo con su vida, lo que indica que tampoco ellos escapan al riesgo de ser incongruentes con el mensaje que predican.
Con independencia del credo de cada cual, es necesario que los hombres y mujeres de todo el planeta y la sociedad humana en su conjunto pongamos manos a la obra de ser congruentes con nuestras formas de pensar, como única receta para lograr un mundo mejor. La experiencia enseña que no bastan las normas morales o jurídicas por perfectas que fueren, si falta la palanca de la voluntad humana, para generar un buen comportamiento.
Lo anterior es válido para toda forma de vida en comunidad y por lo tanto, nuestra ciudad, estado, región o país no son excepciones. Las quejas respecto a lo mal que está nuestro mundo salen sobrando; los cambios que la humanidad requiere para mejorar en términos de paz y de justicia como base de toda verdadera prosperidad, deben ser impulsados con esforzada voluntad desde el interior de nosotros mismos, pues nadie hará por nosotros la tarea que a cada quién corresponde.