El próximo primero de septiembre habrán de tomar posesión en sus respectivos cargos, aquellos que resultaron favorecidos por el voto popular. La pasión política y el privilegio de los intereses partidistas o de grupo deben ceder su espacio a la conciliación y la visión integradora.
Terminó ya la campaña, Durango amanece con una nuevo mapa político; el priista Ismael Hernández Deras habrá de conducir los esfuerzos del Estado por abatir los rezagos y plantear nuevas expectativas de progreso y desarrollo, justo a lo que está obligado.
Gobernará desde una posición de relativa comodidad ya que su partido logró la mayoría en el Congreso local; sin embargo el Revolucionario Institucional no constituye una fuerza hegemónica, ya que en al menos 19 de los 39 municipios del estado, la ciudadanía decidió otorgar su voto a personas que militan en el Partido Acción Nacional, la Coalición Todos por Durango y del Partido Duranguense.
Al margen de que una estrategia incluyente y conciliadora establece la necesidad de fijar relaciones operativamente eficientes, respetuosas y propositivas entre el Gobernador y los Alcaldes de todos los municipios, los que cargarán a partir del primero de septiembre con la alta encomienda de representar a los duranguenses, no pueden hacer más que trabajar, sin distingos partidistas y mucho menos en base a afinidades ideológicas o de grupo.
La responsabilidad es una y única, rendir cuentas de un trabajo honesto y eficiente, con un escrupuloso y transparente manejo de los recursos públicos y sin otro interés que el de lograr que Durango supere las inercias que le atan y se pueda acceder a mayores niveles de progreso y bienestar.
El tiempo del candidato, de las promesas y de dibujar escenarios color de rosa quedó ya en el pasado. El reto del que será gobernante es grande y requiere del máximo nivel de esfuerzo, compromiso y honestidad, ya que los duranguenses y los mexicanos todos no admitirán otra cosa que no sean resultados.