Según datos difundidos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sólo el 24 por ciento de la población entre 18 y 24 años de edad tiene acceso a la educación superior, debido en gran medida a la limitación en la oferta educativa pública y privada en ese aspecto.
El hecho es más preocupante de lo que a primera vista pudiera pensarse. En un escenario en donde muchas voces coinciden en lamentar la falta de competitividad de nuestro país frente a otras naciones, el indicador resulta un aval de rezagos venideros: es allí, en las casas de estudio, donde se ejerce el debate, donde conviven diferentes puntos de vista y donde se fortalecen los procesos del pensamiento.
A ello hay que sumar otra función elemental de las instituciones de educación superior: la investigación. Planear y aplicar proyectos destinados al desarrollo del conocimiento y de las tecnologías es una diferencia inevitable entre una potencia y un país sin herramientas.
Lamentablemente la educación es un área a la que el Gobierno suele dedicar pocos esfuerzos. Quizás porque se trata de una inversión a largo plazo, quizás porque los políticos suelen preferir las obras “de relumbrón” en donde el fruto se cosecha de inmediato, el punto es que no existe la disposición para aumentar la eficiencia de los diferentes niveles de instrucción.
Por las mismas razones, el gasto destinado a educación es más propenso a sufrir recortes: impera en las autoridades la creencia de que, si bien se trata de un aspecto importante, no implica atolladeros a los que haya que encontrar remedios de urgencia.
La viabilidad no es sólo cuestión de decisiones legislativas, es invertir en nosotros mismos, es apostar al desarrollo de las capacidades que tenemos como pueblo. A través de los espacios académicos, la metamorfosis de México recae no sólo en las autoridades, sino en la sociedad civil que se transforma a sí misma.
Ahora que el mundo se sorprende ante el avance arrasador de las naciones del sureste de Asia, cabe recordar que hace años sus Gobiernos decidieron fortalecer la enseñanza superior. En los países cuyos habitantes disfrutan de niveles de vida más altos, la preparación constante de los profesionistas es un requisito indispensable. Cargamos entonces con esta sentencia dolorosa: por más reformas que se hagan, México seguirá condenado al rezago mientras estudiar resulte un privilegio.