En las altas esferas del poder político mundial se aplican sin reticencia alguna los principios que Nicolás Maquiavelo plasmó en “El Príncipe”, pues visto está que presidentes, como George W. Bush, siempre estarán dispuestos a sacrificar las vidas humanas que sean necesarias con tal de conseguir los objetivos que se proponen y más si éstos tienen qué ver con el aseguramiento del abasto de petróleo para los Estados Unidos.
Cuando menos esa es una de las conclusiones obligadas de la información que trascendió por la prensa norteamericana y que consigna que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) desde más de un mes antes al atentado del once de septiembre de dos mil uno, había puesto en conocimiento de Bush que grupos de terroristas afines a Al Qaeda efectuaban movimientos en territorio de EU que indicaban la posible realización de un acto terrorista con explosivos.
Sin embargo, no decretó entonces el belicoso texano que el país se pusiera en alerta roja, ni una minuciosa y hasta ofensiva revisión de todos los extranjeros que entraban por aquellos días a los EU. No movió un dedo para tratar de evitar una posible tragedia como la que se consumó aquel fatídico once de septiembre, muy probablemente con la “esperanza” de que un suceso de esa naturaleza y magnitud le ofreciera la razón válida para atacar Iraq, derrocar a Hussein y asegurar hasta por cinco décadas los suministros del petróleo necesario para mantener la economía de ese país.
La propia consejera de seguridad nacional, Condoleezza Rice, reconoció en una reciente comparecencia pública que también el FBI había alertado sobre actitudes sospechosas que podrían indicar la preparación de un secuestro aéreo. Pero nada de eso le importó a Bush, porque buscaba sacudir al pueblo para manipularlo a su favor, sin importar cuántas vidas se perdieran a manos de los terroristas. Porque la política criminal del actual habitante de la Casa Blanca no ve costos humanos, ve sólo ganancias económicas.
