El País
MADRID, ESPAÑA.- Si uno le busca en Internet se arriesga al colapso. Con 27 años, una trilogía en la mochila y el estreno de Troya a punto, este inglés arrasa en la taquilla y en las carpetas adolescentes.
A los nueve años, Orlando Bloom ya tenía novia. O casi: dependía de su velocidad. Literal. Cada tarde, en el parque, se celebraba una carrera: quien ganase se quedaba con la chica. Y así cada día. Orlando volvía a casa hablando con su sombra y soñaba que era Superman, que volaba y que la rescataba. Alguien le dijo un día que el superhéroe era, en realidad, un actor. “Entonces, eso es para mí”, pensó. Por eso decidió actuar. Para ser el que siempre se queda con la chica.
Colapsa la Internet
Dieciocho años después, apenas tiene tiempo para dedicarse al propósito que le llevó a ser actor (con su “supuesta” novia, Kate Bosworth (En el Filo de las Olas). Aunque más que actor habría que emplear el término estrella. Porque Orlando, que antes de ser el príncipe de los elfos en la trilogía de El Señor de los Anillos sólo había participado en una película (Wilde, haciendo de chapero), despierta las pasiones suficientes para colapsar Internet.
Si uno teclea su nombre aparecen nada menos que 1’700,000 entradas (con la burla adicional de la leyenda: “La búsqueda tardó 0.12 segundos…”, como diciendo: “Hombre, tratándose de Orlando, lo tenemos todo a mano…”), con una inimaginable oferta de fotografías, pósteres, biografías, leyendas (como la de su adicción a las drogas e, incluso, su supuesta muerte por sobredosis) y comentarios de jovencitas que por un beso del flaco darían lo que fuera.
La fama repentina, que aumentará sin duda cuando se estrene Troya el próximo mes, le tiene preocupado. Demanda sin descanso un manual que indique cómo enfrentarse a la popularidad y las claves para seguir con la cabeza fría y los pies clavados en el suelo. Pero sabe que el diccionario universal para realidades inesperadas no existe, así que busca pistas en referentes a los que admira, por orden generacional: Johnny Depp, Daniel Day Lewis y Paul Newman. Sin ser consciente de que él ya tiene un estilo propio.
Un “punk” sobre las tablas
El huracán Bloom nació hace 27 años en Canterbury (Inglaterra), antes de cumplir los cinco años ya se llevó esa primera bofetada que le planta a uno delante de la realidad: su padre, un abogado de Suráfrica, activista antiapartheid y amigo y colega de Nelson Mandela, falleció sin darle tiempo a conocerle. Poco después, tras unos años en la escuela St. Edmunds de su ciudad natal, Orlando (llamado así por un personaje de una novela de Virginia Woolf) se mudó a Londres con su madre Samantha y su hermana, dos años menor que él.
Tenía 16 años y la firme intención (desde esas carreras en el parque) de convertirse en actor. Algo debieron intuir los profesores de la British American Drama Academy, porque le concedieron una beca escolar que le permitió unirse al National Youth Theatre durante dos temporadas completas. Una vez afianzado sobre las tablas (y con un aspecto algo desvalido a pesar de la estética punk), Orlando se atrevió a pasar por la selectividad de los principiantes: los castings.
Consiguió un papel secundario en la serie televisiva Casualty, lo que le demostró que aún tenía mucho que aprender. Así que ingresó en la prestigiosa Escuela Guildhall de Arte Dramático, donde pasó tres años moldeando lo que sin duda ya era un proyecto de futuro…
Sn futuro que casi se parte, literalmente, en dos: una tarde Orlando cayó por la terraza de un tercer piso y se rompió la espalda. Cuando despertó en el hospital, el médico le comunicó que no volvería a caminar. Estuvo tres días intentando asumir lo que iba a ser su vida a partir de ese momento, pero una operación le devolvió sus planes: a los 12 días salió del hospital por su propio pie.
Desde entonces parece creerse poseedor de la cadencia gatuna de Légolas, su personaje más famoso hasta ahora (“¿Sabías que los gatos pueden saltar y saltar y caen siempre sobre sus pies? Es exageradamente difícil, pero entrené muy duro para conseguirlo”). Sin embargo, a pesar del logro, Orlando reconoce su inevitable condición de imán para los accidentes: “Me he roto la espalda, una costilla (en el rodaje de El Señor de los Anillos), la nariz, ambas piernas, un brazo, una muñeca, un dedo de la mano y otro de un pie, y me he abierto la cabeza en tres ocasiones”.
Así el panorama, apostó porque los amuletos le acompañasen en el rodaje de la trilogía de Peter Jackson casi en cada centímetro de su fibroso cuerpo de elfo (lleva colgantes, anillos, pulseras…). Eso, sin contar el estupor con que ponía el pie en la industria: sin un solo padrino ni nadie conocido en el medio y con 18 meses por delante de rodaje en Nueva Zelanda.
¿Dónde tengo que firmar?
Acababa de empezar. Nadie le conocía. “Para un actor joven como yo, tener la oportunidad de trabajar con un equipo de la talla de la de El Señor de los Anillos es algo sencillamente increíble. Cuando me lo ofrecieron no fue algo como ‘¿debería o no debería?”, si no más bien: “¿Dónde tengo que firmar?”. Y vaya si firmó. Con la rúbrica del inmortal príncipe de los elfos. Edad: 2,931 años y más vidas que un gato.
Durante el rodaje de la trilogía ganadora de 11 Oscar, Orlando aprendió a manejar el cuchillo, el arco y las flechas, a cabalgar, a llevar una canoa y, ya que estaba, a surfear como un poseso. Fueron tres años de trabajo fijo y el comienzo de una gran amistad con sus compañeros de reparto, en especial con Viggo Mortensen.
Al final, eso hacia lo que siempre mostró cierto reparo se convirtió en el sello de la experiencia: un tatuaje en el antebrazo como recuerdo de la Comunidad del Anillo y dos regalos (el arco con las flechas de la última toma y un video con los “mejores momentos Légolas”, algo con qué forrarse si vienen tiempos difíciles).
Cuando se estrenó la primera entrega, en 2001, Orlando recibió su siguiente oferta profesional, Black Hawk Derribado, a las órdenes de Ridley Scott, y, de acuerdo, era el primero que se moría en la película, pero la oportunidad, al lado de Josh Hartnett y Ewan McGregor, no se la podía perder.
Tras la segunda entrega de El Señor de los Anillos (con su caché subiendo como la espuma), su teléfono volvió a sonar para protagonizar, junto a Heath Ledger, Naomi Watts y Geoffrey Rush, Ned Kelly, la historia de un bandolero australiano. Y no pasó tanto tiempo hasta la siguiente llamada: antes del estreno de El Retorno del Rey, Orlando protagonizaba (y triunfaba), embutido en los leotardos del héroe Will Turner, en Piratas del Caribe. La Maldición del Perla Negra. Poco antes del estreno alguien le preguntó que de qué iba la película. Orlando sonrió: “No puedo adelantar mucho, pero sí diré una cosa: soy el que me llevo a la chica”. Tras merodear por distintos géneros se cumplía, por fin, su deseo infantil.
Siete títulos por delante
Pero como del niño queda más bien poco, Orlando se ha puesto serio. Y ya que la trilogía de los anillos ha cerrado página, él se ha empeñado en abrir la suya propia en la industria. Para empezar, tenemos por delante siete títulos con su nombre: aparte de The Calcium Kid (sobre un lechero aficionado al boxeo que termina disputando el campeonato del mundo en su ciudad natal) y de la inminente Troya, el arquero de la comunidad ya ha terminado de rodar Haven, con Bill Paxton, y Kingdom of Heaven, un romance bélico, de nuevo a las órdenes de Ridley Scott, junto a Eva Green (la protagonista de Soñadores ), Liam Neeson y Jeremy Irons.
Su llegada a Loarre, Huesca, en cuyo castillo quiso ambientar Scott las Cruzadas del siglo XII, provocó un alboroto adolescente inesperado. La productora tuvo que reservar todas las habitaciones del hotel donde estaba alojado por motivos de seguridad y, cada mañana, personal de la película tenía que rodearle para que no se le echasen encima las decenas de jovencitas que esperaban horas y horas frente a la entrada.
Orlando, que en el filme interpreta a un herrero que se ve arrastrado a las Cruzadas tras perder a toda su familia en el asalto a la fortaleza, se mostró amable, aunque sorprendido. No lo puede evitar, le sigue desconcertando la parte cotidiana de la fama, ese momento de interpretar la devoción en miradas ajenas que matarían por un trozo de papel con su firma.
La secuela y... la chica
Y ni un respiro. En breve comenzará a rodar con Kirsten Dunst Elizabethtown, dirigida por Cameron Crowe (Casi Famosos, Vanilla Sky) y después, la secuela de Piratas del Caribe, cuya primera parte ha recaudado 305 millones de dólares sólo en Estados Unidos. Adivinen quién piensa quedarse con la chica.
De nuevo en papel de príncipe
En el año 1193 a. de C., Paris, príncipe de Troya, secuestró a Helena, reina de Esparta y, como consecuencia, desencadenó la guerra entre troyanos, al mando de su rey Héctor, y griegos, con el héroe Aquiles al frente. El conflicto duró una larguísima década.
La Iliada de Homero sonaba en rincones infantiles de la memoria de Orlando Bloom cuando recibió el guión. Y pensó que, para recuperar más datos que sospechas era mejor escuchar unas cintas con el relato hablado que imbuirse en las páginas del libro.
Así supo de las aventuras de Paris, el personaje que le iba a convertir en protagonista de una de las superproducciones del año, Troya, a las órdenes de Wolfgang Petersen (La tormenta perfecta, Air Force One) y al lado de otros dos actores que se disputan el liderazgo en las carpetas adolescentes: Brad Pitt (Aquiles) y Eric Bana (que interpreta a Héctor, con aspecto más humano que su anterior papel, en Hulk ), intervienen, además, Sean Bean, Brian Cox, Peter O’Toole y Brendan Gleeson, entre otros–.
Pero no nos olvidemos de la chica, ese objeto de deseo con punto ególatra que ha marcado los impulsos de Orlando desde su niñez: en sus brazos caerá la desconocida y bellísima Diane Kruger (en el papel de Helena) y a su alrededor pulularán Saffron Burrows, Rose Byrne y una recuperada Julie Christie.
La producción, que comenzó a rodarse en Malta y Marruecos, tuvo que trasladarse a México cuando comenzaron los conflictos bélicos en Irak, en marzo de 2003 (aunque el remedio se saldó con dos huracanes en menos de un mes, uno de ellos en la última semana de rodaje).