Cada país es libre para determinar el tipo y el número de requisitos que exige para permitir la entrada a su país, así como aquellos que deben cubrirse para trabajar en él, por lo que no debe extrañar que no se concrete un acuerdo migratorio con los Estados Unidos y que en ese punto como lo admite el presidente norteamericano George W. Bush, no habrá arreglo ni en el corto y en el mediano plazo.
Sin embargo, es innegable que con acuerdo o sin él, el flujo de mexicanos que cruzan diariamente la frontera en busca de mejores oportunidades de trabajo continuará mientras no se den en nuestro país condiciones económicas que ofrezcan para todos ellos empleos decorosamente remunerados, pues si bien es cierto que siempre serán más atractivas las oportunidades que existen de aquel lado de la frontera, también lo es que bastaría con que aquí hubiera empleos suficientes para que muchos de los que emigran no lo hicieran.
Eso es así, porque resulta obvio que nadie deja su tierra, su lugar de origen, si en él existen oportunidades de empleo que le permitan acceder a un ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades y vivir decorosamente; de manera que si emigran es porque no encuentran en México las condiciones como para acceder a estadios de bienestar familiar que les posibiliten vivir en paz, tranquilidad y con decoro en compañía de su familia.
En ese sentido el Gobierno de la República tiene que admitir que aquel propósito original del presidente Vicente Fox de llegar a un acuerdo migratorio, que alguna vez estuvo relativamente cerca y que se vino abajo después de los acontecimientos del once de septiembre, no podrá ya realizarse, por lo que debe dejar atrás ese proyecto y concretar sus esfuerzos en la generación de empleos y el desarrollo social para tratar por nuestros propios medios de dar respuesta a una de las exigencias más grandes de la sociedad.