La larga cadena de desencuentros y malos entendidos; las posturas encontradas que se agotan en las descalificaciones mutuas, colocan hoy a la compleja relación bilaterial México-Cuba en su mínimo histórico.
Independientemente de los errores de protocolo y del más elemental oficio diplomático entre dos Gobiernos que en meses recientes han visto agigantadas sus diferencias, es la forma la que hoy coloca a las administraciones de Fox y Castro en los umbrales de una ruptura definitiva.
A toda acción corresponde una reacción: México acusa a Cuba de injerencia directa en los asuntos que sólo atañen a los mexicanos; Cuba califica el retiro de la embajadora Lajous como “un error más del Gobierno mexicano”.
El Secretario de Gobernación, Santiago Creel, denuncia intromisión de funcionarios cubanos, fuera del marco institucional y de los canones que imponen los tratados y acuerdos entre ambas naciones. La embajada cubana califica al Gobierno mexicano de prepotente, soberbio, necio y mentiroso.
El embajador de Cuba en México, Jorge Bolaños, niega las acusaciones: es falso, asegura, que su país haya intervenido en asuntos de política interna en territorio mexicano. Declara que los funcionarios cubanos señalados por los secretarios del Gabinete foxista se reunieron con representantes de amplios sectores políticos, dentro del marco legal. No obstante, advierte que está pendiente una respuesta al incidente por parte del Gobierno de Fidel Castro.
Cuando dos Gobiernos reducen la diplomacia a las descalificaciones mutuas; cuando los argumentos brillan por su ausencia y los necesarios espacios de interacción bilateral son copados por los dimes y diretes, el único perdedor es el pueblo -mexicano y cubano- que, ajeno a las disputas coyunturales entre dos gobiernos que no terminan por encontrar el sendero del respeto, sólo pueden esperar el recuento final de daños.
