“Democracia es el Gobierno de quienes no tienen educación; aristocracia es el Gobierno de los maleducados”. G.K. Chesterton
En realidad no debería sorprendernos que Pemex haya firmado un acuerdo con su sindicato para otorgarle a éste 7,781 millones de pesos en dos años, sin ninguna supervisión externa, para construir viviendas y campos deportivos y para organizar festejos, sufragar gastos médicos y dar otras prestaciones a los alrededor de 100 mil trabajadores sindicalizados de la institución.
La cifra equivale a casi 80 mil pesos por trabajador sindicalizado. En contraste el gasto educativo del sector público de nuestro país es de 3,250 pesos por estudiante al año. Tampoco podemos sorprendernos de que el Instituto Mexicano del Seguro Social gaste más de 20 mil millones de pesos al año en las pensiones de sus 120 mil trabajadores jubilados (166 mil pesos por pensionado) y una cantidad similar en los servicios médicos de sus 45 millones de derechohabientes (444 pesos al año por cada uno). No podemos asombrarnos de que los trabajadores del IMSS se puedan jubilar a los 53 años en promedio con un ingreso de 130 por ciento de su último sueldo mientras que los derechohabientes, aquéllos para cuyo servicio se hizo la institución, deban esperar hasta los 65 años para jubilarse con el 42 por ciento de su último sueldo.
Y qué si nos enteramos de que el ISSSTE recibe un subsidio del Gobierno Federal de más de 20 mil millones de pesos al año para financiar su déficit y seguir otorgando servicios a 2.2 millones de trabajadores del Estado (9,090 pesos por cada uno), mientras que el programa Oportunidades dedica una cantidad similar a apoyar a los 20 millones de mexicanos que viven en pobreza extrema (mil pesos al año a cada uno).
Es verdad que el Estado se creó para proporcionar servicios a los ciudadanos. Pero no hay duda de que en México ha surgido una clase privilegiada que vive dentro de los presupuestos gubernamentales y obtiene una porción desproporcionada de los beneficios del Estado. Ésta es la nueva aristocracia mexicana.
No es la tradicional —esa aristocracia criolla que creó las grandes empresas nacionales y ha alcanzado enormes niveles de riqueza— sino la de un grupo de servidores públicos que obtienen beneficios excepcionales de los recursos del Estado.
Es difícil saber cuántos mexicanos pertenecen a esta nueva aristocracia. El Gobierno Federal tiene cerca de dos millones y medio de trabajadores y empleados, pero a éstos hay que añadir a quienes laboran en Pemex, la Comisión Federal de Electricidad, la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, la banca de desarrollo, los Gobiernos estatales y municipales, las universidades públicas y los otros organismos desconcentrados y autónomos de todos los niveles de Gobierno.
Si alguien tuviera la información que permitiera sumar todas estas cifras, seguramente registraría un total de entre cuatro y cinco millones de personas. Este es un número realmente alto. Hay que considerar que el número de empleos formales registrados en el IMSS es de unos 12 millones.
En otras palabras, hay un burócrata o empleado que vive del presupuesto gubernamental por cada tres trabajadores de la economía formal. Por eso los impuestos sobre nuestros asalariados son tan altos. Es verdad que hay quizá unos 22 ó 25 millones más de mexicanos que tienen actividad económica, pero ésta se lleva a cabo en buena medida en la economía informal que no aporta recursos al sostenimiento de este gran aparato burocrático. Lo realmente inquietante no es la dimensión de esta estructura gubernamental sino los privilegios que reciben quienes se encuentran insertos en ella.
Ya hemos tenido que acostumbrarnos a que los legisladores y funcionarios públicos de alto nivel gocen de un fuero que les da inmunidad frente a la justicia a la que estamos sometidos los ciudadanos comunes y corrientes. Ahora nos enteramos también de que los supuestos servidores públicos tienen mejores pensiones y más tempranas que las nuestras, así como prestaciones laborales con las que no podemos soñar los ciudadanos que pagamos impuestos para sostener al Gobierno. Ahí está esa nueva aristocracia mexicana que ha crecido y se ha privilegiado a la sombra del Estado. Y cada vez que escarbamos en el tema, más nos percatamos de que, en la realidad, los mexicanos no somos todos iguales.
Espíritu olímpico
En el atletismo compiten deportistas con sueldo y bonificaciones por su desempeño. En futbol se “preserva” el espíritu amateur limitando la plantilla a jugadores profesionales de hasta 23 años, pero con tres refuerzos de más edad. En el baloncesto no hay límite a la profesionalización de los jugadores. Mejor sería evitar los engaños y aceptar que en los Olímpicos deben competir los mejores, sin importar cómo se ganen la vida.
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