Uno de los grandes problemas de Andrés Manuel López Obrador es que el único parámetro de referencia que pareciera tener para enfocar toda clase de problemas es de índole política.
Las acciones violatorias de normas jurídicas, el desacato a resoluciones emitidas por autoridades del Poder Judicial, las responsabilidades constitucionales en que ha incurrido como Jefe de Gobierno del Distrito Federal y por ende titular único del Poder Ejecutivo, derivadas de irresponsabilidades reales del ejercicio de su mandato o de actuaciones de subordinados suyos respecto de las cuales él es quien responde, son ejemplos de su incapacidad de considerar las referencias a sus actuaciones u omisiones en el orden jurídico, para plantear inmediatamente su traducción al ámbito de lo estrictamente político partidista e ideologizado.
Las graves acusaciones que ha formulado contra dos de los tres poderes de la Unión, el Judicial y el Ejecutivo en lo que se refiere a la Procuraduría General de la República, sólo nos vienen a reafirmar el hecho de que el Jefe de Gobierno del D.F. sólo tiene un enfoque para todas las cosas: justicia, Estado de Derecho, economía, relaciones sociales, principios sociales básicos para la convivencia: Todo, absolutamente todo es eminentemente político y como político que es, quien tiene la sartén por el mango de la política es quien dice la última palabra.
Así razonó en su momento Luis Echeverría Álvarez en el funesto sexenio de 1970-76 en el que él como actor principal de la política nacional creyó que la economía, la educación, la sociedad, la cultura y el arte sólo se entendían desde la política, ejerciendo en todos esos ámbitos una acción de auténtica dictadura personalista, por ser él el detentador del poder político.
Ya no sólo es preocupante esa actitud de Andrés Manuel evasiva de su responsabilidad sobre hechos objetivos y concretos, para distraer a los periodistas y a través de ellos a la opinión pública, con argumentaciones furibundamente agresivas contra todo aquel que ose poner en duda su autoproclamada honorabilidad inmaculada que lo hace indestructible rayo de esperanza, o gallo al que apenas si se le quitan unas cuantas plumas en esa insaciable búsqueda de incrementar su personalista popularidad.
Ya no es simplemente el tramposo modo de evitar cualquier mención de hechos objetivos y concretos que no pueden ser minimizados como actos exclusivos de la responsabilidad personal de los Bejarano, Ímaz y Ponce, para insistir solamente en el sugestivo terreno de las especulaciones fantasiosas sobre complots contra su persona y su popularidad.
Ahora es también la enorme duda del respeto a la legitimidad establecida en nuestro Estado de Derecho de alguien que tiene al momento la indeclinable responsabilidad de conducir a una comunidad humana tan importante como la de los habitantes del Distrito Federal al logro de sus objetivos de bien ser y bien común que necesariamente requieren un marco de leyes e instituciones.