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Operación Señorón: la última gran epopeya

Francisco José Amparán

Segunda y última parte

Sí, ése fue el nombre clave de la invasión a Normandía: Operación Overlord, que hasta donde me dan mis capacidades de traductor podemos interpretar como Señorón. Aunque suena a los Churumbeles de España (por aquello del Gitano Señorón), la verdad ya me harté de que siempre aparezca, incluso en libros en castellano, como Overlord. Así la dejamos, pues.

Normandía fue elegida no porque fuera un lugar muy propicio, sino porque por lo mismo los alemanes no los iban a estar esperando ahí. Para fortuna de los aliados, Hitler siempre pensó que la invasión de a de veras ocurriría en el Paso de Calais (donde ahorita está el quebrado Eurochunnel), el punto donde Francia casi se toca con la Gran Bretaña. Una semana después del Día D, el Führer seguía insistiendo en que lo de Normandía era una finta. Pues mira tú, qué fintota: en un mes ya habían desembarcado un millón de soldados aliados. Lo bueno para el mundo es que Hitler siempre pensó ser un estratega mucho mejor de lo que era en realidad… y sus temerosos comandantes, que le tenían más pánico a una rabieta del Führer que a diez divisiones de Zhukov, le dejaron creérselo. Lo malo de no decirle al jefazo cuando está equivocado.

Lo cual no quiere decir que el Día D haya sido puro coser y cantar. Las divisiones aerotransportadas quedaron regadas por todos lados, cuando los pilotos de los aviones que las llevaban se pusieron a esquivar el fuego antiaéreo alemán. No pocos paracaidistas murieron ahogados cuando los hicieron saltar sobre los pantanales costeros. Otros cayeron a muchos kilómetros de sus objetivos. Por eso nadie sabía dónde había quedado el soldado Ryan (que era de la 101).

A propósito: como pudieron ver en los primeros veinte minutos de “Rescatando al soldado Ryan” (1998), el desembarco en algunas playas de Normandía (en especial las americanas, Omaha y Utah) fue un auténtico infierno y estuvo a punto de fracasar rotundamente. En otras partes británicos y canadienses la tuvieron más facilita, pero de cualquier manera no pudieron tomarse muy tranquilos el té de las cinco de la tarde. En general, pese a que el Día D ha sido el peor en la historia del Ejército americano (en 45 minutos de fuego alemán sobre Omaha hubo más muertos que en un año en Irak) y no se alcanzaron los objetivos previstos (la prima dona de Montgomery no tomó Caen el primer día, como lo había asegurado) Eisenhower pudo decir que, efectivamente, se había abierto un Segundo Frente en Europa; empezaba la liberación de la Europa Occidental y la carrera por Berlín. ¿Quién llegaría primero, los rusos o los angloamericanos?

Ya sabemos la respuesta y las consecuencias. Pero en aquel entonces, el Día D tuvo, en efecto, una influencia catártica: al fin se podría enfrentar al Mal Absoluto cara a cara y pelearle en su terreno. Y para los pueblos oprimidos de Europa, aquélla era una esperanza real. Uno de los objetos más conmovedores que se pueden ver en el ático de Anna Frank en Ámsterdam, es un mapa donde la niña iba siguiendo con alfileres el avance de los Ejércitos aliados.

Y, como decíamos antes, de haber sido diferente el resultado, la historia hubiera sido distinta. Por eso el Día D es la última gran epopeya militar. Y quizá por haber visto las películas de cómo eran recibidas las tropas americanas entonces, los ingenuos soldados del siglo XXI creyeron que habría guirnaldas de flores esperándolos en Bagdad. Los problemas de consumir demasiado cine dominical.

Consejo no pedido para que no le descubran el Segundo Frente: lean “Día D: la batalla climática de la II Guerra Mundial”, de Stephen E. Ambrose (el mismo de “Banda de Hermanos”), inteligente recuento de los problemas y tribulaciones de ese día y vean “El día más largo” (1962), ingenuo y multiestelar filme en donde ni los muertos se despeinan; pero que da una movida visión panorámica del caos de esas horas clave. Provecho.

Correo:

francisco.amparan@itesm.mx

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